miércoles, 26 de noviembre de 2014

HAITÍ-REPÚBLICA DOMINICANA: UNA RELACIÓN IMPUESTA POR EL COLONIALISMO
Una entrevista a dos novelistas de la isla: la haitiana Edwige Danticat (1969) y el dominicano Junot Díaz, ambos residentes en Estados Unidos.

Edwige Danticat (1969) fue considerada en 1996 como una “de los 20 mejores americanos jóvenes”.  En 2008 fue premiada con el National Book Critics Circle Award por su libro Brother, I´m dying.

Junot Díaz  (1968) es una de las grandes voces literarias de América latina en Estados Unidos, comprometido con la causa de los inmigrantes. Fue premio Pulitzert de novela con su obra La breve y maravillosa vida de Oscar Wao, que desnuda el imperio del terror del dictador Trujillo.

“El antihaitianismo es ideología racista, sea practicada por Francia, EE.UU, RD o las élites haitianas”.

Por Servicios de Acento.com.do. 9 de agosto de 2014
"Y realmente tenemos que encontrar una manera de conseguir sacar a nuestras elites de entre nosotros. Ellas han hecho más para promover la circulación del odio y la sospecha que nadie. Sigo imaginando lo que sería posible, si nuestras élites no estuvieran gritando en nuestros oídos constantemente"
República Dominicana y Haití vistas desde la diáspora en una entrevista a los escritores Junot Díaz y Edwidge Danticat
Publicado por Americas Society and Council of the Americas.
Una conversación con Edwidge Danticat y Junot Díaz – (Richard André/ Americas Quarterly)
En un fallo histórico, el Tribunal Constitucional de la República Dominicana en septiembre pasado despojó a un estimado de 210,000 personas, la mayoría de los cuales son dominicanos nacidos de haitianos trabajadores de la caña, de su ciudadanía, al hacerlos, de hecho, apátridas. La protesta de la comunidad internacional que se produjo incluye a Junot Díaz y Edwidge Danticat, dos de los autores contemporáneos más conocidos de la isla de La Española. Amigos desde hace más de 20 años, Danticat (de Haití) y Díaz (de la República Dominicana) han sido implacables en su condena a la sentencia. En un intercambio escrito moderado por el editor de producción de Américas Quarterly y el haitiano-estadounidense Richard André, Díaz y Danticat analizan las raíces y legados del racismo y los conflictos en los países vecinos, el impacto de la decisión del tribunal, y la responsabilidad de la diáspora para construir puentes entre dominicanos y haitianos y defender los derechos humanos en el país y en el extranjero.
Americas Quarterly: ¿Qué creen ustedes que la mayoría de los haitianos y dominicanos no entienden sobre el país vecino?
Díaz: Depende de a quién le estás preguntando. Algunas personas del lado de la República Dominicana saben mucho más acerca de su vecino que otros. Algunos dominicanos son en realidad descendientes de ese vecino y podría saber algunas por esa razón.
Sin embargo, no hay duda de que no hay suficiente contacto real, y que las manifestaciones antihaitianas de ciertos sectores en la República Dominicana han contribuido a ensanchar la brecha entre ambas naciones, y han hecho más difícil para nuestras comunidades estar en una comunión fructífera, excepto a través de las generalizaciones más simplistas, divisionistas y en el lado dominicano, sensacionalmente racistas sobre los otros. Pero si tengo que responder en forma más específica: [ninguna de las partes entiende que] somos hermanas y hermanos, que compartimos una isla pobre y frágil, y que sin una verdadera solidaridad no vamos a lograrlo.
Danticat: Estoy de acuerdo en que tiene mucho que ver con a quién usted le está preguntando, y también el lugar donde se encuentra. Hay muchas familias mixtas, por supuesto; y en muchos lugares de la isla, las personas que crecen en estrecha proximidad son prácticamente indistinguibles físicamente.
También hay una gran cantidad de personas que entienden que compartimos una lucha común, y especialmente, que los pobres de ambos lados de la isla están luchando contra el mismo tipo de políticas de detención e inmigración en la diáspora. Tal vez necesitemos saber más acerca de estas personas. Con frecuencia, en el diálogo sacamos nuestras cicatrices históricas, pero no nuestros puentes históricos; esto, debido a que nuestros vecinos están exclusivamente definidos por lo que nos hicieron a nosotros, en lugar de por lo que podemos hacer juntos.
Dicho esto, creo que algunos -en verdad, no todos- dominicanos tienen una idea muy limitada, casi estereotipada de lo que una persona haitiana parece y de cómo actúa. Y con frecuencia esto tiene que ver con la gente en contra de las que algunos están más prejuiciados: las personas que trabajan en los bateyes. Cuando yo solía viajar a República Dominicana, tenía que pasar los primeros 15 minutos en una buena cantidad de conversaciones que iban y venían con alguien que trataba de convencerme de que yo no soy realmente haitiana porque ellos creen que saben lo que se supone que es un haitiano.
Conozco a muchas personas que nunca salieron de Haití y que también han tenido esa experiencia. Esto está arraigado en un tipo de falta de flexibilidad; una incapacidad por parte de algunos para vernos de diferentes maneras: como vecinos, amigos, aliados, y como hermanos y hermanas, en un sentido más abierto y más amplio.
AQ: En su opinión, ¿qué papel tiene la historia en la forma en que las dos naciones interactúan?
Díaz: Mucho. Pero para mí decir simplemente que “la historia desempeña un papel” sin por lo menos tratar de examinar los hechos duros de lo que ocurrió realmente, sólo serviría para oscurecer tanto la ya compleja situación, como la profunda culpabilidad que las potencias europeas y norteamericanas tienen en la miseria de Haití y en el conflicto entre Haití y la República Dominicana.
Tenemos que tirar con todo lo que podamos al gobierno dominicano para detener esta farsa. Necesitamos protestas y cartas y correos electrónicos… Afortunadamente, hay un montón de organizaciones e individuos que luchan por esto. La historia, de hecho, tiene un papel en lo que estamos viendo hoy. Pero es una historia compleja, multivalente, que involucra al exdictador Rafael Trujillo y el genocidio [contra los haitianos y dominicanos de ascendencia haitiana]; una historia sobre la que se cierne la depredación de Europa y EE.UU. y las élites haitianas y, sí, también la República Dominicana.

No hay duda de que muchas élites dominicanas históricamente, han hecho uso de una metafísica de odio hacia Haití para ganarse el favor de los poderes coloniales, y también como una manera de modular toda clase de contradicciones internas dentro del Estado dominicano (y como una forma de consolidar el poder a través de las prácticas nacionalistas). Pero la tortuosa historia de la República Dominicana con Haití no puede entenderse al margen de la historia mayor de las potencias coloniales que ayudaron a iniciar a la RD en la metafísica del odio hacia Haití, en primer lugar.
Danticat: La historia tiene un papel muy importante, por supuesto. No sólo la historia de la cual no se puede evitar hablar -los tiempos en que los líderes de nuestro lado de la isla estaban también en su lado de la isla. O la masacre de Trujillo en 1937. Algo que no se menciona tan a menudo es que a principios del siglo XX (de 1915 hasta 1934 para Haití, y desde 1916 hasta 1924 para la República Dominicana), la totalidad de la isla estuvo ocupada por Estados Unidos.
Por otra parte, en RD, en la década de 1960, Trujillo -quien no sólo organizó una masacre, sino que acabó con varias generaciones de familias dominicanas- fue entrenado durante la ocupación por los Marines de EE.UU. y puesto en el poder cuando estos se retiraron. Lo mismo ocurrió con el ejército haitiano, que aterrorizó a los haitianos durante generaciones. No es una cuestión de culpar, sino un hecho histórico.
Los intereses azucareros estadounidenses se hicieron más y más poderosos durante la primera ocupación, y EE.UU. incluso tenía una mano en la toma de decisión sobre cuál debía ser la frontera entre los dos países. Así que hemos tenido nuestros propios problemas internos, pero también ha existido esta muy poderosa intromisión histórica para asegurarse de que nos mantengamos divididos, para que nuestros recursos puedan ser hurtados más fácilmente, como en el caso de la producción de azúcar; o para servir como un muro contra el comunismo.
Cuando la gente habla de “color” (de piel) en la República Dominicana y estoy seguro de que esta no es la única fuente del asunto, uno puede imaginar a estos Marines del sur de los EE.UU. que llegaron durante las ocupaciones estadounidenses y establecieron sus clubes y sus jerarquías, tal como lo hicieron en Haití, premiando cualquier tipo de proximidad a la blancura, empujándonos más allá de color, hacia a una versión del sistema Jim Crow estadounidense.
AQ: ¿Qué se puede hacer para sanar esas cicatrices históricas?
Danticat: Tenemos que seguir hablando entre nosotros y airear las diferentes capas de la verdad. Tenemos que estar dispuestos a escuchar a la otra parte y aceptar ser interrogados como nosotros también interrogamos a los otros. No sólo aquí, donde es más fácil, sino también en la isla. A menudo, cuando se habla de curación, la gente piensa que te refieres a la ocupación cultural. Tenemos que encontrar formas de tener conversaciones difíciles sobre cómo hemos llegado hasta aquí.
Sé que esas conversaciones se llevan a cabo. Sé que muchos de los activistas las están teniendo entre ellos, y los estudiantes, y los amigos. Pero las personas que hablan más alto hablan con las leyes que ellos mismos crean, o con la idea de que hay toda una maquinaria nacionalista detrás de ellos.
Tenemos que seguir dialogando, y no sólo en la forma en que los jefes de los gobiernos emplean para dar la apariencia de que “consiguieron esto”, mientras esperamos a que vengan con algún tipo de solución, que probablemente significará más dinero en los bolsillos de la gente de la parte superior que buscan nuestra licencia y nuestro silencio para poder seguir adelante con sus proyectos de comercio, turismo, etc.
Pero tenemos que seguir hablando entre nosotros sin descartar al otro lado por completo. Siempre me resulta muy doloroso recordar que muy pocos líderes haitianos han mostrado mucho cuidado o preocupación por las personas que trabajan en los campos de caña en la República Dominicana. Durante la dictadura Duvalier [Francois y Jean-Claude], las personas eran capturadas por los Tonton Macoutes [milicia de Duvalier] y prácticamente vendida a través de la frontera.
Cuando era niño, yo conocí a muchas personas que les sucedió esto. Después de la masacre de 1937, los extranjeros tuvieron que llamar la atención de nuestro entonces presidente. El gobierno haitiano se mantuvo en silencio total durante semanas después de la reciente sentencia del Tribunal Constitucional. Esa reacción nos recordó -como si hubiera necesidad de recordárnoslo- que nuestros gobiernos, sin importar de qué lado de la isla sean, discriminan a los pobres.

AQ: Para citar a alguien que sé que te gusta, Oscar Wilde, en El retrato de Dorian Gray, escribe: “Las curvas de tus labios vuelven a escribir la historia”. Así que vamos a seguir hablando de todo.
Díaz: Todos los que quieren ver un mejor futuro para nuestras naciones tienen que luchar contra las toxicologías del pasado mediante la práctica de las técnicas revolucionarias simples del contacto, la compasión y la solidaridad crítica. Y realmente tenemos que encontrar una manera de conseguir sacar a nuestras elites de entre nosotros. Ellas han hecho más para promover la circulación del odio y la sospecha que nadie. Sigo imaginando lo que sería posible, si nuestras élites no estuvieran gritando en nuestros oídos constantemente.
AQ: ¿Qué papel, en su opinión, tienen la raza y la clase en el conflicto, pasado y presente, entre haitianos y dominicanos?
Díaz: El antihaitianismo es una ideología racista, ya sea practicada por Francia, EE.UU., República Dominicana o las élites haitianas. El tema racial está en el centro mismo. Es un racismo nacido del colonialismo, cuyo principio fundamental es que la gente “de color” no son seres humanos. No son sólo los blancos los que acogen su lógica bestial. Si sólo los blancos estuvieran implicados en la supremacía blanca, habría sido mucho más fácil de extirpar, pero, por desgracia, la hidra ha injertado una cabeza que sisea en todos nosotros.
Danticat: También tenemos una situación, creo que en ambos lados de la isla, o tal vez realmente en todo el mundo, pero podría parecer más pronunciada en estos dos países, donde el color de la piel pálido es una especie de moneda, donde el color de la piel puede ser percibido como una especie de clase por sí misma. Incluso, en la primera república negra del mundo, aún no estamos exentos de eso.
AQ: ¿En qué aspectos ustedes que los haitianos y los dominicanos pueden encontrar puntos en común?
Díaz: ¿No somos un pueblo africano de la diáspora, los sobrevivientes del mayor acto de inhumanidad sostenido de este mundo, que comparte una hermosa isla? ¿No estamos siendo lentamente destruidos por las mismas fuerzas que el colonialismo puso en juego? ¿El hecho de que nuestras élites gasten tanta energía para mantenernos separados no indica que nuestra última liberación comienza con que nosotros nos unamos?
Muchos de nosotros ya trabajan juntos, tanto en casa como en la diáspora. Un día, nos convertiremos en la mayoría, y sospecho que en la escatología revolucionaria del futuro, este será el primer sello cuya apertura indicará nuestra liberación.
Danticat: No quiero sonar “kumbayesca”* sobre esto, pero compartimos una vulnerabilidad; una vulnerabilidad ambiental común. Ciertamente, compartimos algunas fallas desagradables. Nuestra gente a menudo termina en los mismos barcos, en los mismos mares. Los haitianos gastan millones de dólares en productos dominicanos, por lo que son socios comerciales, formal e informalmente. Algunas personas comparten linajes, sangre, una historia común.
Dos novelistas no van a resolver este problema. Se requerirá un poco de elasticidad real para llegar a un punto de equilibrio en el intercambio, y tal vez el conocimiento básico de  que los haitianos no están tratando de destruir a la República Dominicana, como tampoco los dominicanos están tratando de destruir a los Estados Unidos cuando vienen aquí. Y la parte kumbayesca, por supuesto, es que somos más fuertes juntos que cada uno estando por su lado.
AQ: ¿Qué fue lo primero que les vino a la mente cuando oyeron de la sentencia?
Díaz: Que el liderazgo político en el RD está enloquecido y es cruel, sin medida. Y también que cuando se trata de la destrucción de vidas de inmigrantes, el expresidente Leonel Fernández y el presidente actual Danilo Medina han aprendido bien a los pies de Estados Unidos.
Lo que está pasando en el RD es una pesadilla en sí misma, pero debe ser entendida como parte de un movimiento global más amplio para demonizar y marginar a los inmigrantes -y como parte del impulso post-11/9 de EE.UU., para “reforzar las fronteras”-, que es realmente a militarizarlas. EE.UU. ayudó a la RD a militarizar su frontera, ayudó al RD a crear su propia patrulla fronteriza sobre la base de un modelo estadounidense. El mundo se está muriendo lentamente y nuestras élites están bebiendo la vida hasta el fondo del vaso; y sin embargo, esto es en lo que nuestros políticos idiotas quieren que nos enfoquemos.
Danticat: Recuerdo que me sentí muy triste. Siempre existe esta sensación de ultra-vulnerabilidad cuando usted es un inmigrante o hijo de inmigrantes. Pero es algo que esperamos que se va con las generaciones. O disminuye. Recuerdo que pensé: “¿Qué va a hacer ahora toda esta gente?”, Sobre todo, cuando me enteré de que la decisión era irreversible. Pero poco después, me sentí reconfortada por la cantidad de personas que se manifestó: la gente común, así como las organizaciones internacionales… Los dominicanos que no son de ascendencia haitiana hablaron a favor de sus hermanos y hermanas.
Pasé algún tiempo con dos mujeres impresionantes activistas en Miami, Ana María Belique Delba y Noemí Méndez, que integran una organización llamada “Reconocido”. Están muy unidos en esta lucha. Eso también fue muy inspirador.
También recuerdo haber echado de menos a Sonia Pierre, fundadora del Movimiento de Mujeres Dominico-Haitiano. No dejaba de pensar: “Ella va a tener un montón de trabajo que hacer”. Entonces recordé que ella murió de un ataque cardíaco a los 48 años, hace dos años. Esta lucha por la ciudadanía, que quedó sellada, pero que no comenzó con esta sentencia, ha estado ocurriendo por décadas. Y le había roto el corazón.
AQ: ¿Qué viene ahora, según su opinión?
Díaz: Afortunadamente, la movilización contra la Sentencia ha sido fuerte y la reacción internacional unánime negativa. (Aunque vale la pena señalar que el gobierno de [Barack] Obama, que no es amigo de los derechos de los inmigrantes, ha sido bastante mudo en su condena.) Me entristece decir que los políticos que organizaron esta gran violación de los derechos humanos, está claro que no esperaban este tipo de reacción violenta.
Pero ya veremos cómo sigue. En este momento, el partido en el poder, el Partido de la Liberación Dominicana, está tratando de salvar la cara, haciendo parecer como si ellos nunca tuvieron la intención de que esto resultara un asalto contra nuestros ciudadanos de ascendencia haitiana, sino sólo como un intento para “regularizar” un sistema que no funciona, lo cual no es más que una mentira en negritas. Como dije antes, vamos a ver. Vamos a seguir luchando, por supuesto. Pero esto va a demostrar que se necesita algo más que prestar ayudar durante un terremoto para que un país se desprenda de la metafísica del odio hacia Haití.
Danticat: Creo que probablemente seguirá el camino de la acción individual. La gente comenzará a preguntarse si deben gastar su dinero en un lugar donde las personas pueden ser tratadas de esta manera en forma legal, lo cual por supuesto, da licencia para que otros actúen en lo que dice este fallo, o lo lleven aún más lejos. Me gustaría que los intereses comerciales, las oficinas de turismo, etc., entraran en la conversación y fueran más francos, porque en última instancia, todo se reduce al dinero. Cuando los bolsillos están en juego, la gente se ve forzada a actuar.
Díaz: En primer lugar, el mundo debe preocuparse siempre, cada vez que se produce una gran violación de los derechos humanos, en cualquier lugar del planeta. Hay una razón que se llama “derechos humanos”: un golpe contra uno es un golpe para todos. Las injusticias paren horrores si no se controlan, y en este momento hay suficientes horrores en el mundo.
¿Por qué es importante para mí? Porque la isla es mi lugar de nacimiento, y una de mis dos casas; y si la gente como yo no combate sus injusticias, no lucha por el mejor futuro que merecemos, ¿quién lo hará? Como dominicano que vive en EE.UU., a mí me importa muchísimo que las elites políticas en la República Dominicana estén encendiendo el odio étnico-racial contra los haitianos para dividir al pueblo y evitar que se organice en contra de sus enemigos reales, esas mismas élites.
Los partidarios de la sentencia la defienden con una gran cantidad galimatías de altos vuelos, sobre necesidad burocrática, etc. Pero la realidad es que la decisión tiene que ver con la creación de un grupo permanente de ciudadanos de segunda clase en la República Dominicana. En cuanto al costo humano, todo lo que uno tiene que hacer es viajar a la República Dominicana y verá el terrible daño que este tipo de política ha causado y sigue causando.
Al nivel estructural, conozco a personas a quienes les han quitado sus trabajos, y a otros que son incapaces de obtener la documentación para viajar o incluso a ser educados. Pero en un nivel más fundamental, el sentimiento antihaitiano ha llegado a un nivel que nunca he experimentado antes. Es un desastre. Este es el tipo de deformación creada por la hechicería política que va a necesitar mucho trabajo y buena fe para deshacerlo.
Danticat: Tanto Junot como yo -me corriges aquí si me equivoco- crecimos en la pobreza relativa en nuestros respectivos lados de la isla.
Díaz: Oh sí, en la pobreza abundante.
Danticat: En nuestras vidas, incluso cuando estábamos viviendo en la isla, también estábamos conscientes de nuestro privilegio relativo cuando viajábamos a ver a los familiares, o el tiempo de permanencia en el campo o las provincias rurales. Eso te hace extraordinariamente consciente de lo que significa “oportunidad”. Y te hace hipersensible a no ver sólo algunos, sino una serie de derechos y oportunidades que se llevan de un solo golpe.
Uno espera que usted siempre puede hablar. Incluso cuando la cuestión no es tan clara como esta. Uno espera que usted diga si alguien está durmiendo en el suelo en una celda de la inmigración en Texas, o si hay personas que están siendo torturadas en Guantánamo, sin importar su nacionalidad. La vida de las personas está siendo afectada aquí de una manera que toca a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Incluso en nombre de su propio interés, la gente en el poder en la República Dominicana debe ver que ellos están creando un problema aún mayor. Ellos están tratando de patear una roca de Sísifo en el camino para obtener beneficios políticos o como moneda de cambio para el comercio. Tal vez estén esperando que varias generaciones de sus ciudadanos se “auto deporte” a Haití si usted les retira su identidad.
Pero lo que están haciendo es crear un nivel de personas que no puede contribuir, más allá quizá de su fuerza física limitada, a una sociedad en crecimiento. Le quitas su capacidad de aprender, de trabajar, y también están distanciándose de su capacidad para seguir construyendo una sociedad que ellos han ayudado a sostener durante muchas generaciones hasta ahora.
AQ: ¿Cuál debería ser la respuesta nacional e internacional por los individuos y los políticos? ¿Qué papel pueden desempeñar en la promoción de este tema?
Danticat: Recientemente, los miembros del Senado y la cámara baja Dominicana aprobaron un proyecto de ley de la ciudadanía. Pero, al menos en este punto, parece que las personas que nunca pudieron obtener sus certificados de nacimiento, en primer lugar, van a tener un tiempo difícil utilizando los canales que ofrece el proyecto de ley.
Cuando la cámara baja votó por unanimidad a favor del proyecto de ley, Juliana Deguis Pierre, que era el demandante en el caso del Tribunal Constitucional que fue central en la decisión, dijo a periodistas: “Espero por Dios que ellos me den [mi ciudadanía] de nuevo a mí, por todo lo que he pasado y todo lo que he sufrido”. Sólo para aquellos que dudan de que la sentencia tenga consecuencias reales, Deguis no pudo viajar a EE.UU., ya que, aun con tanta atención como la que había conseguido dada su participación en un caso histórico, no tenía los papeles para viajar.
Imagínese lo que es para alguien que es mucho menos visible que vive en un batey.
Una comisión bilateral Haití / RD se ha reunido un par de veces, y en el momento en que estamos hablando ahora, a mediados de mayo, no había dado resultados concluyentes. El interés internacional inicial en este asunto se ha enfriado un poco. Los ciclos de noticias son cortos y la gente se mueve con rapidez, pero es importante no bajar la guardia.
Pudo haber habido inicialmente una percepción de que este fallo no sería detectado. Pero los pocos avances que hemos tenido, que el gobierno dominicano (e incluso el haitiano) se ha visto obligado a tomar alguna acción, tiene mucho que ver con el hecho de que las personas se han manifestado en todo el mundo, de que han hecho llamamientos al boicot, que la gente ha escrito cartas y ha llevado el asunto a las ondas, y que algunos grupos han cancelado sus conferencias y llevado su dinero a otra parte.
Todo esto ha ayudado y seguirá ayudando. Tenemos que seguir para escuchar de cerca a los líderes sobre el terreno, a las personas que están actuando todos los días. Estoy seguro de que no están dispuestos a descansar en el corto plazo. Y nosotros tampoco. Luchas como este son largas y duras, y la gente tiene que mantener sus ojos puestos en el objetivo.
Y cuando se tiene un resultado justo, no sólo mejora la situación concreta que estamos hablando; también es un paso adelante para las personas oprimidas en todas partes. Es por esto que aún podemos aprender de las lecciones del movimiento de derechos civiles en Estados Unidos y la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. El resultado correcto en situaciones como esta, finalmente, pueden hacer del mundo un lugar mejor.
Díaz: Tenemos que tirar con todo lo que podamos al gobierno dominicano para detener esta farsa. Necesitamos protestas y cartas y correos electrónicos. La gente está hablando de un boicot contra el país hasta que se retire la sentencia. Afortunadamente, hay un montón de organizaciones e individuos que luchan por esto.
Uno siempre puede llegar a ellos. En mi lado de la isla, hay un Comité de Solidaridad con las Personas Desnacionalizadas. Está Dominicanos por Derecho y también el MUDHA, de Sonia Pierre. En cuanto a mí, yo hago lo que puedo. Combato a estos idiotas con todas mis fuerzas. Pero si tú eres como yo, siempre sientes que puedes hacer más.



lunes, 17 de noviembre de 2014


Colección 9 poetas colombianos


LOS POETAS Y SU SOMBRA
A propósito de la Colección Letras  – Nueve poetas colombianos de la Fundación Arte es Colombia.
Alfredo Vanín

La noche del 5 de noviembre nueve poetas desfilamos por el  auditorio Buenos Aires del Club El Nogal con la convicción de que el escenario era una manera de  distinguir a la poesía con un lugar renombrado en el país por diversos motivos.  Lo entiende así la directora de la Fundación Letras Colombia y del proyecto, Francia Escobar: renovar la fe en la poesía en Colombia, mediante una edición de gran pulcritud estética   dirigida a Colombia y al mundo, en lugares cerrados y en lugares abiertos donde  el pueblo colombiano escuche a sus poetas, sin el sentido miserabilista, bohemio  y de abandono que fue  una especie de mirada hacia los poetas en las anteriores décadas
La colección reúne voces poéticas de diferentes tiempos y lugares de Colombia: Jaime García Maffla, Jota Mario Arbeláez, María Clemencia Sánchez, Alfredo Vanín, Andrés Matías, Nelson Romero Guzmán, Rómulo Bustos Aguirre, Horacio Benavides y Juan Manuel Roca.
Inicialmente se presentó un video en el que cada uno de los poetas define de manera breve su mirada de la poesía, desde el entorno de los pueblos y ciudades donde habitan.  Y como relámpagos que han construido en Colombia las voces poéticas, algunas de mayor recorrido en el país y en el mundo, las voces diferentes pero de gran propuesta literaria se dejaron oír luego en el escenario, con la complicidad de la noche, de los asistentes y de nuestra propia convicción de que una vez más la poesía es la condensación de la palabra, que no está de moda es cierto, por muchas razones, pero nunca se ha perdido de vista que  el verso es capaz de exploras con bisturí de cirujano lo más profundo del alma humana y extraer de sus miserias y alegrías unos versos que parecen quillas de barcos hendiendo sus  aguas desconocidas. La colección será presentada también en el Hay Festival de Cartagena el 30 de enero de 2015.
Del Club, la fiesta continuó en el apartamento de Jota Mario Arbeláez, cruzando pocas calles en la helada madrugada bogotana del norte bogotano. Tres poetas de “tierra caliente”, Horacio, Nelson y yo, escoltados por nuestras sombras y  por la  cámara del fotógrafo Luis Carlos Osorio, atravesamos las calles en busca de un buen trago que pudiéramos llevar al lugar de destino. En el apartamento, en medio de los cuadros y libros que el poeta Jotamario Arbeláez ha coleccionado en idas y venidas,  se celebró un cumpleaños más de Francia Escobar Lied.  La poesía del son cubano de un dúo de guitarra y bongó sustituyó a la poesía de las palabras;  el whisky navegó de mano en mano como si fuera el gran invitado de la noche y se dio rienda suelta a las anécdotas y canciones olvidadas.

Y a propósito de las sombras que nos escoltaron en la corta y helada travesía, recordé que el poeta Juan Manuel Roca había terminado su intervención con un poema en el que cita a Luis Vidales: “un gato y su sombra son dos gatos”. Le pregunté si un poeta y su sombra eran dos poetas, y sonrió nada más. Pero dos días después pude responder yo mismo la pregunta: un poeta y su sombra son dos sombras, o incluso una sola sombra. Que lo diga Silva.



Hemos iniciado un viaje, un maravilloso viaje en los barcos de la poesía, buscamos aguas serenas, limpias y transparentes, buscamos al hombre con sus manos cargadas de presente, hemos iniciado la primavera con un nuevo inventario de sueños, para no quedarnos solos y varados frente al río.

En Arte es Colombia, sabemos del inmenso valor de la poesía, de su capacidad de mover los hilos más profundos del ser humano, de su fuerza para transformar a una sociedad, y de ir hacia una vocación alta, humanista, culta y en paz. Celebramos los dones del hombre y apreciamos el maná que viene de sus cielos. Por eso hemos iniciado este inventario de palabras, de músicas y de soles, al emprender el viaje de editar 9 libros de poesía.
Esta primera edición de 9 libros de la Colección Letras, es un proyecto que reúne a 9 poetas colombianos de diferentes corrientes, que unidos conforman un catalejo para mirar el futuro, un vitral para advertir la noche, una ola que lleve a los puertos del mundo un mensaje de amor, paz y
humanidad, son 9 libros para empezar la jornada.
Francia Escobar
Fundación Arte es Colombia
Ver:



http://ntc-libros-de-poesia.blogspot.com/2014_11_14_archive.html

domingo, 9 de noviembre de 2014

CARLOS ARTURO TRUQUE, ESCRITOR INVITADO

El escritor condoteño no solo fue un gran narrador, sino también un gran pensador, rebelde, solidario con el pueblo colombiano. El racismo lo golpeó, como él mismo lo narra en el siguiente texto, enviado por nuestra colaboradora, la profesora Elizabeth Castillo Guzmán, publicado en la mítica Revista Mito. Hace poco, en el Festival Universitario de la Universidad del Valle sede Buenaventura, se hizo un homenaje a su memoria, con la publicación de un libro sobre su legado.
En 2010, el Ministerio de Cultura  de Colombia incluyó su libro Vivan los compañeros. Cuentos completos, en la Biblioteca  de Autores Afrocolombianos


La vocación y el medio. Historia de un escritor
Por: Carlos Arturo Truque
Tomado de: Revista Mito, año I, No. 6.(Bogotá, febrero-marzo de 1956).
Quien lea estas páginas, creo, no podrá atribuirlas a la amargura o al resentimiento. Soy un hombre normal, o al menos lo hubiera sido si la sociedad, tan arbitrariamente construida, me hubiera brindado las oportunidades que siempre perseguí y jamás alcancé. No por eso soy un frustrado; aún tengo ánimos suficientes para seguir una lucha, que de antemano sé perdida.
Mi vida, aparte de los sufrimientos, carece de importancia. El común denominador del pueblo colombiano es la inseguridad, la inestabilidad; ese sentimiento horrible de no hallar el lugar que corresponde al hombre en un sistema determinado. La mayoría de las ocasiones nos vemos en la necesidad de reconocer que somos una pieza demasiado suelta del engranaje social. Giramos sin correspondencia alguna y nos sentimos víctimas de fuerzas oscuras que no estamos en capacidad de controlar.
No sé desde cuándo me posesioné de esta verdad. Tal vez desde muy temprano aprendí la diferencia que media entre los débiles y los poderosos y tuve la experiencia dolorosa de saberme colocado entre los que nada tienen que exigirle a la vida, porque ya les ha sido negado todo de antemano.
Quizá pueda lo anterior ser interpretado como el grito de un desesperado o como la prueba de una marcada desadaptación al medio. Si los que tal cosa piensan hubieran estado sometidos a las pruebas que me han tocado en suerte, pensarían de diversas maneras.
Desde temprano me asedió, como perro rabioso, la injusticia humana. Desde la escuela humilde de barriada donde me enseñaron las primeras letras tuve la impresión, la  certeza, de que me había señalado con su dedo implacable.
Siempre fui, no peco de orgullo o vanidad al decirlo, un buen estudiante. Me apasionaban los libros, la tinta fresca, la aureola bohemia de los escritores de la época. Pronto me sentí atraído hacia ese campo que nunca pisan los llamados hombres prácticos: las letras. No sabía cuántas malas pasadas me estaba jugando la vida a llevarme por caminos que, de haberlo pensado, no habría transitado.
Allí empieza todo. De allí, de una urgencia extrema de dar a conocer mis sentimientos y mis reacciones, parte la disconformidad, tal como está constituida, y el modo diverso como yo creo que debe estarlo. Sin embargo, no soy un reformador ni un innovador en materia tan ardua. Puede ser que yo vea las cosas desde un punto de vista distinto a como las mira los demás y sea esa la causa de no pocos de mis sinsabores. Pero, juzgando los problemas con una lógica sana, no es posible imaginar al hombre perdido en tantas encrucijadas sin sentir por él un poco de compasión, un mínimo de humana solidaridad. ¿Solidaridad humana? ¿Participación en la angustia colectiva? ¡Quién sabe! (Aquí habrán de sonreír los hombres prácticos). Quién sabe si esa solidaridad humana, si esa coparticipación en la angustia contemporánea, sean solo modos de ocultar la propia impotencia y la propia vida fallida. Puede ser. Lo único que podría garantizar es que este testimonio lo he vivido y antes que yo lo vivieron otros, de los cuales no se conserva memoria. Por ellos doy a ustedes un poco de sus vidas y mucho de la mía.
Nací en la era mecánica, en un pueblo que la desconocía. Cualquier pueblo de Colombia, de esos que se quedan en un remanso de la civilización y que conservan como tesoro más preciado lo elemental de la existencia. Hasta mis ocho años no conocí la barrera que separaba a unos seres de otros. Como el pueblo era pobre, nadie pensó nunca que la riqueza era un factor para brillar y valer más que los que no la poseían. Siendo un pueblo de negros, nadie imaginó que las diferencias de pigmentación pudieran abrir abismos insalvables y ser usadas para establecer la dominación y el repudio sobre quienes se consideraron inferiores.
Vine, si así puede decirse, limpio a la vida. Esta me enseñó bien pronto la lección que el bueno de mi pueblo, no se había podido aprender; que el mundo está fundado sobre valores bien diversos y, como la vida no da nada sin arrancar un dolor, este conocimiento me desgarró y destruyó en lo más puro que puede tener un ser humano: la fe en la ajena bondad.
Sucedió de la manera más sencilla: desde el pueblo fui trasladado a Cali, que por entonces comenzaba a tener aires de gran ciudad, y matriculado en la escuela pública de San Nicolás. Como lo dije anteriormente, me gustaba estudiar y me destaqué muy pronto como uno de los mejores alumnos de la escuela. Hacía, cuando sucedió lo inesperado, el tercer grado elemental.
Había estudiado mucho para rendir los exámenes finales y además, el mequetrefe de mi maestro, un caramelo de pedagogía religiosa, para usar una frase grata de Barba, había dividido el curso en dos grupos: griegos y romanos. Yo era el capitán de los griegos, honor que se dispensaba al alumno que mejores resultados diera.
Con todos estos antecedentes era natural que esperara  mi aprobación como hecho cumplido y, a más de eso, ganar uno de los premios dispensados a los estudiantes destacados.
Si hubiera tenido un poco de conocimiento del corazón humano, no habría esperado tanto; porque mi santo maestro, ahora lo entiendo claramente, nos endilgaba, por quitarme allá estas pajas, sus buenos discursos sobre el nacionalsocialismo (España estaba en plena Guerra Civil), muy adobados con comprensibles capítulos de Mi lucha. Si, como digo, hubiera podido entender bien lo que ese hombre pensaba y hubiera estado en capacidad de sacar ciertas deducciones, no me hubiera forjado las ilusiones que me forjé.
Tengo la convicción profunda de haber contestado acertadamente el ochenta por ciento de las preguntas que figuraban en el cuestionario y recuerdo haber salido de clase con el orgullo de quien siente que ha cumplido con su deber de la mejor forma posible. No puede engañarme el recuerdo. El día de la entrega de los informes finales me pusieron el vestido más presentable que  tienen los chicos de barriada: el uniforme escolar. Desde temprano estuvimos con la buena señora que se había encargado de mí, rondando por el parquecito que había frente a la escuela, esperando la hora del comienzo de la ceremonia, que ella, en su ingenuidad y yo en la mía, creíamos de una importancia excepcional.
Al comenzar tocaron la campana y nos hicieron formar frente a una tarima, sobre la cual se hallaban los profesores (no les gustaba que los llamaran de manera distinta), con unas caras apropiadas para la ocasión. El mío me distinguió, porque me hallaba al principio de la fila, y me regaló una sonrisa completa. Todavía no he podido saber si me la brindó para consolarme anticipadamente o para burlarse simplemente de mí. El director hizo sonar una campanita y acabó, como de un golpe, con los murmullos que hacían los padres de familia y la chiquillería. Después de unas breves palabras, pronunciadas temblorosamente, se sentó aliviado y comenzó a llamar por sus nombres a los alumnos del primer grupo. Me sentía realmente cansado con tanto tiempo como llevaba en pie. A cada nombre, se adelantaba alguien de la fila y recibía su certificado. Algunos padres, furiosos por el resultado adverso, la emprendían a trompadas contra sus hijos. Compadecía sinceramente sus sufrimientos, pero me consolaba pensando que a mí no podía sucederme lo que a ellos estaba sucediendo.
El primero de mi grupo fue llamado. Era un tartamudo que nunca pudo encontrar la manera de dar una lección en forma correcta; porque, a más de tartamudear, nunca se las aprendía.
El padre se hallaba a un lado de la señora que iba en representación d mi familia. Le vi recibir el certificado del hijo, abrirlo y leerlo y hacer un gesto de satisfacción. Esto me extrañó un tanto, pero pronto me consolé, atribuyéndole al maestro una bondad que estaba lejos de poseer.
Cuando llegó mi turno, me adelanté, con cierta timidez, debo confesarlo, pero con una seguridad interior que tenía por qué ser justificada. Recibí el certificado y ni siquiera lo abrí. Tal como me fuera entregado lo llevé a quien me representaba. Ella no sabía leer y se quedó aturdida, sin saber qué hacer con un papel que, a lo mejor, le reservaba una alegría o una decepción. Porque me quería de una manera dulce y buena, como solo saben querer aquellos que no tienen sino eso para dar.
El padre del tartamudo comprendió la situación y se apresuró a decirle:
-¡Si usted quiere, señora..!
 Ella le tendió el papel. El hombre lo abrió y dejó escapar este comentario:
-¡Negro sinvergüenza..!
Y dirigiéndose a ella:
-¡Ha perdido el año…! ¡Póngalo a trabajar, señora! ¡Esa porquería no va a servir para nada…!
De momento no entendí. Pensé que el hombre había leído mal y le pedí que me dejara ver el certificado. Era cierto. Allí estaba escrito, no había duda, yo mismo podía constatarlo. Me pregunté por qué, desconcertado. El maestro seguía en su sitio. Lo miré con rabia, con odio capaz de causarle la muerte, con una furia igual a la del hombre a quien dan una palmada que no se ha merecido. No recuerdo que hubiese sonreído. Me sostuvo la mirada, retándome, provocándome. Es una de las pocas veces que me he sentido capaz de arrancarle la vida a alguien con un sentimiento de felicidad. Nunca volví a ver a ese hombre en la vida. Pero sus ojos se han seguido repitiendo en otros que he conocido, como si fueran  él mismo con rostro diferente.
De él aprendí, sin embargo, una cosa fundamental: que entre los infelices también hay diferencias profundas, que los humildes en ocasiones adoptan el mismo punto de vista de los poderosos  y comienzan a levantar murallas entre ellos con la esperanza de tender un puente que los asimile a una clase social más alta. Debo aclarar que jamás sucede lo anterior en las capas  incontaminadas de la sociedad, en el pueblo que tiene una conciencia de su insignificancia y al mismo tiempo de su fuerza. Es invisible el fenómeno sobre todo  en la clase intermedia, la mal llamada pequeña burguesía, abyecto reducto de sustentación para las clases superiores y su única defensa de los justos anhelos de mejor estar de los desvalidos.
El incidente que he narrado trajo consecuencias irreparables. Yo era un introvertido y desde entonces lo fui más. Me acostumbré a hacer una vida para ser gozada solo por mí. Y fui desarrollando un crudo egoísmo que hubiera llegado a destrozarme, si no hubiera tenido la pasión de llenar cuartillas. Eso constituía una especie de compensación para mi anormal comunicación con el mundo exterior. Hallé una forma de volcarme sobre él, de hacerlo partícipe de mi mundo y participar a mi vez del suyo. Y nada fuera de lo común hubiera sucedido si la actividad literaria cuando se posesiona de un hombre no le restara la capacidad de actuar en otros campos; pero la creación exige la entrega absoluta, la rendición incondicional, el sometimiento a todas las contingencias, para brindar en cambio el breve placer de una nota laudatoria o el perecedero resplandor de un triunfo que dura lo que una candelada en el verano.
Todas las pruebas que he soportado, en lucha contra el concepto imperante sobre el escritor, las debe haber pensado también todo aquel que se dedique o se haya dedicado a escribir en un país como el nuestro, donde el artista es tolerado apenas cuando la clase dirigente quiere olvidar por unos minutos la tragedia de los balances y las cotizaciones de la bolsa. Entonces esa clase rectora inepta pone sus condiciones y obliga al artista a hacer una obra alejada de la realidad, con materiales de segunda mano, pero que pueden servir si el objetivo es llenar los deseos enfermizos de una casta que ha vivido los sufrimientos ajenos y que no quiere un arte que pueda mostrarle su culpabilidad.

Para quienes quieran una forma artística, nutrida de las condiciones de vida de la masa del pueblo colombiano, el camino está vedado. Esta afirmación no es un capricho de teorizante, sino una verdad dolorosa. En el año de 1951, tuve necesidad, porque creía que lo hasta esa fecha escrito tenía un valor relativo y que era algo que se había hecho en el país, de trasladarme a la capital. Traía miles de ilusiones y pocos centavos. ¡Apenas un hatillo de peregrino, muchos, muchos, muchos sueños…!
¡Ignoraba la existencia de jefaturas de redacción y la insolencia de los pontífices!
 ¡Qué de nombres que no se correspondían al concepto que de ellos me había formado leyendo los suplementos literarios…! El derrumbe de unos cuantos ídolos y la certeza de que a la literatura nacional le estaba haciendo falta una inyección de honradez y un alejamiento de los burgueses vanidosillos, endiosados por elogios inmerecidos. Desde el conocimiento personal del mundillo literario capitalino, afirmé mi convicción sobre el destino futuro de nuestras letras y adquirí la fe profunda de su salvación por hombres que quieren acercarse al elemento popular y tratarlo de manera nueva, alejada del academicismo y del purismo, señalándome un derrotero, no confundiéndolo con las tediosas disquisiciones, dudas, problemas y soluciones copiadas de las lecturas de los clásicos modernos.
Pero asumir esta posición honrada tiene sus altibajos. Mientras los suplementos plantean a cada instante una supuesta crisis cultural, los elementos que pueden reconciliar el pueblo con el arte se pierden víctimas del hambre y la miseria.
Para sorpresa mía, pecaba entonces de ingenuo, fui viendo cómo se cerraban con una sonrisa sardónica las puertas a mis espaldas. Literatura sucia llamaban a mis escritos por el solo hecho de usar términos que la moral y las buenas costumbres consideraban lesivos. Todo un atentado constituye en el país el uso de palabras que figuran en diccionario y que las señoras, las buenas señoras, consultaron a hurtadillas cuando tenían doce años y no las olvidaron, a fuerza de repetirlas, en el curso de sus vidas. Alguna vez tuve hasta un poco de compasión por un hombre a quien yo tenía en gran estima y era director de una revista publicada por una compañía de seguros. El hombre, nacido en un hogar que no se distinguió por la abundancia de bienes materiales, pidió uno de mis cuentos para, tal vez, así lo creía, darme el honor de incluirlo entre el material de su órgano de difusión. Lo leyó y, poco a poco, la jovialidad que exhibía se fue trocando en una mueca de fastidio, casi de rabia:
         -Esto no se puede publicar –me dijo.
         -¿Por qué? –le respondí.
         -Muchas palabras feas...No propiamente feas; pero comprenda que nuestra revista llega a manos de muchas damas de la sociedad…
         -¿Y?
         -Pues que no aguantaríamos la cantidad de reclamos que se nos vendrían encima.
No le repuse nada. Me pareció inútil discutir con un hombre de ese temple, escritor él mismo, y que le tenía tanto horror  al idioma como los gatos al agua. La palabra usada, repetidas veces, era…!Gran carajo!
Si este buen burgués se asustaba de un término como este, de uso corriente en la conversación familiar, ¿podría esperarse algo de los que como él marcaban la pauta en el arte colombiano? Y aún tenían el descaro de hablar de crisis, cuando la crisis no residía sino en ellos. Ocultaban las palabras para encubrir su propia podredumbre, la carroña anímica, su incapacidad creadora, disfrazada con el oropel de las frases seudo-brillantes y sin contenido. Arte para minorías selectas, creo que lo llaman. Arte de distracción para ricachones neuróticos y jovenzuelos sin oficio, lo llamaría yo.
Sobre lo anterior alguien me recordaba la amarga queja de un crítico, si es que tenemos alguno, sobre el alejamiento de las masas. “La gente no quiere leer” decía. Y no quiere leer porque no comprende; porque no se ve reflejada en la obra, porque el pueblo, no teniendo cultura, sabe reconocerse y comprende, si alguien está bien intencionado respecto a él, los derroteros que se le señalan. No deben olvidar nuestros europeizantes que las épocas más floridas de la literatura universal han estado normadas por los pueblos y los escritores no han sido sino meros escribanos, artesanos por mejor decirlo, de la voluntad popular.
Ejemplos recientes hay a granel en la literatura moderna latinoamericana. La enseñanza de los ecuatorianos y su vigorosa  novela, conocida ya universalmente, es digna de ser seguida. Ese pequeño pueblo ha tenido el valor de presentar a la faz del mundo sus problemas sin avergonzarse por ello. Eso le ha valido un sitio que los equivocados pontífices nuestros no han podido obtener en el concierto de las naciones cultas de la tierra. Porque para llegar a la universalidad hay que partir de los elementos que se tienen a mano y  laborar con ellos para situarlos en planos elevados de la creación.  Lo contrario, el sometimiento irrestricto a las culturas foráneas, sólo puede dar por resultado el arte intuitivo, sin base de sustentación y sin valor alguno.
Puede ser que me haya  alejado de mis propósitos iniciales al hacer tan larga serie de consideraciones; pero se justifican si se tiene en cuenta que el escritor está sometido a ellas, es una víctima del engranaje social que no lo tiene en cuenta en su desarrollo.
Creo que tengo la suficiente autoridad para hablar de problemas que he sufrido en carne viva; es más, creo que los hombres que se inician y trabajan por hacer una gran obra que enorgullezca las letras patrias, me comprenden. Ninguno de ellos ha podido librarse del hambre, del sufrimiento, de la incomprensión de los dómines, de las críticas del clan, de la mirada sardónica de los reyezuelos de redacción y de los gritos de espanto de las viejas beatas que se ha apoderado de la cultura nacional.
Tengo, eso sí, una fe profunda en la fuerza de los humildes. Sé que vendrán otros hombres y harán accesible el camino a los que vengan detrás de nosotros con idénticos anhelos. A ellos les tocará la vida limpia que no hemos tenido la oportunidad de vivir. Mientras tanto, es nuestro deber sostenernos firmes para no hacernos acreedores a su desprecio.
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 Nota: Este texto se publicó también en el libro  de la Biblioteca Vivan los compañeros. Cuentos completos. Carlos Arturo Truque , http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/88092/05-Carlos_Truque_Vivan_los_companeros.pdf , página 33, de  Biblioteca de Literatura Afrocolombiana Mayo 2010. Matriz: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biblioteca-afrocolombiana/vivan-los-companeros-truque

Ver: Homenaje a Carlos Arturo Truque, Buenaventura, Universidad del Valle, 2014.
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2014/10/carlos-arturo-truque-valoracion-critica.html

Síntesis biográfica
Tomada de: http://escritorescolombianos.blogspot.com/2006/11/carlos-arturo-truque.html
Nació en Condoto (Chocó) el 28 de octubre de 1927 y murió en Bogotá en 1970. En Buenaventura hizo sus estudios de primaria. En calí inició los de bachillerato en el Colegio de Santa Librada, terminándolos en Popayán en el Liceo de la Universidad del Cauca; posteriormente haría un año de ingeniería en dicha universidad.
En Popayán se inició literariamente al colaborar en revistas estudiantiles dentro del género poético con el seudónimo de Charles Blaine. Posteriormente publicó algunos artículos literarios en diferentes periódicos del país, pero tan sólo a finales del año 1953 se dio a conocer nacionalmente por haber obtenido el premio Espiral de ese año con su libro “Granizada y otros cuentos”. En 1954 obtuvo el tercer premio en el concurso de la Asociación de escritores y artistas de Colombia con su obra “Vivan los compañeros” y, en enero de 1958, fue distinguido con el tercer premio en el concurso folklórico de Manizales y primer premio EL TIEMPO con su cuento “Sonatina para dos tambores”. En 1965 obtuvo mención honorífica en el V Festival Nacional de Arte por su obra “El día que terminó el verano”. En 1951 había conseguido ya un premio en el festival de Berlín (RDA) con su drama Hay que vivir en paz.
Muy estudiada en Estados Unidos, su obra cuentística ha sido traducida además al ruso, al francés, al alemán y al chino. Un volumen de sus cuentos completos fue publicado en el año 2004 por la Universidad del Valle. Es un autor insoslayable en las antologías de cuento colombiano, entre las últimas de las cuales mencionaremos estas dos: “Un siglo de erotismo en el cuento colombiano”, selección y prólogo de Óscar Castro García, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2004, y “Cuentos y relatos de la literatura colombiana”, selección y textos de Luz Mary Giraldo, Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 2005.