LAS
ALARMAS PERMANENTES
En ciertos lugares de Colombia, las
alarmas viven encendidas. Cartagena es uno de esos sitios donde las dos ciudades que la habitan lucha, una
por sobrevivir y la otra por expandirse. Así se hizo el desalojo de Chambacú,
de La Boquilla, para ir lentamente modernizando
la ciudad del turismo, a costa del desplazamiento interno. A esto viene a
sumarse otro motivo de alarma. El escritor y periodista David Lara Ramos nos
entrega una extraña crónica que no parece nueva en nuestra historia reciente,
salvo por lo insólito del método de quienes la protagonizan.
Qué sigue después de la matanza de burros
Por:
David Lara Ramos
http://www.las2orillas.co/que-sigue-despues-de-la-matanza-de-burros/
El
primer ser que apareció muerto en las playas de Púa fue una enorme ballena.
Aquella mañana de agosto de 2010, los moradores de Arroyo de Piedra, a 20
kilómetros de Cartagena de Indias, avistaron una figura grisácea que se
extendía sobre la arena. Al acercarse, sintieron el olor a carne podrida. Tenía
ocho metros de largo.
En
Arroyo de Piedra y en las playas de Púa se especuló por varios días sobre el
cetáceo muerto. Alguien se atrevió a asegurar que era la misma madre que había
sido avistada días atrás, en compañía de dos hijos (ballenatos) en aguas de
Púa.
Dijeron
que había sido culpa de unos pescadores que tendieron sus boliches (redes de
pesca) en la madrugada y el gran pez se enredó en ellos. Los mismos pescadores
refutaron el señalamiento con una pregunta contundente: “¿Acaso nosotros somos
pescadores de ballenas?”.
Un
año después, en octubre de 2011, aparecieron en el sector de Púa 2, en Arroyo
de Piedra, dos burros muertos. Tenían varios impactos de bala en sus cuerpos
(uno tenía cinco). Luego aparecieron otros, y otros hasta completar ocho. Un
residente de Púa 2, dijo que “esa gente tenía que ser bien inoficiosa para
gastarse tanto plomo en unos pobres burros”. El hecho no llamó la atención de
las autoridades, ni hubo ningún
pronunciamiento o investigación por el asunto.
Si
hubiera estado en Cartagena Nicolás Román habría exigido una respuesta clara a
las autoridades del distrito o hubiera armado una marcha. Así lo hizo cuando
descubrió que pandilleros de la ciudad se entrenaban en el difícil arte de
apuñalear semejantes, sobre los indefensos burros. Nicolás partió hace años,
guiado por el amor de una amante francesa, y los burros se quedaron sin vocero
y sin defensor.
Moradores
cuentan que para los días de la matanza de los burros aparecían en las noches
una camioneta y una moto, a los que apenas se les veían sus lámparas. En Púa 2
no hay electricidad.
La
madrugada del 29 de abril de 2014, en el pórtico de cemento y ladrillos,
pintados con bordes rojos que marca
el ingreso hacia Púa 2, sobre la vía al
Mar, apareció un aviso que amenazaba de
muerte a varios miembros de la comunidad. Dicen que tienen que ser los mismos
que mataron a sus burros, y hasta se hace el chiste que como los burros no sabían ni leer ni escribir
no les mandaron panfletos que les avisara.
El
panfleto amenazaba de muerte a un grupo de personas que comenzaron ante Incoder
el proceso de titulación colectiva de la tierra que han cultivado por más de
diez años. La misma fue objeto de extinción de dominio, susceptible de ser
titulada colectivamente por considerarse baldío. Titulación que acogería a más
de cien familias afrodescendientes que habitan en el lugar.
Si
estuviéramos en un país con autoridades sensatas ya tendríamos certezas sobre
el asunto, y una institución como Incoder habría establecido los adelantos del proceso de titulación.
Mientras
tanto, haga el ejercicio. Párese en el pórtico que marca la entrada de Púa 2
y verá una hermosa playa desolada. Quizá
pensará que es el mejor lugar para construir algún megaproyecto turístico en la
playa de Púa, allí mismo donde apareció la ballena muerta. Seguro que allí ya
se han parado los dueños de las motos y las camionetas que a veces pasan y
matan a bala a algunos burros, y que escriben notas con amenazas de muerte que
al final despiden con un educado “atentamente…”
La
situación de Púa 2 se está pareciendo mucho al de la hacienda Las Pavas, en el
municipio de El Peñón, al sur del departamento de Bolívar. Allí poderosos
cultivadores de palma, con la ayuda de la fuerza pública y no pública, se
enfrentaron a los campesinos. Hubo desplazamientos y desalojos, al igual que en
Púa 2.
En
la pasada Feria del libro de Bogotá, en un gran stand del Centro de Memoria
Histórica se les pedía a los visitantes que escribieran notas a los campesinos
de Las Pavas y les dijeran que no estaban solos. Muchos no sabían dónde quedaba
ni Las Pavas ni el municipio de El Peñón ni la Depresión Momposina, pero
guiados por un ímpetu solidario llenaron las urnas de mensajes.
Sería
bueno que toda esa gente que escribió notas a los campesinos de Las Pavas, lo
haga también a los campesinos de Púa, a 24 kilómetros de la archiconocida y
visitada Cartagena, donde quizá habitan aquellos que al igual que disfrutan del
Sail 2014, se dedican a intimidar a quienes ven como obstáculos al expansivo
desarrollo turístico que tiene sitiada a la ciudad Heroica.
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