domingo, 26 de abril de 2015


DOS MÚSICAS, DOS REGIONES COLOMBIANAS,  EN DOS HERMOSOS TEXTOS: Pacífico y Caribe

En Islario del Sur. 
Dirige: Alfredo Vanín Romero
alfredovanin@gmail.com

GUALAJO: EL HOMBRE DE LAS MARIMBAS ENCANTADAS. Un texto de Elizabeth Castillo a propósito del libro de reciente aparición sobre la vida del ilustre marimbero de Guapi (Cauca), ganador del Premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura de Colombia (2013), escrito por Alfredo Vanín Romero,  publicado por el Ministerio de Cultura, Bogotá 2014.


LA DANZA BUFA DE LOS NEGROS. Un texto de Libardo Barros (El Heraldo, Barranquilla abril 26 2015), ganador del Premio de Periodismo Ernesto McCausland.


 DOS REGIONES, DOS MÚSICAS EMPARENTADAS EN DOS HERMOSOS TEXTOS


Literatura y marimba Guapireñas en la Feria del Libro de Bogotá

Elizabeth Castillo Guzmán
Bogotá, abril 24 de 2015

José Antonio Torres Solís conocido como “Gualajo” es un creador de tradiciones de  marimba y uno de los mayores intérpretes del piano de la selva que actualmente tenemos en Colombia. Su majestuosa originalidad y fervor como músico durante siete décadas, le hizo merecedor en el año 2013 del Premio Nacional Vida y Obra que el Ministerio de Cultura concede a quienes con su trabajo tesonero honran el campo de las expresiones estéticas y artísticas de nuestro país.
 Con sus nombres y con su historia se publicó el libro “El Hombre de las Marimbas Encantadas”, de autoría de Alfredo Vanín Romero, y novedad editorial en la Feria Internacional del Libro que transcurre por estos días en Bogotá.
 “El Hombre de las Marimbas Encantadas” contiene ciento veintitrés páginas impresas en fino papel y  en una calidad digna de las obras de arte, cuya prosa en la pluma maravillosa de Vanín,  nos  lleva por la biografía de un hombre nacido y labrado en una marimba de chonta, cuya pobreza solo le hizo más altivo y más humano en su paso por el tiempo y en su oficio de hacer música para encantar al mundo.


 Cada apartado de este relato biográfico es un trozo de poesía y literatura, que se trenzan y  acompasan con las imágenes entrañables de Gualajo y sus rincones de vida cotidiana. Textos  que constituyen en su conjunto una pieza notable en la cual dos guapireños, músico y escritor cada quien, fundan un compadrazgo de partituras y metáforas sobre ese noble arte de esculpir la memoria cultural del pacífico afrocolombiano.
Vanín dice que el maestro Guajalo es un viajero de las “marimbas pensatónicas”, y de este modo resalta su condición de nómada de los ríos, de perseguidor de los sonidos que sobrevivieron al cambio de siglo, de ser ombligado en tiempos memorables de balsadas, tabaco y puja.
El pez marimbero como lo ha bautizado Vanín[1], hijo de Rogelia y José, fue parido el último día de 1939 en la vereda de Sansón, municipio de Guapi. A los quince años fabricó su primera marimba para nunca más separarse de sus tacos y sus tablillas, y forjar una trayectoria como creador e intérprete, que le hace dueño de un aplauso perpetuo en  el Festival de Música del Pacífico “Petronio Álvarez” y referente obligado en la historia de este género musical que hoy le da la vuelta al mundo.
“Gualajo” lleva 75 años de alegrías, penas, inspiraciones terrenales y avatares entres sus manos. Sesenta diciembres completa de convivencia con la marimba, en una unión libre e inquebrantable que conoce todos sus secretos, y de vez en cuando los vuelve tonadas y motivos de bambucos viejos, currulaos,  y bundes. Su álbum de recuerdos incluye viajes a varios países de Europa y parte de América Latina con su maleta de composiciones que sabe de memoria, y que él mismo ha enseñado a sus jóvenes discípulos.
 Con una delicadeza sonora, la escritura del maestro Alfredo Vanín celebra la existencia amorosa de Jose Antonio Torres, y su trasegar como hijo de dos continentes que palpitan en su piel de ébano, sus ecos de infancia en el río y sus arrugas de  felicidad.
Guapi esa tierra de poetas y escritoras de renombre, de artistas y salvaguardas de la palabra, de historias que estremecen los telenoticieros, y abandonos que cuestionan el poder de los poderosos; hoy nos ofrece una razón para enaltecer su existencia grandiosa con las voces de Jose Antonio Torres y Alfredo Vanín, en este concierto de  Marimba y Literatura Afropacífica.
Hay un motivo en la Feria Internacional de Libro para recordar la grandeza que proviene del “litoral recóndito” que sobrevive y se reinventa a espaldas de las montañas del Cauca.
 “En su última salida al exterior, al Encuentro Mundial de Marimbistas, en Chiapas, en el año 2012, el maestro Gualajo mostró el esplendor de su sencillez al presentarse con una marimba artesanal que cautivó al público, mientras los representantes de Canadá, Estados Unidos, México y Japón llegaron con marimbas industriales (la de Japón era un instrumento sofisticado, producido por la Yamaha)” Fragmento: Jose Antonio Torres Solís “Gualajo”.El Hombre de las marimbas encantadas. Premio Vida y Obra 2013 Ministerio de Cultura.  Autor: Alfredo Vanín Romero. Ministerio de Cultura, 2014.



[1] En realidad el nombre le fue dado por el periodista y escritor caleño Harold pardey.



La danza bufa de los negros

Libardo Barros
Premio Nacional de Periodismo Ernesto
McCausland
El Heraldo
2015-04-26 

Reproducimos el texto que plantea cómo la Danza de Negros, conocida como Son de Negros, expone una manera particular de asumir la vida. La burla de los bailarines evidencia el descreimiento frente a las solemnidades de la vida. La reportería se hizo en Soplaviento, Bolívar:
Todo el delirio de las pasiones humanas quedó reducido a simple invención de presumidos mortales esta mañana de sábado de carnaval cuando el grupo Danza de Negritos, dirigido por Antonio Almeida, desató su baile y su música por las calles del barrio Papindó, en Soplaviento (Bolívar).
Antonio Almeida, más conocido como Anto, es un mulato fornido y cincuentón que cultiva esta danza inventada hace más de dos siglos por negros libertos que se establecieron en los pueblos situados a orillas del Canal del Dique, en el Caribe colombiano.
A comienzos de los noventa, contratado por un grupo de Santa Lucía (Atlántico), vino al Carnaval de Barranquilla con doce integrantes de su grupo a desfilar en la Batalla de Flores. Entonces era poco lo que se conocía de este baile cantao, y bastó solo con esa vez para que esta danza –que mezcla la burla y la comedia en el marco de una música conga y versos jocosos– demostrara estar a la altura de otras que gozaban del apoyo oficial.
La Danza de Negritos, o Son de Negros, como también se le llama, tuvo un origen simultáneo en Repelón, Villa Rosa, Santa Lucía, Soplaviento, Arenal, Las Piedras, Hato Viejo, San Cristóbal, Mahates, Evitar, Malagana, Palenque y otros pueblos cercanos que la adoptaron como propia, dándole un estilo particular al canto y al toque de tambor. Pero desapareció por casi veinte años, excepto en Soplaviento, hasta que a comienzos de los noventa resucitó en Santa Lucía, gracias al Festival Son de Negros.

Bailar burlándose

La tragedia de los negros no es menor que la de ningún otro pueblo que se reclama como víctima de genocidios. Según Luz M. Martínez M. (Revista del Cesla, núm. 7, 2005), la cifra de esclavizados traídos a América se aproxima a los cuarenta millones, sin incluir a los muertos en barcos negreros ni asesinados en sitios de captura. En lo sucesivo, la vida de los esclavizados en América fue sometida a tratos inhumanos que no han sido radicados todavía.
Los judíos ilustran en la danza shema del Holocausto, al igual que en el cine, cientos de libros y múltiples eventos, el dolor ocasionado por el desarraigo violento y la muerte sistemática producidos por los nazis. De igual manera, los japoneses en la danza butoh, o danza de la oscuridad, como en otras expresiones artísticas reflejan los sufrimientos causados por las bombas atómicas lanzadas por los norteamericanos sobre Hiroshima y Nagasaki.
En las expresiones de estos pueblos milenarios el dolor resulta incuestionable. No admite cosa distinta a la aflicción y al luto perpetuo. Parecen dolidos por las falsas expectativas que se crearon sobre la humanidad. Su desconsuelo permite conocer en las solemnes expresiones de su arte, sobre todo en la danza, que el cuerpo no ha entendido ni podrá entender las dimensiones de la crueldad humana. Luego de asistir a la puesta en escena de estos dos tipos de danzas pareciera que los linderos de la maldad son infinitos, que un oráculo marcó las pautas de nuestro trágico destino y que lo único que nos queda es vivir discretamente sometidos a él.
A pesar del acoso de sus obcecados opresores, los negros fugados hallaron en la manigua y en las riberas del Canal del Dique, que apenas era un riachuelo, una respuesta singular que transgredía rituales y declaraciones ya conocidos. Amaron siempre esa tierra, por eso el atávico apego a su paisaje. No buscaron a ningún dios para pactar milagros, ni lugares de promisión. La vida estaba solo allí sin nada más de lo que había. De ahí en adelante bailar y cantar como el cuerpo siempre quiso fue saberse superior a cualquier verdugo.

Los cuerpos de los bailarines negros dicen otra cosa

Wilfred Almeida, el tercero de los hijos de Anto, nació con síndrome de Down hace treinta y cuatro años. Espontáneamente se fue incorporando al grupo y no fue necesario el permiso de nadie, porque como afirma su padre: «Este baile no tiene dueño; es de quien quiera meterse». Wilfred descubrió también en la danza el medio para no sentirse inferior frente a las vicisitudes de la realidad.
Se danza en cualquier momento porque la vida también es canto y baile. La morisqueta que se hace cuando la atarraya vacía sale del río o cuando sale llena es la misma. O cuando las cosechas son abundantes o pocas. Siempre hay gestos en el rostro que están más allá del bien y del mal.
Observándolos se entiende por qué descubrieron que el cuerpo puede hablar por sí solo y no esperar que se hable a través de él. Por eso, cuando los negros desatan su irreverente y libertaria danza, el resto no es más que una caricatura de lo que pretendía ser.
«En la Danza de Negritos –dice Anto– se le hace morisquetas a todo, uno se burla con seriedad de las cosas».
Mientras los negros bailan sin recato comprendemos que no hay nada que merezca ser respetado porque todo es convencional, que son pocas las cosas que se necesitan saber para vivir sin congojas, que hay en la infelicidad y la frustración colectivas algo que envilece, victimiza y paraliza.
Avisados de lo que se esconde detrás de la pena y la congoja, los negros desmienten con su danza las imposturas. Aprendieron que los malestares no son una norma sino un estado de excepción, por eso el baile y la música deben contribuir a reafirmar la otra verdad que el cuerpo ya conoce.

Danza teatralizada

Uno de los grandes problemas que se observan en la puesta en escena de esta danza es todo lo que implica su montaje. Es muy difícil para un coreógrafo ingenuo dimensionar la cosmovisión presente en este baile cantao. Si se desconoce su origen real y el sentido que le daban los esclavos libertos a la burla en los inmensos playones que se forman en el verano a lo largo del Canal del Dique, lo que se verá serán solo morisquetas. No se entenderá que ese tambor aglutinante, que marca el ritmo del baile y el canto, invita a iluminar lo prohibido. A aprender, haciéndolo, que todo el que se burla es superior a los antagonismos de su entorno. A cuestionar la solemne impostura y a señalar y señalar hasta el delirio que la burla, la risa, están más cerca de la verdad.
«El sonido del tambor de nosotros −declara Anto– no es igual al de otros pueblos. A nosotros nos suena más a música africana, a champeta. El golpe es más rápido».
Algunos lamentan que los grupos de otros pueblos quieren innovar pintando los labios a los bailarines o uniformando con colores fosforescentes a las parejas. Que le hayan dado a la música otro sentido, porque si se trata de llevarlo todo a la burla extrema, no hace falta tanta parafernalia.
«La gracia está en el cuerpo, no en la ropa. De todas maneras, cada uno lo hace como puede», expone Antonio Almeida.
La Danza de Negros de Soplaviento atrae porque en ella se evidencia un discernimiento que no proviene del logos. Sus inventores desde un principio supieron que cuando el cuerpo se expresa no cabe otro discurso. Fue una de las primeras danzas no religiosas, y como tal, una ganancia para la humanidad, que siempre estará más satisfecha si cumple el deseo de no tener cuentas pendientes con nada ni con nadie.

Antonio Almeida interpreta versos jocosos junto a otros compañeros, acompañando la Danza de Negritos por las calles polvorientas en Soplaviento.

Danza y carnaval

Quienes hoy día bailan Danza de Negros ya no son mulatos, por eso se tienen que untar el cuerpo con negro humo, manteca vegetal y miel de panela para no olvidar lo negro que siguen siendo. Tan pronto suena la música ya están los cuerpos moviéndose a gusto y celebrando las cuartetas cantadas por una voz líder que se apoya en un coro de músicos que interpreta guacharaca, tambor alegre y el resto hace sonar sus tablas o gallitos como si fueran palmas. El contacto con los espectadores es visual, mientras no se incorporen a la danza, y el roce de los cuerpos es inevitable, también los manchones negros en la ropa.  Los versos que se cantan desenfrenan los cuerpos iniciados en este camino de burlas y piruetas. En su transcurso, la danza se vuelve atemporal, el espacio pierde sus linderos. Los que bailan no esperan ni prometen nada porque su baile no está consagrado a ningún redentor humano ni celestial. Los bailarines y bailarinas se mueven invictos porque están despojados de toda lástima, de quejas o lamentos. No tienen pretextos para declararse víctimas de ninguna circunstancia. Si acaso lo olvidan, el canto se encarga de recordárselos:

El que está jodío
Que se joda…!!!
El que está jodío
Que se joda…!!!
Jueeee perro
Ay, ay, ay…!!!
Jueeee perro
Ay, ay, ay…!!!

Las calles por donde canten y bailen Anto y su grupo iluminarán el mundo. Bajo la canícula y el polvo con cada paso y cada gesto instaurarán el carnaval. Revelarán que la burla, la sorna y el descreimiento son la única vía para reconocernos mejor. Porque un lugar donde no sea posible reírse de lo que a cada uno le dé la gana será como el peor de los infiernos.


El autor con la estatuilla del premio (El Heraldo).

Sobre el autor:
Profesor de la Escuela Normal Superior La Hacienda y Uniatlántico.
profersorlibardobarros@gmail.com
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domingo, 29 de marzo de 2015

A propósito de César Vallejo

Un Domingo de Ramos que entré al mundo”

Islario del Sur saluda a César Vallejo desde este domingo

Islario del Sur - Alfredo Vanín


Nadie puede escapar de la órbita de Vallejo una vez que penetra en su mundo angustiado, tristísimo, innovador y rebelde.  Es el poeta  que continúa la voz nueva de Rubén Darío, pero lleva la poesía a las posibilidades expresivas,  imprescindibles en la vanguardia latinoamericana. Su poemario Los heraldos negros, el más popular entre nosotros, de claro acento modernista, dará paso a ese enigmático Trilce, que extrema los recursos literarios de sintaxis truncas, palabras creadas, neologismos y evocaciones extrañas de lo cotidiano y  lo existencial al mismo tiempo, anticipando el  surrealismo que después perdurará en Europa.
Su nombre completo era César Abraham Vallejo Mendoza. Dolorosamente peruano, nacido en Santiago de Chuco (16 marzo1892), murió en París (15 de abril de 1938),  como había predicho en su poema: Me moriré en París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo.  Sus fechas de nacimiento y muerte están relacionadas con esta época de viernes santos, de martirios y ausencias (“Tú no tienes marías que se van”, le dice a un Cristo que pese a todo no está solo en esa historia de los evangelios);  una época que ronda su poesía desde una visión humana, visceral, desolada. Terrible y solidariamente humano,  este maestro de escuela es  encarcelado por “rebelión y asonada”.  En la cárcel  edita Trilce, una publicación hecha por manos de presos, a los que dedica unas frases de agradecimiento memorables. Emigra a  España y luego a parís, de manera clandestina,  solidario siempre con la causa de los milicianos españoles, que es entonces una causa universal. De allí surgirán los  poemarios Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz,  de publicación póstuma. Fue enterrado en Montparnasse. Tuvo el acompañamiento de su abnegada mujer, Georgette Vallejo, poeta francesa que nace en París (1908) y muere en Lima (1984), quien cuidó del poeta y de su obra, permitiendo que sus manuscritos se salvaran íntegros, pese a la ocupación alemana de París.


Entregamos a nuestros lectores varios poemas de Vallejo, ligados a esa cristología tan humana del poeta, a sus imágenes de ausencias hondas que tanto influyen todavía en la poesía latinoamericana y universal moderna.

El poeta a su amada

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
(De Los heraldos negros, 1918)

Comunión

Linda Regia! Tus venas son fermentos
de mi no ser antiguo y del champaña
negro de mi vivir!

tu cabello es la ignota raicilla
del árbol de mi vid.
tu cabello es la hilacha de una mitra
de ensueño que perdí!

Tu cuerpo es la espumante escaramuza
de un rosado Jordán;
y ondea, como un látigo beatífico
que humillara a la víbora del mal!

Tus brazos dan la sed de lo infinito,
con sus castas hespérides de luz,
cual dos blancos caminos redentores,
dos arranques murientes de una cruz.
Y están plasmados en la sangre invicta
de mi imposible azul!

Tus pies son dos heráldicas alondras
que eternamente llegan de mi ayer!
Linda Regia! Tus pies son las dos lágrimas
que al bajar del Espíritu ahogué,
un Domingo de Ramos que entré al Mundo,
ya lejos para siempre de Belén!
(De Los heraldos negros, 1918)


LXV

Madre, me voy mañana a Santiago,
A mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
De llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,
Las tonsuradas columnas de tus ansias
Que se acaban la vida.  Me esperará el patio,
El corredor de abajo con sus tondos y repulgos
De fiesta.  Me esperará mi sillón ayo,
Aquel buen quijarudo trasto de dinástico
Cuero, que pára no más rezongando a las nalgas
Tataranietas, de corre a correhuela.
Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
                                   ¿no oyes tascar dianas?
Estoy plasmando tu fórmula de amor
Para todos los huecos de este suelo.
Oh si se dispusieran los tácitos volantes
Para todas las cintas más distantes,
Para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
Hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
Para ir por allí,
Humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
Hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos,
Que no puede caer ni a lloros,
Y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer
Ni un solo dedo suyo.

Así, muerta inmortal.
Así.
(De Trilce, 1921)

Piedra negra sobre una piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

(De Poemas humanos, 1939)

lunes, 23 de marzo de 2015

Hoy en islario del sur:
“Invisibles o desterrados”. Un texto del profesor José Antonio Caicedo Ortiz, de la Universidad del Cauca.
Homenaje al gran compositor de El Banco magdalena-Colombia),  José Barros, a cien años de su nacimiento.


 Un texto:

Publicamos el texto “Invisibles o desterrados”, como una manera de sentar precedentes. Hace pocos días, la senadora payanesa y uribista Paloma Valencia, lanzó una de las propuestas más desconcertantes de los últimos tiempos en Colombia, en vísperas del posible postconflicto. Se trata nada más y nada menos que de dividir el departamento del Cauca en dos pedazos: “uno para los indios y otro para los mestizos”, en vista de los reclamos y alzamientos de los indígenas por sus tierras usurpadas, prometidas y vueltas a usurpar.  Para que los indígenas –según ella argumenta- puedan dedicarse en sus resguardos a sus paros, sin perjuicio del “otro” Cauca, formado por mestizos. No mencionó a blancos ni a negros. Pero ya se sabe…
Paloma Valencia es, como su apellido lo indica, heredera de una familia de latifundistas. Su mayor coherencia estriba en que buscó el uribismo como dogma  político y en él la plataforma  para una despiadada  manera de torpederar los esfuerzos de miles de hombres y mujeres por crear un país para todos. En el caso que nos ocupa, un departamento para todos. El departamento del Cauca, el de mayor diversidad cultural de Colombia, cuna de una de las organizaciones indígenas más importantes de América nuestra (el CRIC)  y de una estrategia de lucha que nunca ha incitado a la violencia sino a la solución pacífica, pero necesaria,  merecedora de muchos reconocimientos internacionales.
Varias plumas reconocidas, entre ellas las de Antonio Caballero (revista Semana) y Julio César Londoño (Diario El país)  se han ocupado del exabrupto (así sea coherente con la manera de pensar de una derecha racista, feudal y cavernaria).
El profesor José Antonio Caicedo Ortiz  pertenece a la nueva y notable generación de investigadores y ensayistas afrocolombianos, riguroso en su indagación social e histórica y en la búsqueda de una pedagogía incluyente para los que no hacen parte del país de la senadora Paloma Valencia.



¿Invisibles o desterrados?
Jose Antonio Caicedo Ortiz
Profesor Universidad del Cauca

Las intervenciones de esta semana propiciadas por la senadora del Centro Democrático Paloma Valencia, han dado pie a que muchos se interroguen por el lugar de las poblaciones afrocolombianas en la lucha por la tierra en el Cauca. Su propuesta de dividir el departamento en dos, uno para indígenas y otro `para mestizos, o como lo escribió Antonio Caballero, para blancos, siguiendo el “alarde de corrección política” de la senadora, deja nuevamente por fuera a la gente  negra. Vale la pena recordar que no se trata solo de un acto de invisibilización, sino que en la vocación separatista de Valencia se refleja la mentalidad de olvido histórico hacia las poblaciones de origen africano, quienes desde el siglo XVI han enriquecido a las castas coloniales con su trabajo, sin recibir todavía mínimos actos de reparación, al contrario, el olvido se perpetua y se perpetua.
Pero además de la invisibilidad recurrente, pues todavía no se sabe, en qué lugar de la utopía de la paloma iremos a parar los afrocaucanos, se evidencia la indecente realidad actual de las poblaciones negras del Cauca. Y vale aprovechar los actos de sinceridad de congresistas como Valencia, quienes al abrir los polvorines del odio, nos activan la memoria para recordar que en relación con el tema de la tierra, los antiguos esclavizados obtuvieron con sudor y sangre sus territorios, que desde la época de las haciendas coloniales venían construyendo en medio de la ignominiosa condición de la esclavización, hasta apropiarlos  y fundar varios poblados, construyendo familias, barriadas y pueblos de libres, territorios que ya no pertenecen a sus descendientes, porque el antiguo esclavismo fagocitó en otras modalidades latifundistas produciendo un nuevo episodio de destierro, que hoy tiene a muchas familias afrocaucanas en condiciones de proletarización.
La propuesta de la senadora Paloma no incluye a los afros, pues como suele suceder en casi todos los temas que tiene que ver con derechos territoriales, estas comunidades pasan de ser invisibles a desterradas, pues no está de más recordar que en el Cauca se presenta una de las mayores crisis humanitarias, como en la costa Pacífica, donde 12 millones de hectáreas tituladas en los años noventa a las comunidades negras, hoy son tierra de violencia y de nuevo despojo.
Pareciera que los y las afrocaucanos son un azar de la historia y por ello no suenan cuando se piensa en la conformación territorial del departamento, en una región cuyo porcentaje de estas poblaciones llega al 30%.  Como en el triste y celebre episodio de la Asamblea Nacional Constituyente de 1990,  la gente negra vuelve a quedar por fuera del mapa. ¿Invisibles o desterrados?  Es mi pregunta. Seguramente estamos frente a dos caras del mismo asunto. Invisibles porque a pesar de la evidencia material, económica, estadística  y cultural de las comunidades afrocolombianas, en el Cauca no se les nombra, ni siquiera en la mentalidad segregacionista de la senadora Valencia, pero también desterrados, porque en este departamento, las hijos de la diáspora siguen buscando el derecho a sus  tierras,  despojadas desde mediados de los años cincuenta del siglo xx, cuando la marea verde, a través de diversas estrategias sumió a sus antiguos dueños en desterrados y como el en viejo esquema colonial en condición de neo esclavización. 
No se trata ahora de cuestionar o poner interrogantes morales respecto de la legítima lucha del movimiento indígena, sino más bien de hacer notar la recurrente invisibilidad sobre las poblaciones negras, cuando de derechos se trata, quizás no así cuando de alegrar el mundo de la caucanidad con su cultura y su folclor.
Ojala todo esto no se trate de una maniquea estrategia para utilizar la grave situación de tierras de las comunidades negras para deslegitimar o condicionar las demandas de los pueblos indígenas o campesinos, tal como se intentó por parte de parlamentarios caucanos durante los años noventa, a propósito de los debates sobre la creación de las entidades territoriales indígenas (ETIs) en el norte del Cauca. Pareciera que para las elites hacendatarias y parlamentarias, como a la vieja usanza, convivir en medio de las diversidades culturales y étnicas es un problema y una amenaza.
En el  Cauca se ha demostrado durante siglos que es posible construir juntos en medio de una gran diversidad lingüística, cultural, productiva y de modos de ver el mundo. Seguramente esto es menos probable en las antiguas casonas donde pervive la pureza de castas, pero este departamento es mucho más que unas cuantas calles señoriales. Es por esto que no tiene ni pies ni cabeza pretender dividir una región cuya riqueza es el resultado de una diversidad que convive a pesar de las enormes dificultades y desigualdades existentes. Por esa simple razón de convivencia histórica de diversidades, es que propuestas como la de la senadora Valencia, nos devuelven a los tiempos de las cavernas de capillas y pilones.
Aviso: Y mientras suben y bajan las opiniones de todo tipo y acento ¿qué dice el gobierno frente al pliego de peticiones de los pueblos indígenas del Cauca?  No vaya a ser que pasemos por despalomados y se nos olvide el motivo original de este conflicto. ¿Qué va a pasar con los territorios de las comunidades afrocaucanas? No creo que la salida sea pensar en un tercer ¨departamento para negros¨, como algunos ya deben estar imaginando, sino aceptar que estas poblaciones también tienen derechos territoriales.

Un homenaje:


El compositor de El Banco (Magdalena) cumplió cien años de haber nacido (El Banco, Magdalena, 21 de marzo de 1915 - Santa Marta, 12 de mayo de 2007). Por las cadenas de televisión Señal Colombia y Telepacífico se transmitió desde la tierra natal del genial y frondoso compositor un  hermoso homenaje musical a su vida y obra, que cerró Totó La Momposina con un público de pie, contagiado del poder de las canciones y la voz de Totó, a quien habían precedido otros músicos y cantantes como María Mulata, para que la magia fuera subiendo de tono. No faltaron las cumbias, los boleros de su autoría. Por supuesto, “La piragua”. No faltó en la presentación de Totó, el rasgado de jazz de una guitarra y los tambores de legendario origen. La ministra de Cultura estuvo allí, en medio del disciplinado público banqueño.


Ver el homenaje completo en:


Hasta el próximo día de otro encuentro con islario del sur. 
Desde el sur lo diverso
Alfredo Vanín

lunes, 16 de marzo de 2015

Ánima doble, de Alfredo Vanín   
Y un relato de Ambrose Bierce


Un evento:

Presentación del poemario Ánima doble, del poeta Alfredo Vanín, en la Biblioteca del Centenario de Cali, el jueves 18 de marzo a  las 7 pm. Presenta el poeta Leopoldo de Quevedo.



Gravitaciones

Desde el primer instante del  big bang
estaba previsto el fulgor de tus ojos
las sandalias azules que llevarías esa noche
la primera casa que habitamos
incluso este salario
que a duras penas nos alcanza
para el final del mes.


Olvido en ciernes

Un día me haré el sordo contigo
dejaré de hablarte
no pronunciaré tu nombre a menos que la cobardía  me obligue
no te hablaré de mi soledad en este cantil de las tormentas
ni de los aguaceros que inundaron mi casa
y se llevaron los dientes  del abuelo a otros patios
un día no volveré a preguntarte por los besos robados
tomaré revancha de tanta cosa rota
de tanto pie llagado
indescifrable en mi álgebra de luto
un día me haré el sordo
y el santo de humo que escondes baja la almohada
crujirá cada  noche.

Rumores

Este fantasma que atraviesa el andén podría
 ser tu padre
que todavía clama su venganza
y mira al otro lado
para que no lo reconozcas
ni perturbes su vida.


Ánima doble hace parte de la Colección Letras Nueve poetas colombianos, de la Fundación Arte es Colombia, que dirige Francia Escobar, publicada en Bogotá en noviembre de 2014.



Un relato:  


Aceite de perro, de Ambrose Bierce. Escritor estadounidense nacido en Meigs, Ohio, el 24 de junio de 1842. Fue soldado en las tropas de la Unión, durante la Guerra de Secesión, durante los años 1861-1865. Colaboró con periódicos de Estados Unidos e Inglaterra, donde vivió una temporada. Murió posiblemente en  en Chihuahua, México, en 1914, siguiendo las tropas de Pancho Villa. De él se perdió todo rastro.
Su prosa efectista, su humor negro y satírico, su vehemencia y precisión en el relato, lo hicieron muy popular, lo distinguen y lo preservan del olvido. Un crítico lo apodó El amargo Bierce. Entre sus obras nombramos:     Es muy célebre su relato “Un suceso en  el Puente del Búho”, lleno de realismo y de extraña ficción, de juego con el tiempo y la muerte.

Una de sus frases: “Si deseas que tus sueños se hagan realidad, ¡despierta!”


Aceite de perro

Ambrose Bierce

Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro y mí madre poseía un pequeño estudio, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición, ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular, aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta sin agregar lo que les gustaba designar Lata de Óleo. Es realmente la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo, hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de hacer de mí un pirata.
A veces, al evocar aquellos días, no puedo sino lamentar que, al conducir indirectamente a mis queridos padres a su muerte, fui el autor de desgracias que afectaron profundamente mi futuro.

Una noche, al pasar por la fábrica de aceite de mi padre con el cuerpo de un niño rumbo al estudio de mi madre, vi a un policía que parecía vigilar atentamente mis movimientos. Joven como era, yo había aprendido que los actos de un policía, cualquiera sea su carácter aparente, son provocados por los motivos más reprensibles, y lo eludí metiéndome en la aceitería por una puerta lateral casualmente entreabierta. Cerré en seguida y quedé a solas con mi muerto. Mi padre ya se había retirado. La única luz del lugar venía de la hornalla, que ardía con un rojo rico y profundo bajo uno de los calderos, arrojando rubicundos reflejos sobre las paredes. Dentro del caldero el aceite giraba todavía en indolente ebullición y empujaba ocasionalmente a la superficie un trozo de perro. Me senté a esperar que el policía se fuera, el cuerpo desnudo del niño en mis rodillas, y le acaricié tiernamente el pelo corto y sedoso. ¡Ah, qué guapo era! Ya a esa temprana edad me gustaban apasionadamente los niños, y mientras miraba al querubín, casi deseaba en mi corazón que la pequeña herida roja de su pecho -la obra de mi querida madre- no hubiese sido mortal.

Era mi costumbre arrojar los niños al río que la naturaleza había provisto sabiamente para ese fin, pero esa noche no me atreví a salir de la aceitería por temor al agente. "Después de todo", me dije, "no puede importar mucho que lo ponga en el caldero. Mi padre nunca distinguiría sus huesos de los de un cachorro, y las pocas muertes que pudiera causar el reemplazo de la incomparable Lata de Óleo por otra especie de aceite no tendrán mayor incidencia en una población que crece tan rápidamente". En resumen, di el primer paso en el crimen y atraje sobre mí indecibles penurias arrojando el niño al caldero.

Al día siguiente, un poco para mi sorpresa, mi padre, frotándose las manos con satisfacción, nos informó a mí y a mi madre que había obtenido un aceite de una calidad nunca vista por los médicos a quienes había llevado muestras. Agregó que no tenía conocimiento de cómo se había logrado ese resultado: los perros habían sido tratados en forma absolutamente usual, y eran de razas ordinarias. Consideré mi obligación explicarlo, y lo hice, aunque mi lengua se habría paralizado si hubiera previsto las consecuencias. Lamentando su antigua ignorancia sobre las ventaja de una fusión de sus industrias, mis padres tomaron de inmediato medidas para reparar el error. Mi madre trasladó su estudio a un ala del edificio de la fábrica y cesaron mis deberes en relación con sus negocios: ya no me necesitaban para eliminar los cuerpos de los pequeños superfluos, ni había por qué conducir perros a su destino: mi padre los desechó por completo, aunque conservaron un lugar destacado en el nombre del aceite. Tan bruscamente impulsado al ocio, se podría haber esperado naturalmente que me volviera ocioso y disoluto, pero no fue así. La sagrada influencia de mi querida madre siempre me protegió de las tentaciones que acechan a la juventud, y mi padre era diácono de la iglesia. ¡Ay, que personas tan estimables llegaran por mi culpa a tan desgraciado fin!

Al encontrar un doble provecho para su negocio, mi madre se dedicó a él con renovada asiduidad. No se limitó a suprimir a pedido niños inoportunos: salía a las calles y a los caminos a recoger niños más crecidos y hasta aquellos adultos que podía atraer a la aceitería. Mi padre, enamorado también de la calidad superior del producto, llenaba sus cubas con celo y diligencia. En pocas palabras, la conversión de sus vecinos en aceite de perro llegó a convertirse en la única pasión de sus vidas. Una ambición absorbente y arrolladora se apoderó de sus almas y reemplazó en parte la esperanza en el Cielo que también los inspiraba.

Tan emprendedores eran ahora, que se realizó una asamblea pública en la que se aprobaron resoluciones que los censuraban severamente. Su presidente manifestó que todo nuevo ataque contra la población sería enfrentado con espíritu hostil. Mis pobres padres salieron de la reunión desanimados, con el corazón destrozado y creo que no del todo cuerdos. De cualquier manera, consideré prudente no ir con ellos a la aceitería esa noche y me fui a dormir al establo.

A eso de la medianoche, algún impulso misterioso me hizo levantar y atisbar por una ventana de la habitación del horno, donde sabía que mi padre pasaba la noche. El fuego ardía tan vivamente como si se esperara una abundante cosecha para mañana. Uno de los enormes calderos burbujeaba lentamente, con un misterioso aire contenido, como tomándose su tiempo para dejar suelta toda su energía. Mi padre no estaba acostado: se había levantado en ropas de dormir y estaba haciendo un nudo en una fuerte soga. Por las miradas que echaba a la puerta del dormitorio de mi madre, deduje con sobrado acierto sus propósitos. Inmóvil y sin habla por el terror, nada pude hacer para evitar o advertir. De pronto se abrió la puerta del cuarto de mi madre, silenciosamente, y los dos, aparentemente sorprendidos, se enfrentaron. También ella estaba en ropas de noche, y tenía en la mano derecha la herramienta de su oficio, una aguja de hoja alargada.

Tampoco ella había sido capaz de negarse el último lucro que le permitían la poca amistosa actitud de los vecinos y mi ausencia. Por un instante se miraron con furia a los ojos y luego saltaron juntos con ira indescriptible. Luchaban alrededor de la habitación, maldiciendo el hombre, la mujer chillando, ambos peleando como demonios, ella para herirlo con la aguja, él para ahorcarla con sus grandes manos desnudas. No sé cuánto tiempo tuve la desgracia de observar ese desagradable ejemplo de infelicidad doméstica, pero por fin, después de un forcejeo particularmente vigoroso, los combatientes se separaron repentinamente.

El pecho de mi padre y el arma de mi madre mostraban pruebas de contacto. Por un momento se contemplaron con hostilidad, luego, mi pobre padre, malherido, sintiendo la mano de la muerte, avanzó, tomó a mi querida madre en los brazos desdeñando su resistencia, la arrastró junto al caldero hirviente, reunió todas sus últimas energías ¡y saltó adentro con ella! En un instante ambos desaparecieron, sumando su aceite al de la comisión de ciudadanos que había traído el día anterior la invitación para la asamblea pública.

Convencido de que estos infortunados acontecimientos me cerraban todas las vías hacia una carrera honorable en ese pueblo, me trasladé a la famosa ciudad de Otumwee, donde se han escrito estas memorias, con el corazón lleno de remordimiento por el acto de insensatez que provocó un desastre comercial tan terrible.