martes, 11 de febrero de 2014

LAS ALIANZAS Y LOS NO EXISTENTES

El nombre Pacífico no es exclusivo del Pacífico colombiano, es cierto. Pacífico es también una isla de Hawai, de las Marshall o del japón. Y por lo tanto, una alianza puede establecerse entre mandatarios cuyos países tengan costas en el gran Océano Pacífico.
Incluso puede hacerlo Colombia, que tiene un mar llamado Pacífico, pero no habitantes ni pueblos ni comunidades en el Pacífico. Tiene únicamente un puerto por donde entra y sale el 60% de la carga que mueve el país por los mares, que fugazmente roza una población ensangrentada y desplazada por la guerra. Lo único que se demora mucho tiempo en la ciudad son las toneladas de carbón que ahora no solo afectan las costas de Santa Marta sino que también espolvorean un polvillo fino en el aire curtido por la humedad del puerto que no tiene a nadie, salvo el terror de las toneladas de balas que las bandas paramilitares y guerrilleras han derramado sobre los cuerpos de miles de hombres y mujeres inexistentes. Incluso hay un puerto fantasma al sur que no mueve sino aceite de palma, la verdadera opción planteada para el desarrollo de los desalojados a sangre y fuego, que no existen. Y hay un puerto fantasma que no ha podido nacer, pero que los creadores y negadores de pueblos quieren crear porque ese sí existiría en medio de gente que no existe.
Porque esa gente del Pacífico no existe. Existe la guerra, pero no existe ella. Existe la muerte pero no existen los muertos. Existe el comercio mundial, pero no existe la población por donde pasan millones de vehículos, de café, de maquinarias, de alimentos.  Lo único que existe es el carbón que ennegrece los pulmones, y no tiene que ennegrecer la piel de nadie porque esa piel es negra. Pero tampoco existe. Ese carbón viene del Caribe, de poblaciones que al parecer tampoco son reales.
Existe la coca, pero la coca se transporta sola, solo deja muertos, pero los muertos no existen. Sólo existe la muerte. Las mujeres que son llevadas a la muerte, violadas primero y luego desaparecidas o simplemente despedazadas, no han existido. Solo se le han atravesado en el camino a la muerte. Pero ellas no existen.
Las retroexcavadoras que han socavado el territorio y la dignidad y la vida de las comunidades indígenas y negras del Pacífico, han podido entrar porque allí no habita nadie, esas comunidades son sólo fantasmas sociales, arqueologías fantasmales de un país sin memoria, y por lo tanto la producción minera no puede detenerse ante sujetos astrales que se quedarán con las aguas contaminadas de mercurio, más pobres, más envenenados y con nuevas esclavizaciones encima, porque el Estado no existe, sino funcionarios y negociantes de estado y grupos armados que se enriquecen también con la minería y la destrucción de los ríos. Pero vamos a la par: esos funcionarios en breve no existirán en la memoria de nadie. Serán también fantasmas, salvo que fantasmas ricos.
El hambre que ha cercado durante decenios a los barrios de Buenaventura o Tumaco o Quibdó, han sido solo un invento de mentes dementes, porque esa suerte se la merecen los perezosos que no han sabido trabajar como los paisas, para enriquecerse, mientras los recién llegados sí pelechan. Miento: esos perezosos ni siquiera existen. Sólo existen los  que se han enriquecido en un Pacífico sin gente, sin idígenas, sin afros, sin nadie. Quienes hicieron y construyeron ese territorio no existen. Pero sí existe el territorio en el que existe un puerto productivo, unas aguas productivas, unas selvas productivas, unas minas productivas. Pero allí no habita nadie. Y si no hay nadie no hay cultura ni nada que merezca la pena. Por eso es necesario el despojo.
Las bases militares extranjeras que fueron erradicadas de países que recuperan su dignidad como Ecuador, tienen que construirse en Tumaco, porque allí empezará a explotarse el petróleo marino que durante años se descubrió, y no lo harán ni siquiera empresas colombianas, sino empresas gringas, porque las bases serán de militares gringos que protegerán la producción del petróleo. Nadie más vive allí. Incluso los militares colombianos han desaparecido.
Es mentira que alguna vez alguien haya escrito La minería del hambre  o Las venas abiertas de América Latina o Litoral Recóndito. Esas son infundios tardíos. Las denuncias no son ciertas, son  falacias.  Las riquezas son para llevárselas, si algo queda es la coima que reciben empresarios y funcionarios, nada más, que se empobrezcan más los habitantes inexistentes de pueblos inexistentes a los que es necesario violarles todos sus derechos, porque no existen.
Por eso, es una falacia que alcaldes inexistentes de pueblos inexistentes salgan a hora a protestar porque las reuniones de presidentes de los países de la Alianza del Pacífico de América Latina se realice en el Caribe, porque lo único que es necesario para que haya Alianza es que existan hoteles lujosos, que aunque  hay buenos hoteles en un lugar llamado Buenaventura, no ofrecen las ventajas que ofrecen los hoteles de Cartagena, en playas que les fueron usurpadas a comunidades también negras y también pescadoras. Esas comunidades ya no existen porque solo existen los hoteles de los grandes complejos hoteleros. La tierra es para quien existe. Pero también es cierto: si no existe gente, tampoco existen los hoteles de Buenaventura.
Finalmente, la Cumbre logró eximir de aranceles casi en un 100% a un mercado  para 200 millones, según los cálculos del presidente de la zona colombiana del Pacífico. Habría que sustraer de ese cálculo al menos a millón y medio (en letras, porque en número no existen), salvo a unos pocos que logran pelechar con las componendas políticas y comerciales que dejan como migajas las componendas de la política y del comercio.

Hubiera sido grave realizar una Cumbre en un lugar que no existe, o al menos donde no habita nadie. Los gobernantes de la Alianza son demasiado pragmáticos como para caer en una torpe ilusión, en una trampa armada por los fantasmas que vociferan pero no existen, que producen pero no existen. Que se mueren, y por lo tanto no existen. Lo que la Alianza exige es cordura, y la cordura tiene sitios exactos. Los fantasmas, por lo tanto deben seguir revolcándose en el pantano de su desaparición. Como en un cuento de Juan José Arreola. Una invención marcada por la Trata  que creó entes inexistentes. Sin identidad, sin propósito aparente, más que servir de medio de producción. Y luego desaparecer o sólo aparecer cuando los consorcios los requieran. Ni antes ni después.