El derribamiento de estatuas en Colombia
tomó fuerza desde cuando los indígenas misak del Cauca tumbaron la de Sebastián
de Belalcázar el 16 de septiembre del 2020, en la famosa colina del Morro de
Popayán. Había un antecedente internacional: luego del asesinato del
afroestadounidense George Floyd, en mayo 25 del mismo año, cuando la estatua
del Almirante Cristóbal Colón dio con su peso en tierra y luego en el agua, el
pasado 4 de julio de 2020, por manifestantes contra los que el entonces
presidente Donald Trump pidió castigos severos.
"Declaramos
que la estatua erigida desde la década de los 30, cuando Popayán conmemoró 400 años de la derrota de nuestros
pueblos indígenas por la bota española genocida, hace parte de la
violencia simbólica que nos ha oprimido y nos ha puesto en un lugar de
olvido", expresaron los líderes indígenas.
Este año en Colombia han rodado tres
cabezas históricas durante las manifestaciones populares contra la
arbitrariedad del gobierno del presidente y el Centro Decmocrático: en Cali cayó
de nuevo Sebastian de Belacázar, en Popayán derribaron al “poeta soldado” Julio
Arboleda y en Pasto el precursor Antonio Nariño. Salvo el último
“ajusticiamiento”, las demás estatua se lo merecían.
Sebastián de Belalcázar (1480-1551) es
ensalzado en nuestra historia como un fundador de ciudades. Llegó a América en
el tercer viaje de Colón (1498). Su épica hazaña de destrucción comprende gran
parte de las actuales Colombia y Ecuador. Años después –en las filas del
conquistador Pizarro- se iría al Ecuador y fundaría ciudades como Quito y
Guayaquil por encargo de su jefe. Moriría
en Cartagena, venerado como fundador de Cali y Popayán.
El debate sobre la violencia ejercida contra
las estatuas como símbolos históricos y culturales es legítimo. Pero pesa
demasiado un pasado de esclavización y oprobio que no se ha borrado de nuestra
memoria política, tanto que los liderazgos políticos de Colombia suenan más a
feudalismo colonial que ademocracia
moderna. Y de la misma manera en que los detentadores del poder erigen símbolos
para perpetuar su dominio sobre las mayorías, esas mayorías tienen el derecho
de reivindicar su memoriasobre los
símbolos de su opresión secular.
Antonio Nariño, en cambio,merecía otra suerte. Fue el más sufrido de
los independentistas, precursor e ideólogo, traductor de los Derechos del
Hombre, un paso revolucionario de la época. Pero su “ajusticiamiento” no es más
que una vieja rencilla con los criollos pastusosque querían perpetuar la colonia contra la
oleada de independencias del mal llamado Nuevo Continente.
No puedo afirmar lo mismo del “poeta
soldado” Julio Arboleda. Feroz esclavista, una vez que se decretó la abolición
de la esclavitud, en el gobierno del también payanés José Hilario López, el 21
mayo de 1851, el esclavista despachó a más de 100 esclavizados hacia otros lugares,
entre ellos a Paita, Perú (donde el 23 de noviembre de 1856moriría la inolvidable Manuelita Sáenz).
En Robles (Jamundí, Valle del Cauca, antes
Cauca) escuché una leyenda de alto significado. Algunas noches, un jinete sin
cabeza (la lleva entre sus manos), atraviesa el pueblo y a quien se encuentra
en el camino le pregunta si él hizo algo malo mientras vivió. El jinete ha sido
identificado –dicen los lugareños- como el mismísimo Julio Arboleda, que no
puede “descansar en paz” en un pueblo que esclavizó, como lo hizo su familia en
Timbiquí (Cauca), donde nació.
Alguien apuntó a decir –a partir de los
lamentos de dirigentes, que les dolía más una estatua derribada que los
crímenes contra los dirigentes sociales y los muertos durante las manifestaciones
contra el mal gobierno.
Muertos y
desaparecidos
Este
martes se cumplieron seis días de protestas en Colombia. Y aunque las movilizaciones, que
empezaron el 28 de abril, se han extendido por todo el país, Bogotá y Cali se
convirtieron en los epicentros de las principales movilizaciones, que han
llevado a violentos enfrentamientos con las autoridades.
La Defensoría del Pueblo señaló
que 18 civiles y un policía murieron debido a las protestas y
al menos 80 personas se encuentran desaparecidas.
Las movilizaciones fueron
convocadas por un proyecto de reforma tributaria impulsado por el gobierno de
Iván Duque.
Foto tomada de: https://www.google.com/search?q=fotos+protesta+cali&tbm
Ahora hay estatuas vivientes que deben
terminar su ciclo. El paro en las ciudades y pueblos de
Colombia ha demostrado que la política de represión, hambre, garrote y muerte
que ha exhibido el uribismo ensu
historia no puede continuar. Somos el país de mayor represión y desigualdad del
continente, gobernados por una cáfila de políticos, banqueros, empresarios y
terratenientes, que cada vez más enriquecen sus arcas y empobrecen a un pueblo
que salió a las calles a reclamar contra los malos decretos y se le unieron los
desplazados sociales que incendiaron las calles, a veces reclutados por la
misma fuerza pública para justificar sus atropellos contra los manifestantes
pacíficos y los asesinatos contra
líderes sociales. La sangre que se ha derramado en estos días y en los últimos
años es una señal inequívoca de que el poder está en malas manos y su crueldad,
tanto como su debilidad y torpeza, indican que ha llegado la hora en la
que estudiantes y obreros, campesinos y líderes sociales, hombres y mujeres
jóvenes decidan el cambio, a costade sus vidas, bajo un régimen que ha asesinados a cientos de dirigentes.
No queda otra salida: que renuncie el presidente Iván Duque, que volvamos a
elegir presidente y congresistas, que se modifiquen las reglas del juego político,
la redistribución de la economía nacional y las oportunidades de vida; es la
salida digna para un país ensangrentado, donde los líderes del Cauca son
asesinados y las calles de Cali se convierten en campos de batalla por el uso
de la fuerza militar contra el pueblo que reclama cambios. El subpresidente y
su gallada están a tiempo de escucharlo, antes que se desborde más este país y
no por la instigación de la lucha de clases, como pregona Uribe, sino porque la
injusticia económica y social, la masacre de líderes y jóvenes estudiantes, la
apropiación de la riqueza por parte de pocos gremios económicos, coparon la
paciencia de este pueblo, donde ni siquiera se cumplen los postulados del
capitalismo moderno.
Notas
en tránsito
Nuestro corresponsal en Popayán, Eduardo
Gómez Cerón, recomienda la lectura de la defensa de Nariño ante el Senado: (Una
pieza clásica). Y nos envía este apunte que sirve para la época presente:
Cuentan
los biógrafos de Picasso que un oficial nazi fue al estudio del artista cuando ocuparon Francia y
vio los bocetos del Guernica -para entonces ya el cuadro era mundialmente
famoso-. El alemán le dijo a Picasso: "Entonces usted hizo esto", a lo
que don Pablo repuso: "No: lo hicieron ustedes!".
Que cese la
violencia demencial de un gobierno en caída libre y que nuestro país cambie de rumbo hacia una verdadera democracia, un
país donde se llora más por las estatuas que por los asesinatos de los
ciudadanos y nuestros gobernantes están más pendientes de lo que ocurre en Venezuela
que de las atrocidades cometidas en nuestro propio país. Estamos ante una de las más grandes y prolongadas manifestaciones populares de la historia reciente de Colombia, en donde Cali ha sido uno de los más fuertes bastiones de la protesta.
domingo, 11 de abril de 2021
OTRAS RESURRECCIONES
A propósito de la pasada Semana de Pasión
Alfredo Vanín
Resurrecciones 1. Un
líder para el siglo (En memoria de J.E.Gaitán, el pasado 9 de abril)
Cuando volví a vivir por
un periodo a Bogotá, en 2010, me tocaba atravesar la Plaza de Bolívar todos los
días. En las tardes, al lado de las ventas de maíz para las palomas (Paloma
Valencia no era entonces senadora), un hombre anciano, de mirada paciente y
sonrisa permanente, repetía en un
aparato antediluviano algunos discursos del líder político Jorge Eliécer
Gaitán. Que recuerde, el estridente sonido estuvo en el aire durante casi un
año;luego el nostálgico agitador
político desapareció con su bocina, frente a la que nadie protestaba. La Plaza
de Bolívar ha sido siempre un escenario “democrático”, incluso para la
resurrección sonora de un líder asesinado por haber reunido todos los méritos
políticos y comunitarios para vencer a los candidatos de la oligarquía de
entonces.
Seguí cruzando la plaza
sin ese ruido cándido, de vidrios rotos, que no alteraba a las palomas posadas
sobre las charreteras de la estatua de Simón Bolívar. El hombre del gramófono había
resucitado la voz de Gaitán, que yo había escuchado desde niño en las emisoras, transmitidas en la
conmemoración del magnicidio y que daban paso a las conversaciones de los
mayores que introducían en medio de datos históricos los mitos inevitables
sobre la muerte de Roa Sierra, el señalado como como homicida, la oligarquía
bogotana, el destino de Colombia si hubieran permitido la elección de Gaitán...
Los liberales hablaban de un hombre que
hubiera podido transformar este mundo de rapaces oligarcas en un mundo de
líderes instruidos, altivos perodisciplinados, implacables ante la corrupción y, sobre todo, defensores
de la clase pobre.
Nota final.
Una poeta popular de Buenaventura logró que le hicieran un montaje extraño. En la fotografía
de su matrimonio suplantaron la foto de su marido por la de J.E. Gaitán. Perdurable
homenaje en cuerpo ajeno.
Resurrecciones 2. Un
Cristo y una deidad pagana
Si por algo se impuso el
cristianismo fue en primer lugar debido a esa férrea esperanza que sembró en los pueblos
oprimidos por el decadente imperio romano. Si no lograbas derrotar al invasor ahora, si te condenaban a
muerte en la cruz o entre leones, morirías, pero verías una nueva luz, tendrías incluso un
cuerpo nuevo. Fue un acontecimiento que sigue gobernando las esperanzas de
quienes consideran este mundo transitorio -que lo es, para nosotros:
desaparecemos para dar paso a otros-; de
quienes prefieren pasar todas las desgracias en silencio para ganarle méritos a
la nueva vida en un valle paradisiaco del futuro lejano.
La multitud de desgastados
dioses romanos y la crueldad de los emperadoresno brindaban esperanzas. Por el contrario, su férrea estratificación
condenaba para siempre a la pobreza. Y de pronto crece la leyenda –llevada por los
apóstoles y futuros mártires- de un predicador en una aldea de la remota
Galilea que hizode la vida un milagro: las redes se llenaban de
peces, los enfermos curaban, los ciegos veían y los muertos resucitaban. Ése
era el punto: del lado pagano, el
engreído Júpiter solo vivía de cortejos y envidias, la calculadora Juno, celosa
hasta la intransigencia, no perdonaba andanzas del poderoso dios, su marido, y
castigaba a las mujeres que la desafiaban. El Olimpo era una sola vagabundería,
crueldad y maledicencia. En cambio este nuevo hombre-dios solo hablaba de unión
y de igualdad, de realizar el deseo de
su padre: una esperanza para los fugitivos y los condenados.
Los dioses son una
explicación mítica del acontecer del mundo, un asidero ante la incertidumbre de
un mundo cambiante y aterrador a veces. El cristianismo lo entendió: los dioses
del olimpo romano –originados en gran parte en los griegos- eran muy lejanos e
intocables; en cambio, este dios judío, capaz de encarnar en un cuerpo de
humano, nacer de mujer virgen, curar a los leprosos, resucitar a los amigos
muertos, transformar el agua en vino, era también sensible a las llagas y a la
muerte. ¡Ahí lo tenéis! Entró caballero en burro a Jerusalén siendo proclamado
rey; es hijo de carpintero pero no ejerce un oficio rentable; nació en Judea
pero tiene resonancia entre gentiles, no sabemos si aprendió a leer y escribir,
pues la única vez que lo hizo fue en la arena y nadie supo si era un verso, una
declaración de amor, un anatema o una despedida.
Este predicador judío
había llegado con la expresa condición de unir a los pueblos, algo que era
entonces revolucionario: “... todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre
ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3,28).
El cristianismose tomó a Roma con un oriental converso,
Constantino el Grande, quien había soñado con el símbolo de la cruz como señal
de victoria: “¡In hoc signus vinces”,
dice que le gritaron en sueños, mientras le mostraban una cruz en llamas.En su reinado se produjo el concilio de Nicea
en el año 325. Entonces, una de las tres religiones abrahámicas se incorporó al
poder imperial y se propagó por todo el mundo, lejos de sus religiones
hermanas, el judaísmo y el mahometanismo.
Una representación del Imperio. (Foto A. Vanin. Roma 2011)
Lo cierto es que el mundo,
tan plano entonces, tan explicable y ajustable según el poder de las armas, es
regido ahora por una fe que no tiene antecedentes. Constantino se convierte en
el cristiano más feroz de todos los tiempos;Roma se abalanza sobre el mundo de nuevo, pero esta vez con un signo que
antes era ominoso, porque era el castigo para delincuentes y rebeldes contra el
gran imperio…
Aunque los arqueólogos israelíes
han descubierto una tumba donde se evidencian los nombres de una familia: María,
José, Jesús, etc., es imposible dar reversa, porque la tumba donde inhumaron el
cuerpo del crucificado está vacía y seguirá vacía, y no por obra de
ladrones,porque fue custodiada por la
guardia imperial y los débiles apóstoles muy poco podían hacer para
enfrentarlos. Vana sería la fe de los
cristianos, había advertido San Pablo, si Cristo no hubiese resucitado…
Sin embargo, el
cristianismo usó una hábil apropiación de otras figuras divinas: el Sol, el
dios Ra de los egipcios, que nacía en un punto, surcaba el firmamento, moría y
resucitaba para iniciar el ciclo. Hermes, el simpático, debía pasar una temporada en la tierra y otra en el inframundo. Estos antecedentes permitirán crear una historia que le da
continuidad a la simbología religiosa de Occidente.
Resurrecciones 3. Nuestro Judío
errante
El relato de las
semanasantas será siempre conmovedor. La
magia literaria de los evangelios sacude todavía mi niñez desde la radio, en
las iglesias, en las procesiones que narraban visualmente los pasos de una
procesión que había empezado en jerusalaén…. Ahora la semanasantas están reducidas
a alguna lectura en medio de la vil pandemia del C-19, a escuchar las diatribas
sentadas de un presidente colombiano que carga con una cruz múltiple: la de ser
presidente y presentador del programa presidencial de la pandemia, la de ser
presidente y a la vez hablar y actuar como subpresidente. No volveremos a
ecuchar los sermones de las 7 palabras en un radio Philips (los hermosos, de madera y de
tubos que encendían), durante tres o más horas del padre o arzobispo famoso.
En el Pacífico
colombiano,el asombro era doble. Jamás
habíamos visto un pez San Nicolás, pero si nos atrevíamos a bañarnos nos
convertiríamos en ese pez… Hermosa herencia de la metamorfosis de diversos
orígenes: africano, indoeuropeo, con agregados de cepa americana. La cocina
adquiría una dimensión diferente: se multiplicaban las preparaciones, el mundo
se centraba entre la devoción y la cocina casera, conalgunos platos que pocas veces se probaban en
el año. Pero sobre todo se cruzaban platos de una casa a otra.
Uno en realidad sentía que
la tierra temblaba un Viernesanto. Se prohibían ciertos actos, palabras y
comportamientos; las mujeres mayores con
sus mantos negros en procesión parecían volver de una Jerusalén que estaba a la
vueltade la orilla, y parecía que el
suplicio de uncrucificado se estaba
cumpliendo mientras se nublaba el cielo y comenzaba a caer una lluvia que había
empezado en los montes de Jerusalén… Y
el domingo de Resurrección, si no temblaba, por lo menos se sentía ese remoto
sacudón de la tierra en la Jerusalén Bíblica, sobre todo cuando se dramatizaba
el evangelio.
Finalmente nos quedó el
recuerdo de hermosos nombres bíblicos de pueblos y acontecimientos: Galilea,
Cafarnaún, Samaria, Pentecostés… Vuelvo a mi entusiasmo los domingos de ramos,
sobre todo después de leer los veros de Vallejo que escribió con desmesura de
tetrarca mestizo, su rabia y su agonía: Un
domingo de ramos que entré al mundo / ya lejos para siempre de Belén. Versos
que releía cada Semana Santa, porque era un humano atormentado el que narraba en
sus poemas la senda del castigo y la gloria; era cualquiera de nosotros el que transitaba
cotidianamente la tortura… Pero era también la vecina de manto negro que hablaba del desconocidoque habían visto surgir en la procesión nocturna y le preguntaban la hora,
para entrar en confianza y conocer su origen. “Cuando Salí de Jerusalén eran
las doce”, respondía el atormentado Judío Errante.
La resurrección, como hecho central del credo cristiano, tiene
otras facetas, entre ellas la perpetuidad del cuerpo, que renace de la muerte, incluso
descompuesto como Lázaro. Es diferente a la reencarnación. En todas las leyendas del mundo y en todos los
tiempos han vagado espíritus, endriagos, ángeles, demonios. Pero la Semanasanta
era el momento en el que todo se volvíapropicio para lo sobrenatural.Hablo en pasado porque ya es imposible sentir al Judío Errante entre
nosotros, o los Caifás y Poncio Pilatos y toda la caterva de personajes que
brillaron por su tiranía. Basta mirar alrededor de nosotros para entender que
esos personajes no brillan frente a la desmesura de nuestros tiranos
“democráticos”, que parecen haber sido ungidos para reinar sin corona, sin
necesidad de resucitar porque se reproducen en los cuerpos ajenos de hijos o
gamonales de cada pueblo. Necesitamos esos obispos de nuevo cuño, predicadores
de igualdad, asesinados en vuelos de aviones o ametrallados en sus propios
púlpitos. Necesitaremos otras resurrecciones para que al fin podamos sentirnos
plenamente humanos. Resurrecciones que nos lleven lejos de la Belén corrompida
por el abuso del poder y la atroz criminalidad que galopa en nuestra
patria.
el secreto de la alegría marchita en las fronteras
nos hemos renovado
yo y la muerte
sobre tu primera frente
y en la ventana de tu casa
somos dos rostros
yo y la muerte
Por qué me huyes ahora
por qué
por qué me huyes ahora
Lo que transforma las espigas en pestañas de
la tierra
lo que transforma el volcán en la otra cara del
jazmín...
yo tomo el beso
en el filo de los cuchillos
inscribámonos pues en la carnicería
han caído las nubes de pájaros
en los pozos del tiempo
como hojas superfluas
y yo, yo arranco alas azules
¡Oh Rita!
Soy la piedra-testigo de la tumba
que crece
soy aquel
cuyas cadenas marcan la piel
en una geografía de la patria.
Mahmud Darwish (Galilea, 1942- Palestina, 2008). Tomado
de: Poesía reunida. Fundación
Editorial El perro y la rana. Caracas 2012.
Una entrevista con Alfredo Vanín Romero
Literatura en Otraparte.
https://www.youtube.com/watch?v=B4r1ryQHO34
domingo, 4 de abril de 2021
PROGRAMA EN OTRAPARTE
Cuando estaba a punto de publicar el blog de hoy, me llegó la invitación de la Corporación Otraparte, de manos de la poeta Lucía Estrada, para un conversatorio el día 8 de abril a las 7 pm, que incluye una corta biografía y mi discurso con motivo de la entrega del Doctorado Honoris Causa en Literatura de parte de la Universidad del Cauca, publicado en su momento por esa página cultural inolvidable llamada NTC. El tema que había elegido para la publicación de hoy era el de las resurrecciones. Pero me decidí por la publicación de esta hermosa invitación, en la que me acompañará la profesora Elizabeth Castillo, de la Universidad del Cauca. Las resurrecciones que esperen.
Alfredo Vanín
Romero nació en
1950 en el poblado de Saija, sobre el río del mismo nombre, jurisdicción del
municipio de Timbiquí, región pacífica caucana, entre la cordillera y el mar.
Creció en la vecina Guapi, en Buenaventura y en Cali. Es poeta, novelista,
cuentista, profesor, tallerista literario, periodista, ensayista, investigador
cultural, etnólogo y editor. Adelantó estudios de Literatura y Antropología y
la Universidad del Cauca le otorgó en 2012 el título Honoris Causa en
Literatura. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Poesía: «Alegando
que vivo» (1976), «Cimarrón en la lluvia» (1990), «Islario» (1998),
«Desarbolados» (2004), «Jornadas del tahúr» (2005), «Obra poética» (2010),
«Infancias anónimas» (2014) y «Ánima doble» (2014); Narrativa: «Otro naufragio
para Julio» (1984, 2004), «Entre la tierra y el cielo» (coautor con Nina S. de
Friedemann, 1994), «El tapiz de la hidra» (2002), «Historias para reír o sorprenderse»
(2004), «Los restos del vellocino de oro» (2008) y «El día de vuelta» (2012);
Etnología: «La vertiente afro-pacífico de la tradición oral» (coautor con
Álvaro Pedrasa, 1986), «Religiosidad no oficial y procesos de modernidad en el
Pacífico colombiano» (coautor con Fernando Urrea, 1992) y «La magia y leyenda
en el Chocó» (coautor con Nina S. de Friedemann, 1995); Compilaciones: «El
príncipe Tulicio» (1986) y «Relatos de mar y selva» (1993). Dirige talleres de
formación literaria y es consultor en instituciones y organizaciones sociales.
Ha sido condecorado, premiado e invitado a festivales y certámenes
internacionales de poesía. Es el autor del blog Islario del sur.
Conversación
del autor con Elizabeth Castillo Guzmán, investigadora y directora del Centro de Memorias Étnicas de la
Universidad del Cauca.
* * *
Como poeta
afro-colombiano, Vanín ofrece una poesía de gran riqueza, tanto en valor
estético como socio-cultural. Las experiencias vitales y trascendentales que
tiene con el paisaje y los pueblos del Pacifico cobran un significado más allá
de las fronteras regionales. El mar, las islas, los ríos y los pueblos locales
representan en cierta medida cualquier mar, isla, río y pueblo del mundo. El
poeta se vale de estas entidades como herramientas poéticas para
intencionalmente participar en la construcción universal del significado
atribuido a cada una de ellas. Se universaliza por medio de lo local. Así, el
«yo» poético de Alfredo Vanín se convierte en una voz colectiva y universal.
Alain Lawo-Sukam
*
La obra de
Alfredo Vanín inserta la selva, los ancestros, los elementos fundantes de la
cosmovisión del pueblo negro; perfila su visión del mundo, el orden de relación
con las cosas. Señala las formas de ser uno con la naturaleza y con los otros
seres, para instalarse en el mundo de manera ritualizada. En su novela Los restos del vellocino de oro (2008) recaba en
la noche de los tiempos, aquella «última pieza viva del rompecabezas de su
génesis», en la tradición oral de su pueblo, en la memoria viva y presente de
sus ancestros, en el registro palpitante de las voces de su pueblo, «por los
callejones de sus recuerdos». […] Alfredo Vanín es la voz que habla por todas
esas voces, porque solo quien ha vivido con la búsqueda de caminos invisibles
que reescriben otros tiempos, puede, sin duda alguna, desbrozar laberintos
hechos de mar y lluvia, de llanto y puños levantados. Cimarrón en la lluvia y
ante el viento, desencadenador de fuegos, el poeta invoca para sí, para
nosotros, para la vida, para el futuro, a sus «dioses de mar y fuego / de
turbulencias en los ojos / invocados a la hora de irse a pique las naves / cuando
tiemblan y padecen los invisibles / caballeros del océano…».
Matilde Eljach
* * *
Gravitaciones
Desde el primer instante
del big bang
estaba previsto el fulgor de tus ojos
las sandalias azules que llevarías esa noche
la primera casa que habitamos
incluso este salario
que a duras penas nos alcanza
para el final del mes.
* * *
Al acecho
Cuando abres las puertas
y humedeces
las pequeñas colinas
abajo en tu memoria
un pequeño guerrero está al acecho:
quiere ser el murmullo de las aguas
que cruzan puentes levantiscos
quiere desatar rebeliones al filo de la muerte
y enredarse en las iluminadas cenizas
que el mar dejó esta noche.
* * *
Discurso para
un honoris causa
Estimados asistentes:
Estoy con ustedes en este Paraninfo de la
Universidad del Cauca, en virtud de un reconocimiento que me entrega el Alma
Mater y que es tan mío como de cada uno de los que decidieron acompañarme en
este día y a esta hora en la que la memoria se vuelve imprescindible. Porque un
día de hace casi cuarenta años, cuando llegué a esta ciudad que me deslumbró
por su tiempo congelado y por la osadía circular de sus investigadores, en la
biblioteca de esta misma universidad me encontré con unos versos del peruano
Javier Sologuren, que no he vuelto a leer y cito de memoria: Una idea, Dédalo / una idea / que iba a significar nuestro futuro.
Para entonces, andaba ya con la incierta idea de
publicar mi primer álbum de poemas, de consolidar mi primer libro de cuentos y
de escribir mi primera novela, de manera decorosa. Pero esa idea chocaba una y
otra vez con la posibilidad de permanecer sentado en las aulas de clase, como
si existiera una ardua dicotomía, que no era más que el afán de romper fuentes en
medio de lo atareado de una vida que se sabía comprometida con la poesía, y
sabía de manera intuitiva, desde un día en una casa grande del río Saija, que
había palabras que me gustaba juntar para saber cómo sonaban y, como lo
confirmé en otra casa del río Guapi, que esas palabras me perseguirían, pero
también que el mundo de la literatura era incierto y si era honrado y riguroso,
se trataba de un viaje que no tenía marcha atrás, que ya nada podía detenerlo.
Ese viaje se había fortalecido con el premio de redacción
en la escuela lejana, con otro premio en el bachillerato, con un profesor que
me obligó a abandonar la timidez de los pseudónimos y finalmente con un
espaldarazo que un maestro le da a alguien que empieza, con Helcías Martán
publicando por primera vez mis poemas en su revista Esparavel y luego en Árbol de Fuego de Caracas. Así empezó todo.
Pero no era solo escribir poesía lo que me
fatigaba, ni las sinuosas lecturas de los antiguos y modernos, ni las crónicas
de un tiempo cambiante: le empezaba a apostar también a las poderosas palabras
de los hombres y mujeres ribereños, con la explícita tarea de hacer visibles
sus estéticas y ayudar a decodificar unas culturas que parecían perdidas en la
vocación segregacionista y colonial de nuestros países afroindolatinoamericanos,
como los llamaría Manuel Zapata Olivella, porque encontraba en esa manera de
crear de manera individual y colectiva tanto una respuesta al pasado como una
apuesta hacia el futuro. Porque si algo define en últimas una cultura es lo que
come y lo que habla. La palabra florida, como la llamaban los aztecas, la
palabra poderosa, como la llaman los africanos, encarnó en estas tierras para
entrelazarse con los vivos y los muertos, con los espíritus de las selvas y las
aguas. Pero también para lanzar un mensaje de humanidad a los humanos, a los
antiguos esclavistas o a los que siguen siendo solidarios, libertarios y
revolucionarios hasta el fin de los tiempos. La creación en la diáspora era
también una manera de crear las metáforas del territorio y cantarlo en su más
fina consonancia, en el mejor decir de las aguas fluyentes de la décima glosada
y la copla, tomadas de la romancería española pero con ritmos y sabores nuevos.
Las dicotomías y conflictos marcaron la búsqueda,
que iría a desembocar en párrafos de los que siempre me sentiré alerta y feliz,
como cuando brotó ese texto llamado «Las culturas fluviales del encantamiento»,
o cuando ese poemario Cimarrón en la lluvia tomó
forma y me mostró por fin cuál era el tono de mi poesía, después de explorar
varias maneras de aproximarme al verso en Alegando que vivo.
Todo lo anterior quedó donde quedó, los primeros versos a la primera novia, las
contradicciones existenciales todavía no depuradas, los vicios literarios
heredados de una literatura a menudo más rimada que poética, salvo ocasiones en
donde la rima sí corresponde a su objeto y cada palabra al fin fundamental de
la poesía, que es el de mostrarnos el mundo de una manera nueva para
contradecirnos, para afirmarnos y en últimas para humanizarnos.
Pero también era un desafío ser poeta en el
departamento de los poetas Guillermo Valencia, Rafael Maya y Helcías Martán
Góngora. Tres voces diferentes en un ámbito cerrado como lo son nuestras
regiones, tan tradicionalistas, pero a la vez capaces de asombrosas
renovaciones, de pasar de las finas tertulias parnasianas a las tertulias
desbocadas de La Rueda, ese corto experimento literario que dejó tantos poemas
como noches etílicas, y por el que pasé agradecido de su irreverencia. También
era un desafío cantar desde la periferia, pero con los ojos puestos en el
planeta y sus modernidades.
Confrontar y confrontarse, he allí la necesidad
primordial de cualquier arte. Búsqueda permanente que me llevó a leer con
asiduidad todo lo antiguo que encontré en un pueblo donde los magazines
dominicales eran el único contacto con el mundo letrado de afuera, y a tratar
de leer todo cuanto encontré cuando salí de las orillas donde había leído a
Vallejo y a Neruda, y pisé las rutas de cemento donde encontré a Sedar Senghor,
a Aimé Cesaire, a Borges, a Nicanor Parra, a toda la caterva de poetas
surrealistas, a los futuristas italianos, y a otros sin escuela ni origen
cierto que me marcaron para siempre, desde los rusos hasta los griegos
modernos, desde los escandinavos hasta los cronistas gringos.
Entre tanto, la necesidad de volver a escuchar los
relatos orales se hacía imprescindible, porque por algo los griegos habían
empezado su mundo poético posterior a la tragedia con sus cantos de guerra de
bardos errantes recogidos e hilvanados por un poeta ciego, y los españoles
mantenían la tradición de sus relatos en las elaboradas literaturas de un
Quevedo y un Cervantes. La palabra oral y la palabra escrita en tablillas o en
imprentas, en constante interacción desde los mitos fundacionales de los
pueblos y las más encumbradas literaturas actuales, no han dejado de hermanarse
y contradecirse, de complementarse.
Cientos de viajes, por el Pacífico y Colombia, por
otros lugares de América, me convencieron de la necesidad de renovarse a partir
de la memoria más antigua, pero siendo modernos a toda costa, como vaso
comunicante con todas las lenguas y culturas, de donde nos hemos formado y a
las que también hemos influido. Un atardecer en Bahía de Solano, en El Charco o
en el Noanamito, escuchando relatos de pescadores, de recolectoras de moluscos
o músicas bravas de marimba, han sido siempre para mí una cátedra abierta de
sabiduría, en los que se juntaron los relatos de animales de África, de la
picaresca española, de la caballería europea y africana y los cuentos de
animales, tan caros a bantúes.
Desde el Pacífico empecé a entender el Caribe, a
entender que nos unen más cosas de las que nos diferencian, luego de
desenmarañar ese prejuicio de las pseudoaristocracias, en donde lo negro era omitido
como una herencia indigna. Error histórico que ha marcado con traumas el camino
de nuestras sociedades, incapaces de librarse por vía de su evolución de un
lastre que se conserva como prueba de que alguna vez fuimos colonizados por los
buscadores de la llamada «limpieza de sangre y de origen», para designar a lo
que supuestamente no tenía nada que ver en su origen con judíos, gitanos, moros
y subsaharianos, en tierras de estos últimos, por pura ironía, de donde surgió
la humanidad. Y en tierras americanas estábamos hablando de hombres y mujeres
que construyeron este mundo en medio de la abominación y la explotación sin
límites, y le dieron a América una lección de libertad para las independencias.
Y sin embargo, sus descendientes, también estigmatizados, pero con la fortaleza
que hizo sobrevivir a sus antepasados, crearon la dulzura de la música, la
fascinación de sus relatos con préstamos a sus orígenes y a sus invasores,
crearon la manera de asimilar y transformar las injurias y en unión con los indígenas
establecieron una manera de producir sin herir de muerte al medio ambiente,
crearon una poiesis que todavía me
encandila y que recibí en la niñez asombrada desde esas primeras historias de
mi madre y los mayores y luego de la búsqueda consciente que me llevó por los
senderos sin retorno hasta los momentos actuales en que nuestros pueblos
padecen las masacres y los exilios que desarticulan sus vidas, sus familias y
la gobernanza de sus territorios, donde no por casualidad se asienta la riqueza
biogenética y la abundancia hídrica y, por qué no decirlo, el conocimiento de
las relaciones que podrían llevar a gobernar el mundo de mejor manera, en la
memoria de sus indígenas y sus afros, de sus mestizos, de sus ancianos y
ancianas que aunque saben que sus tatarabuelos fueron arrancados del África o
colonizados en estas tierras bravas, les cantan a los santos como si fueran los
que dejaron atrás, bendicen sus días por haberles permitido conocer otro mundo,
y elaboraron con sus manos los ritmos del río y de la lluvia, de la marimba, de
los tambores, de la vida y la muerte de una manera nueva.
Sé, entonces, que éste es tanto un reconocimiento a
mi labor literaria y de buscador de los senderos de la cultura oral y de la
afirmación de nuestras culturas afroamericanas en su diáspora y en su
transculturación y creación de nuevos elementos en América, y es también un
reconocimiento a una región y a sus pueblos, a un departamento y a un país
necesitado de voces que lo nombren, lo discutan y lo afirmen. Es una voz de aliento
a las nuevas generaciones de poetas.
Sé que mis padres —María y Teodoro— si vivieran se
habrían sentido orgullosos, como se sintieron una vez temerosos de que la
literatura no me permitiera ganarme la vida, cosa que es cierta, porque la
poesía no es para ganarse la vida sino para que la vida se lo gane a uno. Los
verdaderos poetas podrán no usar ahora barbas y cabelleras luengas, podrán no
ser trotamundos sin pasaje, pero el conflicto no podrá salir de sus vidas, la
tensión de vivir, la desorientación pero a la vez la terrible fe en que detrás
de las apariencias se esconde lo legítimo, que la vida como la poesía es un
salto al vacío, donde sabes cómo podrías empezar pero no adónde llegarás en
medio de esas pugnas con la realidad que impone la creación artística. Claro
está que no todo es batallar: hay satisfacciones indescriptibles luego de
lograr el tono acertado de un cuento o un poema, el feliz hallazgo de una
historia o de un personaje. Pero sólo en la contradicción surge lo mejor de
cada autor, de cada literatura, que sigue siendo múltiple y una.
Termino con mi agradecimiento al rector Danilo
Reinaldo Vivas Ramos y al Consejo Superior de la Universidad del Cauca, a los
artífices de este reconocimiento, especialmente a los profesores Elizabeth
Castillo y Jhon Arboleda, que pusieron todo su empeño y coordinaron con la
Universidad el devenir de este reconocimiento. Va mi saludo desde esta tribuna
a mis primeros profesores y profesoras del Colegio San José de Guapi, a mi
compañera Vilma, a mis hijos, a mis hermanos, familiares, amigos y paisanos, a
los académicos, líderes comunitarios, poetas y escritores que siguen como
aliados, a todos los que me brindaron su afecto y sus críticas, y en fin a
todos los que creyeron en cualquier lugar de la Tierra que la poesía es una
manera de entender la vida, y que el compromiso con nuestros pueblos es una
tarea impostergable, aun en medio del caos, porque las luces para navegar deben
seguir mostrando el camino, y porque la lucha por ser parte íntegra de un país,
con todas sus diferencias y diversidades, es un derecho irrenunciable.
Termino por reconocer que si no hubiera nacido
donde nací, otra hubiera sido mi poesía, pero me habría privado posiblemente de
sus mareas cambiantes, de sus árboles ariscos, de sus moluscos navegantes y sus
marimbas cósmicas, y del sonido del mar y de la selva que extravió la paciencia
de Balboa y enloqueció a los primeros conquistadores, pero a nuestros abuelos
les ayudó a entender que la vida seguía y a sus descendientes las grandes
metáforas del universo y de la vida.
Termino por recordar una frase que aparece en mi
primera novela, Otro naufragio para Julio: «Del
Pacífico nadie sale impune».
Termino con el breve poema que me hizo entender mi
vocación definitiva, y aparece en mi primer folleto de poesía: ¿Qué decir de este día cuyo sol es sangriento? / ¿Qué escribiré en
el libro de mis anónimas querellas?/Palabra: rescátame. / Poesía: averíguame.