El Viacrucis de César, una denuncia contra el racismo en las escuelas colombianas (por Elizabeth Castillo).
Buenaventura concentra toda la maldad de la nación: obispo de Buenaventrua, Héctior Epalza (Semana.Com)
Monseñor Héctor Epalza, obispo del primer puerto colombiano, se pronuncia de nuevo contra las atrocidades que se cometen en Buenaventura: Buenaventura concentra toda la maldad de la nación.
El viacrucis
de César
Por Elizabeth Castillo
Hace apenas unos días el papa Francisco I, pedía
perdón por las atrocidades cometidas por cardenales y obispos pedofílicos,
quienes protegidos por su condición de intermediarios de Dios en la tierra,
abusaron durante años y años de ingenuos y sometidos creyentes. Sin
embargo, el perdón está todavía ausente en esta nación creyente.
El
pasado viernes 4 de abril, murió envenenado César Jonhatan Alegría en Bogotá. Lo envenenaron porque su
condición racial lo hizo víctima del odio y desprecio de unos de sus compañeros
de clase. Eso no es matoneo, eso
claramente se llama racismo.
Hace
poco más de un año un joven afrocolombiano fue asesinado en un barrio del sur
de Bogotá, a causa de la santa ira de un vecino que no soportaba a los “negros”
en el umbral de su casa. El hombre no era un asesino, pero su racismo lo llevo
a empuñar un arma y acabar con la vida de una persona.
El
racismo se ha convertido en una violencia silenciosa y despiadada que
transcurre todo el tiempo en las escuelas, en los buses, en las calles, en las
discotecas, en los hospitales, en los medios… Opera de forma tan natural y compacta, que ya se volvió parte del humor
de sábados felices y los comediantes de la noche.
Los
niños y las niñas afrodescendientes en ciudades como Bogotá, deben pagar muy
alto el costo de su condición racial y de minoría cultural. Las
familias de ellas y ellos padecen a diario las consecuencias de burlas,
chistes, apodos, golpes, desprecio y maltrato físico.
En
el año 2011 un funcionario afrocolombiano de la Secretaria de Educación
Distrital de Bogotá denunciaba en un evento sobre racismo escolar, el caso de
un chico de la localidad de Kennedy, quien había perdido uno de sus riñones
debido a la golpiza que uno de sus compañeros le había propinado en uno de los
baños de su institución educativa, en razón de que el chico era un
buen futbolista pero sobre todo “un negro”.
Es
probable que todas las acciones y las luchas que organizaciones, intelectuales
y líderes afrodescendientes, palenqueros y raizales han emprendido para encarar
el absurdo fenómeno del racismo en Colombia, no alcancen a dar siquiera un
segundo de sosiego al padre, a la madre y a los hermanos de Cesar Jonhatan
Alegría.
Todavía
falta mucho camino por recorrer para que lleguemos al noble acto de pedir
perdón a todos y cada una de las personas que han debido sufrir en su humanidad
los estragos del racismo.
El
primer gran paso y tal vez el más difícil, es aceptar -con
vergüenza pero con honestidad- que somos una nación profundamente
racista. Que los noticieros le dan más centralidad a los partidos de futbol que
a la noticia de César Jonhatan; que Buenaventura le ha dolido más a
sus paisanos que al resto del país que vive de la riqueza que ingresa por su
muelle; que la iglesia guarda silencio frente al racismo que hoy tiene en el
cementerio a César Jonhatan.
Los
pecados de omisión como el silencio, como la invisibilidad de las víctimas y
como la naturalización del racismo, no son menos graves que los del chico que
decidió envenenar a César.
El
perdón es un acto pendiente con las familias de los niños y jóvenes que en las
escuelas y centros educativos colombianos han sido maltratados en su dignidad y
en su humanidad por el hecho de ser afrodescendientes, palenqueros y/o
raizales.
Los
maestros y las maestras colombianas no pueden alegar que esto sucede a sus
espaldas. Basta solo con mirar qué lugar ocupa la historia y la cultura
afrodescendiente en el sofisticado currículo oficial, en los lineamientos y en
las competencias que trasnochan a rectores y secretarios de educación. Mientras
las políticas del conocimiento que dominan el sistema educativo colombiano,
propicien esa ignorancia que niega o estigmatiza la condición
afrodescendiente, el sector educativo es también corresponsable de que el
racismo crezca con sus “computadores para educar”, pero sin exigir
que la Cátedra de Estudios Afrocolombianos se imparta en todos los
establecimientos educativos, tal como reza el decreto 1122 de 1998.
Respeto
entrañable para César Jonhatan y su familia.
Duelo
perpetuo en el patio de su escuela donde ya no volverá a jugar nunca más...
Y
perdón público para él y todas las víctimas del racismo, por
nuestros pecados de omisión.
Buenaventura concentra
toda la maldad de la nación.
Declaraciones del obispo de Buenaventura,
Héctor Epalza, en:
http://www.semana.com/nacion/articulo/en-plata-blanca-con-hector-epalza/383432-3
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