UN MAR PARA
HELCIAS MARTÁN GÓNGORA
Y hasta su nombre me da el mar. (H.M.G.)
Hoy, 16 de
abril, el poeta caucano Helcías Martán Góngora cumple 30 años de haber zarpado
para siempre. Queda su poesía, su inmensa humanidad y su amor por el Pacífico.
Alfredo Vanín
Lo conocí,
obviamente, en el pueblo de Guapi, que para entonces parecía el pueblo más
remoto del mundo, porque entonces se soñaba con una carretera, y no había ni un
asomo de lo que sería la actual violencia ni la pobreza que lo constriñe, como
a casi todos los pueblos del Pacífico colombiano, entre otras razones por la imposición de economías extractivistas, la
destrucción de sus ecosistemas y de los proyectos de vida comunitarios, la corrupción de la mayoría de sus dirigentes
políticos, y la poca importancia que el estado le concede a las regiones que
sólo le producen sin recibir nada a cambio. Aunque el mundo ahora es menos remoto, todavía
se sueña con una vía que comunique al pueblo con las ciudades, desde donde Helcías
Martán concibió sus versos de poderosa y
festiva nostalgia:
Cuando
arribaste a mi comarca sola
hablaste en el
lenguaje de la ola
que ciñe un
litoral desconocido.
Y el día tuyo
se fundió en secreta
Claridad de
amatista y de violeta
En la última
orilla del olvido.
Nostalgia
porque no solamente su litoral desconocido está inserto en sus versos,
sino que recorre como una suerte de alquimia el mar universal que había bebido
en los versos de Rafael Alberti, el imprescindible autor de los hermosos poemas
de Marinero en Tierra.
Helcías había nacido
en el año de 1920, en una familia de vocación naval. Su padre Helcías Martán
Arroyo, "pastor de anclas", como el mismo poeta lo nombra en el
poema "Mar en la Noche", procedía de la vecina Iscuandé. A su madre, Enriqueta Góngora, le cantaría
hermosas nanas. La familia tenía ancestros franceses y afrocolombianos. En
Guapi, conformó una economía cuyo eje central fue la hechura de barcos, prolongándose
a dos generaciones. Pero el poeta de mar y marinerías, solo tuvo el título de
propiedad de un barco cuando le fue traspasado por un sobrino para evitar un
embargo. Entonces, en la Notaría Única de Buenaventura me dijo alborozado:
"Poeta, yo poeta del mar, por fin tengo mi buque".
Una de las
cualidades humanas que más sorprendía en Helcías Martán era su capacidad para
el fino humor. Parecía una caja radiante de música. En las tertulias y bohemias
llevaba la batuta en los lances verbales, haciendo gala de su erudición comn
anécdotas literarias que contaba -al igual que recitaba su última producción-
con su voz ronca de gaviero. Lo otro era la calidez con que alentaba a los
nuevos poetas. Lo tercero era su gran fertilidad verbal para la producción
poética. El maestro seguía la veta de grandes poetas hispanos, como un
continuador de dos grandes líneas: el clásico español y el negrismo de Pales
Matos y Guillén. En el primero escribió sonetos impecables. En el segundo, “Loa
del currulao”, por ejemplo, o las jitanjáforas de sus poemas más
"negristas", evidencian su arte. Pero por encima de todo, le cantó al
litoral, a sus hombres y mujeres, al que
denominó “El mar negro”.
En su más
famoso poema, “Declaración de amor”, conocido y reconocido, el que todos
solicitaban en sus recitales y cuya dedicación se atribuyen varias
mujeres, empieza uno a entender su
vocación marinera y el influjo de Marinero
en tierra.
Lo
que se intuye es que Alberti marcó a una generación de vates en España y
América con su tierna poética del mar y sus marinerías, influjo que incluso se
puede prolongar en algunos baladistas modernos de la península. Pero Martán,
nacido apenas cuando se publicaba este libro, no tiene "el corazón partido
en agua y tierra". Su vida es el agua, aunque un sicoanalista (Fredo Arias
de la Canal) lo llegó a definirlo como "el poeta de la sed". En su
pueblo y en Colombia se le sigue llamando "el poeta del mar", quien
junto con el tumaqueño Payán Archer, representan la más alta voz poética de su
generación en el Pacífico colombiano. Martán busca la marinería pura en su Océano, en Diario Fluvial, en los que
inserta sonetos clásicos. Y
en Humano litoral, entre la resaca y el barro, entre las formas
dialectales, dialoga con el mundo que aterriza en sus ojos luego del vuelo
bíblico-tropical de su libro Evangelios del Hombre y del paisaje.
Para él entonces no hay discordias, porque "hasta su nombre me da el
mar".
Helcías fue
-como dije- bastante pródigo. Más de sesenta libros de poemas, una novela y una
serie de relatos quedaron impresos. Los inéditos suman casi veinte. Sus
ediciones fueron siempre cerradas,
hechas en las imprentas departamentales del Cauca o del Valle, salvo la
publicación que Colcultura hizo de sus cuentos. Ganó un segundo premio en el
concurso de Novela Esso, con Socavón, un concurso administrado por el
poeta Álvaro Mutis que acaba de fallecer. Su prosa era la de un poeta, vale la
pena recordarlo.
Libros como La siesta del ruiseñor, Humano
Litoral, Encadenado a las palabras, Summa Poética, Tiempo de gesta y otros,
fueron una carta de navegación lírica del Pacífico y siguen siéndolo para las
nuevas generaciones que sintieron su palabra clásica pero enjundiosa, juntando
los mares de la Tierra. Eduardo Carranza, entre otros, fue un gran admirador de
su obra; Neruda dijo que había leído en su obra al mayor poeta del mar. Era un
hombre acaballado entre siglos y culturas. Un hombre de buen romance y de buena
juglaría. De entender a su “pariente”
Góngora y Argote y de trenzarse en la manglería con el mejor berejú.
Estudió Derecho
en el Externado de Colombia, pero sólo se graduó "ya de viejo", y
además decía disimular muy bien su abogacía. Tanto, que contaba que un ilustre
abogado lo declaró violador del Derecho por decir en su célebre poema “Y las
islas del sur que fueron mías”. “Las islas son del Estado”, le dijo el colega abogado.
En el decurso de su vida ocupó cientos de cargos burocráticos; fue
parlamentario, Secretario de Cultura en el Cauca, entre otras posiciones que
sacó adelante sin perder el genio poético. En Buenaventura, como alcalde,
(“mediante una alcaldada”, me confesó), creó el Festival Folclórico del
Pacífico, y decidió que el carro de la Administración fuera negro, “por si
alguien le enviaba un madrazo le cayera al carro y no a él”. De Bogotá, donde residió mucho tiempo,
y donde recibió mis primeros poemas para publicarlos en su revista Esparavel, debió emigrar a Cali por prescripción médica.
Años después,
el 16 de abril de 1984, luego de incontables bohemias, algunas de las cuales me
tocaron en suerte, moriría en Cali, en el barrio Bosque Norte, custodiado por su esposa Adelaida, una menuda
mujer de Vijes (Valle del Cauca) que fue capaz de soportar su vida desbordante
y cuidarlo hasta el último momento, y a quien le tocaría después soportar sola la muerte de Martín Martán, el
hijo, cuyo nombre fue otra broma lingüística de Helcías.
El mar que le
dio la poesía, que le enseñó sus infinitos ritmos, en el que pudo entender a
Valery o a los juglares de la orilla, también empezó a brindarle la caída. En
una Semana Santa, en viaje hacia la isla Gorgona resbaló por la escalerilla del
barco y rodó a cubierta. Comenzaría a partir de allí una serie de
complicaciones que desembocarían en el recrudecimiento de su asma crónica.
Recluido en la sala de cuidados intensivos, todavía tuvo tiempo para el humor:
"Quíteme esa catedral sumergida", le pidió a la enfermera de turno,
porque la botella de oxígeno producía un ruido monótono cuando él respiraba. El
buque Oriente, en el que empezó su caída, era el buque que le había pertenecido
mediante una venta ficticia. Hasta en eso su muerte nos pareció un irónico
poema marinero.
Su sobrino Alfonso
Martán Bonilla, escribió para su biografía:
Martán Góngora fue miembro correspondiente de la Academia
Colombiana de la Lengua, Caballero de la Orden de Alfonso X el Sabio, Grand'
Croix d'Honneur de la Orden Imperial Bizantina de Constantino el Grande,
Profesor Honorario de la Cátedra Guillermo Valencia de la Facultad de
Humanidades de la Universidad del Cauca, miembro de la Academia de Historia de
Popayán y de la Sociedad Bolivariana de Colombia, miembro del Grupo Esparavel,
cofundador de la Revista Vanguardia de Guapi, director
y fundador de Esparavel (revista internacional
de poesía), colaborador en periódicos y revistas nacionales e internacionales.
Desempeñó cargos públicos, como: Personero de Popayán, Alcalde de Buenaventura,
Diputado a la Asamblea del Cauca, Secretario de Educación del Cauca, Director
del Teatro Colón de Bogotá y Representante a la Cámara por la Circunscripción
del Cauca.
En 1980 el Frente de Afirmación Hispanista de México le otorgó
el Premio Vasconcelos; en este mismo año fue condecorado con la Cruz al Mérito
Cívico de Santiago de Cali, por ser el autor de la letra del himno a la ciudad;
en 1982 con la Medalla Cívica Pascual de Andagoya del Municipio de
Buenaventura, y el 3 de julio de 1984, en homenaje póstumo rendido a su
memoria, el Concejo Municipal de Cali, con ocasión del Segundo Congreso de las
Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, le confiere la Orden de la
Independencia de Santiago de Cali en el Grado de Caballero.
http://www.helciasmartangongora.org/bio.html
La Biblioteca
de autores afrocolombianos, del
Ministerio de Cultura (2010), publicó dos poemarios en uno, que puede
leerse en el siguiente link:
Declaración de amor
Las algas marineras y los peces
testigos son de que escribí en la arena
tu bienamado nombre muchas veces.
Testigos, las palmeras litorales,
porque en sus verdes troncos melodiosos
grabó mi amor tus claras iniciales.
Testigos son la luna y los luceros
que me enseñaron a escribir tu nombre
sobre la proa azul de los veleros.
Sabe mi amor la página de altura
de la gaviota en cuyas grises alas
definí con suspiros tu hermosura.
Y los cielos del Sur que fueron míos
y las islas del sur donde a buscarte
arribaba mi voz en los navíos.
Y la diestra fatal del vendaval
y todas las criaturas del Océano
y el paisaje total del litoral.
Tú, sola entre la mar, niña a quien llamo:
ola para el naufragio de mis besos,
puerto de amor, no sabes que te amo.
Para que tú lo sepas yo lo digo
y pongo al mar inmenso por testigo!
(Helcías Martán Góngora De: Océano, 1950)
Loa del
currulao
Me hacía guiños
tu fugaz cintura,
negra, negrura
de la negrería.
Era en
Buenaventura
y una salvaje
melodía
trenzaba mi
amargura
y destrenzaba
tu alegría.
En la noche, la
Vía
Láctea de tu
perfecta dentadura
al sonreírme
tú, resplandecía
Te me ibas,
corza herida,
perseguida
gacela,
dejando en pos
la estela
de la marimba ardiente
y los roncos
tambores.
Con tu vestido
de colores
y tu blanco
pañuelo
eras alas de un
vuelo,
pétalo en la
corriente.
Crecía tu
cadera,
curva de sombra
plena.
En tu cuerpo
bailaba una palmera
esta danza
morena
hecha de gozo y
pena.
La enamorada
esfera
vibrátil de tus
senos,
era una ronda
de constelaciones.
Toda era curva,
menos
la desgarrada
voz de las canciones.
Ardías con el
fuego
de los hondos
ancestros abismales
y era tu cuerpo
un ruego apasionado... Los rituales
tambores
iniciaron su agonía.
Era en
Buenaventura y todavía
en la noche, la
Vía
Láctea, de tu
perfecta dentadura,
al sonreírme
tú, resplandecía
(Helcías Martán
Góngora, de Humano Litoral, 1954)
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