La justicia de la memoria
En Colombia empezó a hablarse del postconflicto
desde hace varios meses, a raíz de los avances logrados en la mesa de La
Habana. Un acuerdo para empezar a desmontar el conflicto alegra a muchos
colombianos, a otros parece convertirlos en paladines de la justicia porque
hablan de impunidad, liderados por el mayor tramoyista de la guerra, Álvaro
Uribe Vélez.
Sin embargo, la paz que pueda seguir no será
fácil, porque no se trata solo de que callen los fusiles, sino que se ataquen
las causas mayores de la violencia, y sobre todo que las víctimas tengan voz,
como una manera de acercarnos a la reconciliación.
La profesora Elizabeth Castillo Guzmán analiza
la coyuntura que se nos avecina.
La justicia de la memoria
Elizabeth Castillo Guzmán
Bogotá,
Junio 5 de 2014
En 1994
Sudáfrica eligió a Nelson Mandela como su presidente. Un año después el
arzobispo Desmond Tutu estableció como lema para la historia de esta nación: "Sin
perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón". Se
instalaba la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación en
Sudáfrica para investigar los eventos criminales sucedidos durante tres décadas
de apartheid (1960- 1993). La
Comisión tenía la tarea de preparar un documento sobre las graves violaciones
de derechos humanos, emitir recomendaciones e incluso conceder amnistías. Las
lecciones que Sudáfrica aprendió en ese doloroso y valiente proceso le han dado
la vuelta al mundo. Representan un emblema que fue llevado a las tablas
magistralmente en la obra “Ubú y la comisión de la Verdad” que debuto en el
pasado Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá.
Sólo un
hombre como Mandela con una memoria de tres décadas de conflicto racial,
persecuciones y encarcelamiento, supo la urgencia de la verdad como inicio de
la paz.
Al final
de cada guerra viene el largo proceso arqueológico de la memoria. Excavar
datos, nombres, imágenes, rostros, fechas, olores, lugares, recuerdos etc.
hasta completar ese terrible rompecabezas que explica el horror de los actos
violentos, sus actores y sus víctimas -hombres y mujeres desarmados en su
frágil civilidad-
Los y las
sobrevivientes al holocausto Nazi iniciaron estas batallas por la memoria como
justicia. La atroz xenofobia contra el mundo judío no podía ser olvidada, mucho
menos sus centenares de víctimas. La memoria del siglo XX había cambiado para
siempre, el mito fundacional de occidente se habría alterado de modo
irreversible y los duelos serían largos e interminables. Novelas, obras de
tetaro, murales y cientos de documentales y cintas cinematográficas se han
creado para que nunca se olvide lo sucedido y sobre todo para que la humanidad
no lo vuelva a permitir. Eso que reconocemos como la "no
repetición".
En el
tiempo de las dictaduras militares en el cono sur surgieron los militantes de
la memoria política. Ellas y ellos -muchos de los cuales habían perdido un
compañero, un hijo, una hermana, una vecina- propusieron politizar los
recuerdos como una forma de dignificar la memoria de quienes sufrieron
injustamente la persecución, la tortura y la desaparición forzosa. Se tomaron
los congresos académicos, las calles, los lugares, la música, el teatro y el
cine. La mayoría de exiliados militaron contra el olvido incansablemente. En
Santiago y en Buenos Aires nadie olvidaba, nadie quería olvidar. Las Madres de
la Plaza de Mayo emergieron como un icono moral para América Latina. La memoria
se convertía en este continente de olvidos e historias domadas, en un derecho
político.
Hace un
año, la Ruta Pacífica de Mujeres le entregó al país los resultados de una
comisión de la verdad, narrada y escrita dolorosamente por cerca de mil mujeres
víctimas del conflicto armado en Colombia. Bajo el título “Memoria para la Vida.
Una Comisión de la Verdad Desde las Mujeres” hilvanaron los testimonios de
mujeres campesinas, afrodescendientes, indígenas, todas madres, abuelas,
viudas, hermanas, compañeras, amigas, huérfanas, tías y esposas para darle
forma a la verdad que reposa en las ausencias, los miedos, los recuerdos, las
preguntas, la rabia, la terquedad, la ansiedad, la desesperanza y los sueños de
cada una de las miles de mujeres que perdieron en la guerra una parte de su
existencia y decidieron poner su lado sobreviviente en la lucha por la verdad,
la reparación y la no repetición. “Memoria para la Vida” no es un libro, es un
acontecimiento multivocal y sentipensante en el que 932 mujeres víctimas de
violaciones de derechos humanos convergen para hacer justicia a la memoria y
producir memoria para la justicia.
En la
presentación de su libro Desterrados, Alfredo Molano, ese escribano
de los colombianos de a pie, afirma enfáticamente que en Colombia necesitamos
dejar de investigar tanto a la gente y más bien escuchar lo que tiene que
contar. Él sabe bien que no hay un camino en esta nación donde no sobreviva al
menos un recuerdo de sesenta años de violencia armada y política. Que en cada
rincón de la cordillera o la llanura, sobreviven los rostros de un duelo que no
ha tenido tregua durante medio siglo.
Hablar el
duelo es un acto de reparación, cuando el interlocutor es respetuoso y
solidario con lo que las palabras cargan de indignidad, sufrimiento y verdad.
Producir memoria escrita sobre el duelo de varios centenares de mujeres
víctimas de este largo y sangriento conflicto, es hacer de su experiencia un
ejemplo para la historia de una nación acostumbrada a llantos silenciosos y
entierros anónimos. También es un camino ejemplar en el cual la Ruta Pacifica
de Mujeres ha dicho “una verdad que tenga en cuenta los impactos en las
mujeres y reconozca sus voces y experiencia, que sea parte de una memoria
colectiva y no solo un estudio académico de la experiencia de las mujeres
víctimas”.
En el 2009
la maestra Beatriz González hizo tributo a los muertos sin nombre de
un siglo de violencias. En el viejo y olvidado pabellón de los NN, del
cementerio central de Bogotá, su arte instaló 8.957Auras Anónimas en
los columbarios de las víctimas que deambulan en el olvido desde la guerra de los
mil días hasta hoy. Con su arte de la memoria es infatigable en la lucha contra
el olvido. Ella que sobrevivió a las oscuridades laureanistas tiene la sensatez
en su estética, la sensibilidad en sus recuerdos.
Todas
ellas, han hecho de la verdad un acto de justicia, de la memoria un acto de
reparación que dignifique a las víctimas.
Estas
escribanas y artesanas del duelo hacen justicia a la memoria y producen memoria
para la justicia.
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