Ese humano litoral
BITÁCORA:
A treinta años del
fallecimiento del poeta Helcías Martán Góngora.
El 16 de abril el poeta Helcías Martán Góngora cumplirá
30 años de haber fallecido. Haremos en Guapi (Cauca) un conversatorio sobre su
vida y obra. Será a su vez el inicio de labores de la Red Cultural del Pacífico
que hemos creado para fortalecer lazos litorales y fortalecimiento en medio de
la guerra opresiva.
La docente y
coordinadora del Centro de Memorias Étnicas de la U. del Cauca escribe sobre las
absurdas estructuras institucionales de la educación en zonas marginales que
prolongan la colonización y resalta el magisterio étnico y poético del maestro
Martán, de quien volveremos a hablar en estos días.
Ese humano litoral
Elizabeth Castillo Guzmán abril 9 de 2014
Guapi (Cauca-Colombia),
En medio de las crudas circunstancias de
rondan la vida cotidiana de Guapi, sobreviven la inteligencia y la
capacidad creadora de quienes se resisten a perder la memoria de la cual son
herederos. Maestras y educadores que convocan a sus aulas para recordar la
dignidad de un pueblo que otrora fuera dueño de la palabra bonita y cantada.
En una estrecha aula de clase en Puerto Cali,
un barrio que sobrevive con el río Guapi por testigo, Ruth Stella recrea con
los niños y las niñas la historia del valiente Kirikú y la bella Muñeca Negra.
Con una sonrisa de luna nueva, la silueta de la muñeca negra en el papel se va
tornando en un ser vivo. Dibujarla, colorearla y quererla es parte de un
delicado proceso autoafirmativo para combatir ese racismo que puso en
desventaja la imagen y las estéticas de los afrodescendientes en muchas
geografías del mundo.
Contar y colorear la muñeca negra y
Kirikú, es la tarea de una maestra que sueña con llevar
un día a su escuela en vivo y en directo a poetas como Alfredo Vanín y Mary
Grueso para que recreen sus remembranzas de infancia y declamen sus poemas de
litoral. Para que esos pequeños y esas pequeñas sientan el orgullo compartido
de sus escritores.
Los tiempos son difíciles, el miedo ahuyenta,
el silencio se convierte en ley de la calle. La gente sobrevive y lucha por
lograr terminar cada día lo mejor que puede. Mientras tanto los niños y las
niñas acuden a escuelas intervenidas por todo tipo de instituciones. Aunque no
existe una política educativa diferencial para el pacifico colombiano, el Ministerio
de Educación y el ICBF exigen que las comunidades educativas se desenvuelvan
con los protocolos diseñados desde la fría capital. Y las maestras deben
soportar el ojo vigilante de un supervisor venido de Cali, que les pide hacerse
a un lado a la hora de repartir la comida de los pequeños, pues la norma
establece que solo las manipuladoras – debidamente uniformadas de pies a
cabeza- pueden y deben hacer esta labor. Un solo salón que sirve de
comedor y de aula debe atender a 300 niños entre los 5 y los 13 años a la hora
de su refrigerio reforzado, y bajo las reglas diseñadas para restaurantes que
aquí no existen. “La hora de la comida es muy importante”, dicen las docentes.
“Los niños deben hacer filas, hay que acompañarlos, uno educa mientras les
enseña a compartir, a esperar su plato, a comer sin prisa” -insisten las
docentes- alegando la intromisión del extraño que las ha dejado sin su tarea
cotidiana de ir de mesa en mesa repartiendo consejos mientras entregan los
platos de arroz y fríjoles que Bogotá propone en su minuta. No se trata de un
asunto menor, se trata de un asunto de concepciones que podrían conversar y
ponerse de acuerdo, pero la capital y sus tecnócratas no dialogan, imponen
políticas a 2700 metros más cerca de las estrellas y más lejos de nuestra
realidad nacional.
Las cartillas, los horarios, los currículos y
las minutas vienen desde el centro del país. Políticas a prueba de gentes y de
culturas, que condicionan el derecho de las comunidades a los recursos, al
estricto cumplimiento de normas que poco se compadecen de las desventajas en
las cuales se desenvuelven estas instituciones educativas. No hay baños
adecuados, no hay patios para el juego, tampoco bombillos, pero los
requerimientos técnicos se deben cumplir en los precarios salones que funcionan
como restaurantes escolares.
Se trata del viejo y autoritario andinocentrismo
que ha reducido al país y a sus regiones a un forzado remedo de los valles
interandinos. Ese es el otro conflicto, el del país nacional y el de las
regiones marginadas históricamente donde los planes de desarrollo se dictan
como si todos tuvieran las mismas condiciones, cuando nunca ha sido cierto lo
de la igualdad de oportunidades. Hace unas horas visitaba una escuela rural en
el río Napi. Una vieja edificación construida en los años setenta con el
esfuerzo de la comunidad, la que antes era numerosa y hoy en día está
conformada por apenas 20 familias que prefirieron quedarse a huir a la ciudad.
La escuela tiene dos aulas y una batería sanitaria tan antigua y deteriorada como
los techos que la cubren. Uno de los salones cumple funciones de
almacén, biblioteca y sala informática. Como en una especie de museo
futurista reposan siete computadores marca Lemotov, limpios y listos
para ser usados. Son una donación del famoso programa computadores para educar.
Lo paradójico de la escena es que en este punto del municipio no hay energía
eléctrica, y mucho menos una planta para generarla temporalmente. Los
computadores fueron recibidos como piezas decorativas que nunca se pudieron
utilizar debido a un error de cálculo de los cachacos del ministerio de
educación, que no sabían o no se informaron- que en estas geografías
estos proyectos son inviables a menos que exista una dotación adicional para
resolver el tema de la energía.
La escuela y los maestros en el Pacifico
Colombiano son testigos de excepción de una travesía compleja en la cual la
nación se ha inventado a sí misma desde el centro de los andes, dejando por
fuera de la foto a más de la mitad de la nación.
Don Helcías Martán Góngora cumple por estos
días treinta años de fallecido. Y creo justo en homenaje a sus letras y al
terruño que inspiró tantos de sus poemas, recordar de sus versos la grandeza de
Guapi con su templanza y maravillosa sensibilidad,
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Humano litoral, cerca del alma.
Próximo en sangre al corazón está y su callada ruta de belleza transita el sueño hacia la claridad.
Va por las venas circulando
como heredado manantial en donde siempre yo me hundo para encontrarme la verdad de los varones de mi raza que son hermosos como el mar, como los mástiles erguidos y hermanos de la tempestad. Y las mujeres de mi estirpe hechas de fuego matinal, archipiélago inexpresable que ciñe el brazo de un cantar y son morenas islas vírgenes junto al islote maternal.
Vuelto al agreste mediodía
ardo en la hoguera tropical -entre el rumor de los tambores que agita un viento secular- y en la liturgia del ancestro soy el varón elemental en cópula con la selva y en guerra con la ciudad. |
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(Humano
Litoral, 1954)
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