A PARTIR DE MAÑANA
Elecciones
presidenciales en Colombia
Colombia
tiene la oportunidad mañana domingo 15
de este mes de junio a dirimir de manera favorable una de las elecciones
presidenciales más controversiales de su
historia: podrá decidir si se recuperan las banderas de Uribe como lo prometió
su candidato Zuluaga, o continuar dando un paso adelante en la búsqueda de
acuerdos entre el estado y las guerrillas para empezar a poner fin al conflicto
que ha matado a miles de colombianos y
ha dejado a millones de hombres y mujeres huérfanos, viudos, desplazados, desde
hace muchas décadas.
Juan
Manuel Santos representa a un sector de la derecha colombiana que si bien pertenece
a al establecimiento, a una burguesía urbana, y fue ministro de Defensa del anterior
gobierno de Uribe, por fin ha entendido que la presencia forzosa de millones de
campesinos en las ciudades no permite consolidar el más mínimo proyecto
productivo rural, que la ciudad no puede absolverlos y que por el contrario se hace
imposible cualquier proyecto de gobierno, por leves que sean sus intenciones de
cambio.
De
otro lado, la audaz ultraderecha, no
solo quiere perpetuar sino también intensificar este conflicto a muerte. Al firmarse
un acuerdo de paz, quedaría sin justificación el paramilitarismo, la
beneficiosa guerra de los altos mandos no demandaría los fondos que por ahora
recibe la guerra, y el despojo de las tierras de los campesinos desplazados o
muertos no tendría un camino tan expedito. Y, además, todos tendríamos que ser
llamados a cuentas, desde los más altos militares y políticos, si en realidad
queremos establecer responsabilidades, para a su vez permitir esa
reconciliación desde adentro, como nos lo han enseñado otros países.
Los
más de 6 millones de víctimas y similar número de hectáreas tomadas por
comandantes e ideólogos del paramilitarismo o por jefes de las Farc, por
latifundistas tradicionales o de nuevo cuño, y el
tráfico de la droga en sitios estratégicos como el Pacífico, se verían
obstaculizados con un proceso de paz en el que el ciudadano pueda al menos volver
a ejercer el derecho de habitar su territorio sin los sobresaltos de la guerra,
la que a muchos ha despertado en plena noche para salir huyendo o quedar
desmembrado en una fosa común o a la deriva en un saco de plástico por las
aguas de ríos o del mar.
A
partir de mañana tendremos un saludable respiro, o por el contrario se intensificarán los ruidos de los cañones y
el desplazamiento, un propósito para el que el Centro Democrático ha concitado
ya a los generales en retiro, a los generales que dicen ver vulnerados sus
derechos porque se les sorprendió en corrupción, en falsos positivos y otros
males militares, no producto de manzanas podridas sino de consignas claras del
cuerpo y del espíritu militares de la era uribista.
Lo
grave es que muchos compatriotas solo quieren ver lo externo: la ¨paz¨ de las
carreteras, la aparente calma que se produce cuando tienes un ejército en cada
vuelta del camino, a un costo infinito, sin que se ataquen las verdaderas
causas del conflicto, basado en la desigualdad, la discriminación social, el
atropello del poder, la carencia de vida digna para la mayoría del pueblo
colombiano, males que el conflicto acentúa, así la aparente calma les permita a
los hacendados ir con alguna tranquilidad a sus fincas y a muchos ilusos
considerar que se acabó lo que guerra, o que nunca la hubo.
A
partir de mañana seremos un pueblo un poco más comprensivo con los vecinos de
adentro y de afuera de las fronteras nacionales, o echaremos a pique toda
confianza entre los países que son nuestros hermanos por razones más poderosas
que el desmedido ego de algunos dirigentes que quieren ver y hacernos ver el
comunismo hasta en la sopa; que prefieren mantener en el protagonismo a los
mandos militares de la guerra y no a los campesinos de la paz, que se
inmiscuyen en el proyecto político de los vecinos solo porque no corresponde a
la visión de ellos.
A
partir de mañana, seremos o un poco más civilizados, o un poco más ensangrentados
que hoy. Podremos dedicar mayores esfuerzos a reconstruir un país que no ha
tenido respiro, atacado por los males de la corrupción, la cooptación del
estado, la inequidad, el robo de la salud y de la educación, o continuar en la
labor de zapa del país, de su energía creadora, de su talento y diversidad étnica
y cultural, solo para satisfacer el ego de un caudillo que sabe manipular los
hilos de las marionetas para tomarse los tres poderes constitucionales: senador
electo con una importante bancada, con gran ascendiente sobre los militares,
sobre las cortes y sobre influyentes gamonales políticos.
Que
a partir de mañana prevalezca la sensatez y podamos empezar a ser ciudadanos
sin los temores de hoy y decididos a tomar las decisiones que jamás hemos
tomado como país asolado, donde la viveza es la más aplaudida de las virtudes,
donde los capitanes de la mafia son convertidos en héroes y los políticos o militares
que son condenados por sus hechos aparecen como víctimas de montajes.
Que
a partir de mañana no tengamos como proyecto de vida la alianza con grupos
neonazis, ni apoyemos las tropelías de los países poderosos contra los países
cuyo mayor delito sea poseer recursos como el petróleo y una religión distinta,
pero que en el fondo surge de la misma fuente del cristianismo.
Que
a partir de mañana, sin invocar actos de magia, ni redentores, ni caudillos,
Colombia empiece por fin a hacer el recuento de sus muertos y el balance de su
tragedia, que empiecen las reparaciones y forjemos entre todos una propuesta de
país que nos ponga en la ruta sin retorno al conflicto, que ha dejado más de
550.000 muertos, en más de 55 años de guerra, en la que en solo en las últimas
tres décadas, como lo refiere el grupo de memoria histórica, se cometieron
cerca de dos mil masacres, localizadas en tierras altamente productivas o
estratégicas, donde habitan o habitaban afrocolombianos, indígenas y mestizos
de este país de rabias eternas entre sí y de afrentas contra el otro diferente.
Ojalá
que a partir de mañana no ocurra ni una sola masacre más, ni por manos de la
oposición armada, ni consentida o perpetrada por las armas del estado.
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