domingo, 28 de marzo de 2021

Ghana en Cartagena

 el blog de Alfredo Vaninromero

Marzo es un mes de múltiples homenajes: el Día de la mujer, de San José (atención a los hombres), Contra la discriminación racial, el Día mundial de la poesía y otras conmemoraciones abundan en este mes que sacude de manera irreversible las últimas huellas del año anterior  y ciertos hechos que no deben caer en el olvido. Se conmemora   también el  Día Internacional del Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos (25 de marzo), al que dedicamos la siguiente crónica que narra mi encuentro con músicos de Ghana, para continuar recordando que África contribuyó de manera decisiva a la construcción de nuestros países multiculturales, y a la consolidación del capitalismo, por el aporte de los secuestrados de África a la construcción de la riqueza mundial.

 

En crónica

SEIS MÚSICOS DE GHANA QUE CAUTIVARON A CARTAGENA DE INDIAS

             

Por Alfredo Vanín

 

En mayo de 2016, fui invitado al Primer Festival de Poesía Negra y Cantos Tradicionales en la Universidad de Cartagena, durante la  conmemoración del mes de la Herencia Africana en Colombia, en representación de la Dirección de Poblaciones del Ministerio de Cultura. Cartagena es la más renombrada ciudad turística de Colombia, no sólo por todo lo que se conoce: el gran puerto del Caribe en la Nueva Granada, el punto de llegada de las cargazones desde la costa occidental africana, y su actual y extraordinaria presencia negra,  su arquitectura colonial, sus murallas de costo incalculable en vidas humanas y en reales de oro,  su declaración de independencia, su resistencia heroica y la participación de hombres y mujeres “de todos los colores”, desde ese núcleo de rebeldía que fue el barrio Getsemaní. Pero también Cartagena puede sorprendernos con lo que ocurrió en los claustros, historias que dieron origen por ejemplo a la novela Del amor y otros demonios, del fallecido GGM, y por lo que ocurre en sus calles y barrios  de hoy, donde lo pintoresco solo dura unas cuadras para dar paso a los hacinamientos infrahumanos.

Durante quince días estuvo allí un grupo musical de la República de Ghana, invitado por el Ministerio de Cultura. Decidí buscarlo cuando supe que el grupo ensayaba  todos los días en el Centro Cultural Ciudad Móvil, un reconocido lugar del emblemático barrio Getsemaní -donde tomaron cuerpo las insurgencias negras, pardas y de todos los colores,  y empezó la lucha por la independencia de la ciudad de Cartagena en noviembre de 1811, a la que se habían adelantado las provincias de Nóvita y Citará (1810) en el actual Chocó.

No fue fácil localizarlos. Por su calidad musical y lo extraordinario de sus bailes, el grupo era solicitado en muchas partes. La primera vez me dijeron que estaban en allí, en Ciudad Móvil. Un aguafiestas funcionario me dio a entender que ya se habían ido de Cartagena. Pero de manera contradictoria, una funcionaria me aseguró que los encontraría en el parque El Cabrero, frente a la Casa Núñez, porque acababan de llegar  de gira de San Basilio de Palenque y Barranquilla. Al volver, la  directora, Dina Candela, me aseguró que los encontraría esa tarde en el Centro Cultural, a media cuadra de una iglesia barroca.

Atravesé  el Parque Centenario, con la deriva puesta hacia el rechinante Centro de Convenciones. A un costado, en el canal, dos pescadores risueños, de edad avanzada, me mostraron un pequeño jurel, el único atrapado en toda la mañana. “Antes yo cogía hasta doscientos de estos jureles, ahora no”.  Se entiende: la contaminación por hidrocarburos y basuras, los vertimientos de aguas servidas, el ruido de la ciudad, la expansión del concreto sobre lugares donde antes solo había playas y bohíos de pescadores… Todo ello ha hecho de la pesca urbana un oficio en decadencia. Los dos viejos pescadores –afro el uno, buen conversador, y mestizo el otro, parco y más viejo, no dejarían todavía el oficio porque aparte del pequeño jurel, estar allí les sirve de entretenimiento a sus vidas solitarias en medio de una ciudad que crece sin contar con ellos.

Getsemaní tiene el encanto de las mujeres hermosas y maduras. Las calles se curvan con sus nombres pintorescos; el tráfico es constante y variopinto,  y sus balcones son hermosos: viejas hiedras se enredan en ventanales abandonados donde pudieron haber iniciado y terminado romances de otra época… En una de esas casas nació el poeta Jorge Artel que cumplió en ese abril 20 años de muerto, pero a muy pocos parece importarle la vida y obra de uno de sus mayores poetas. Desde temprano, Getsemaní se llena de jóvenes turistas gringos, europeos, argentinos. Se distinguen como turistas por sus atuendos: en bermudas pintorescas, en sandalias o descalzos. Pero todos andan tan despreocupados que pareciera que el mundo terminara en ese viaje. Están a sus anchas en una ciudad entregada al turismo y  que ha sembrado en  el barrio Getsemaní  pintorescos hostales para mochileros. En uno de ellos vivió un largo tiempo el  poeta Raúl Gómez Jatin.

En el  Centro Cultural me dan una buena noticia: ahora está allí solo la directora del grupo.  Son seis en total y los cinco restantes andan en alguna entrevista. Tan pronto como me presento con la directora, me saluda en inglés y en una de las lenguas de Ghana. La colonización destruyó en América los idomas del África occidental, pero mi inglés sin fogueo debe servir para algo, le digo. Entablamos una conversación en la que me explica que ellos en realidad no son un grupo sino un ensamble y pertenecen a diversas instituciones de Acra, la capital ghanesa, y no son sólo los seis que llegaron a Cartagena mediante un intercambio propiciado por el Ministerio de Cultura, la Embajada de Colombia en Ghana, el Icetex y el Programa Presidencial de la Cancillería, sino que son más de veinte músicos, danzarines y cantores que se agrupan de manera diferente para cada viaje al exterior.

A los seis los encontraré reunidos en un hostal de la Calle de la Serpiente. Le traduzco el nombre  a Charlotte Maru,  mi entrevistada, quien hace un gesto de desmayo: ella conoce el poder de la serpiente, no sólo su potencial peligro físico, sino todo el poder que representa en el mundo mítico-simbólico. Luego ríe con esa sonrisa distintiva que han plasmados poetas y pintores en desaforadas y a menudo injustas líneas.

Por la tarde regreso a Ciudad Móvil y avanzamos hacia el hostal cercano. La calle en verdad serpentea de un lado a otro del barrio. Getsemaní tiene entradas por diferentes partes. Uno sale de allí y se encuentra con el moderno Centro de Convenciones y la Torre del Reloj que da paso a la ciudad amurallada, cruzando por el hermoso parque del Bicentenario. Pero también se puede llegar por otro lado al viejo y olvidado Chambacú, antes pleno de vida, inmortalizado en su desalojo por Manuel Zapata Oilivella en su novela Chambacú corral de negros. Y puede también adentrarse en pequeños centros comerciales, o encontrarse con una plazoleta a la memoria del Joe Arroyo, cuya estatua está perdida, sin relevancia alguna, en un lugar que  huele a aguas podridas, como lo denuncia en voz alta el poeta Pedro Blas Julio Romero, que nos cuenta también que en Getsemaní ahora hay más ONGs que habitantes.



Foto A. Vanín.


En efecto, los cinco miembros restantes del grupo están esperándome y la simpatía se nota en sus rostros. Son muy jóvenes, salvo el director musical, un poco mayor que el resto del grupo. Tres hombres y tres mujeres que no solo cantan, danzan y tocan instrumentos, sino que son avezados investigadores universitarios. Sus trayectorias son extraordinarias: el director musical, doctor Mawuyram Quessie Adjahoe, es  Lecturer African Music and Dance;  Margaret Delali Numekevor es Dance Lecturer an Researcher, ambos de la University Cape of Coast; al  grupo Ghana Deru Ensamble pertenecen también Nii yesteef, el Artistic Director y  Charlotte Manu, la Senior Performer; a la National Comision on Culture está inscrita Crhistians Owusu, el Cultural officer; y a la Jay Foundation pertenece Mii Sackey Okire, Dancer and Musician.

El dialogo gira en torno a la misión que cumplen en Colombia, a las lenguas y memorias de Ghana en la diáspora, a los instrumentos musicales  de esta república africana. La lista de instrumentos es demasiada larga, pero hay que mencionar algunos: los tambores  sogo,  kpanlogo, el kogan, el kidi, el atsimevu y el kwadum (estos dos últimos son master drum); maracas (con el mismo nombre con que las conocemos en América hispana); la doble campana llamada gankogui y por supuesto el xilófono tradicional llamado por ellos gyuile, con resonadores de calabazos, semejante a la marimba del Pacífico, salvo que acá los  resonadores son de canutos de guadua. Aunque hay testimonios –me lo mencionó Nina de Friedemann- que las hubo de calabazos en el Caribe. Algunos tambores se parecen en su forma a los nuestros, pero son más mucho más variados: “son incontables”, me dicen los músicos.

Ellos  estaban impresionados con las muestras de afecto de la gente  y el apoyo institucional que habían recibido. Pero, sobre todo, con la presencia negra en Colombia. San Basilio de Palenque fue para ellos “como haber estado en casa habiendo salido de casa”, como lo describió de manera poética uno de los miembros del grupo, a quienes por cierto uno podría señalar semejanzas con rostros del Pacífico y del Caribe, un ejercicio  que hicimos con la antropóloga Gloria Triana, en voz baja, durante la  noche de la presentación del grupo.

Se asombraron mucho más con el hecho de saber que San Basilio de Palenque pose una lengua propia, derivada de lenguas kimbundu, hispánica y portuguesa. Buscamos algunas palabras que podrían ser comunes: entre ellas bo, pronombre personal de segunda persona. Claro está que en Ghana se hablan muchas lenguas: solamente en el grupo de los seis representantes se hablaban tres idiomas: ewe, ashanti y ga, de tres pueblos diferentes que pueden darnos una idea de la inmensa riqueza lingüística y cultural que llegó a América en más de 150 pueblos que los europeos cometieron la torpeza colonialista de refundir en un solo término despectivo: negros, y condenarlos a olvidar sus idiomas,  a hablar solo uno y a practicar una sola religión; esclavizados, pero eso sí, listos para valerse de las grandes habilidades de hombres y mujeres como gastrónomos, mineros, artesanos, herbolarios, médicos,  ganaderos y guerreros, entre otros saberes.

Se asombraron además al saber que de su país, antes llamado Costa de Oro, independiente de Inglaterra  a partir de 1957, llegó a América un personaje mítico llamado Ananse que vive en varias comunidades afrocaribeñas, entre ellas Jamaica. En Colombia está presente en los relatos tradicionales de  San Andrés, Providencia y Santa Catalina como Anancy y Miss Nancy,  en el Palenque como Anancy y  en todo el Pacífico como Anancio. Es un pícaro personaje, un ser  libertario que modula sus actuaciones de acuerdo a las circunstancias; es un héroe de resistencia cultural que a veces es villano y otras veces un ser de gran dignidad. Llegó del antiguo imperio del Dahomey,  de la tierra de los fanti, ashanti, ewe, y  fon, un riquísimo territorio que empobrecieron los colonizadores a sangre y fuego al  extraer su savia y su fuerza de trabajo. Ananse acompañó en la travesía a los desterrados que llegarían vivos a América, lejos de sus patrias.

Por eso, la noche de su presentación, el 27 de mayo, se sintieron las fusiones y transculturaciones sufridas por la diáspora en América, representadas en  los hombres y mujeres de Ghana y Colombia, que derrocharon alegría, maestría y destreza. Primero se presentó el grupo local Periferia, dirigido por Lobadis Pérez y Dina Candela, con un fragmento de su obra Los condenados de la tierra. Danza moderna y  teatro unidos para un relato visual de largo alcance.  Luego se presentó el grupo de Ghana. Fue una gran demostración de ancestralidad y modernidad, con el toque de los tambores y  del balafón que animó a los danzarines en una oleada de fuerza y expresividad. El centro artístico, por el que ha desfilado lo mejor de la danza de Cartagena, y se mantenía –al menos hasta esa fecha- en alianza con el Colegio del Cuerpo, se llenó de músicas novedosas para un público, en su mayoría joven, que se contagió de alegría y de ritmo, tanto que al final el público  se animó y danzó en rueda con los ritmos de los tambores de fondo, imitando a las bailarinas ghanesas que no pararon un solo momento.

Finalmente  se presentó un ensamble entre los grupos locales y el grupo de Ghana. Cantos de trabajo,  cantos mortuorios y de iniciación, bullerengues del Caribe,  con el fondo dancístico, finalizaron una fiesta en la que surgieron inevitables preguntas en el conversatorio: ¿Por qué ciertas similitudes entre el lumbalú palenquero y los cantos mortuorios de Ghana? ¿Por qué la circularidad de los movimientos?   La ronda de respuestas nos acercaba invevitablemente a la historia de la diáspora de África a América, y particularmente a Cartagena por haber sido éste el puerto principal de desembarco de los pueblos de Ghana, Angola, Congo, Mali, y tantos otros de la costa occidental africana.  Los músicos de Ghana hablaron de los rituales, de los roles de cada miembro de su pueblo, de cómo la vida no se puede entender en sus comunidades sin solidaridad...

El entusiasmo, el cariño y la gran calidad artística del ensamble ghanés fueron reconocidos por los públicos en donde se presentaron los seis miembros del grupo. En pocos meses, un grupo conformado por seis colombianos, iría  de gira por Ghana, en un proceso que mantendrá vivo el puente de la diáspora africana en América.

 

El poema de hoy

La luz está encendida

Para Kekeli Kofi

 

 Una paloma gris acaba de pasar volando

a través de la verde campiña

donde los vagabundos van tras una mancha de blanco.

 

Cómo solía yo

adorar los veranos

el paisaje azotado por el viento

los campos abiertos

y la exuberante campiña.

 

¡Ah! casi me olvido del agua

vasta vasta como los panoramas

de la juventud, anegando un futuro que se augura

pleno de prospectos formidables

yéndose ahora tan rápido.

 

Cada insecto hace parte de este universo inexorable

este paisaje inevitable

con su inimitable eco.

 

Nuestro viaje, sostenido por el tiempo y el viento

cautivo de una mañana de Mayo

lejos del fogaje solar

cuando los fulgores sobre el agua

brillan ferozmente.

 

Hay tiempos en los que un nuevo dolor resuena,

y los arrepentimientos,

palpables como frutos

de los considerados pecaminosos

dominan como el destino.

 

El querido Dolor surge

recordando, sólo recordando un tiempo

que adviene, no para determinar

sino para recordar el tiempo

en que nosotros tan jóvenes

 

como nuestro país

soñábamos con sucesos seguros

con logros medidos

con yardajes concisos

de promesas enviadas

con niños a salvo de la edad,

el tiempo en que

el río del cual venimos

habrá de arrastrarnos

hacia la fuente original

cuando desafiaremos el amor y la muerte,

cuando habremos de jurar

por el amado paisaje

y el árbol solitario

luchando por ser una nación

y un bosque

 

al olvidar los lomos

de los cuales procedemos,

padres benevolentes

nos empujan de nuevo hacia el río

nos envían hacia la misma agua

de la cual vinimos

 

para que con el último pez

crucemos el último océano

para ser uno con el fuego

que calentó tus pies

te guió a través de desiertos

por pirámides y templos

santuarios y arboledas sagradas

en aquella isla

donde alguna vez fue el pájaro

plenitud y la caza fue buena

y la risa alegre

y la ovación fuerte

 

y ¡Ha! , el niño Kekeli

primera luz del alba

advino en un día de Octubre

con los ojos alargados

réplicas de la primera princesa,

y ahora el príncipe

prometido un día

ha llegado

por algún río

yo he de enseñarle la última noche

revelarle el secreto divino

del cual hace parte

del cual es heredero.

 

Aquí está el agua para tus pies

aquí está la flor para tus pies

aquí esta el vino para tus labios

he aquí el abrazo prometido.

 



(Traducción de Raúl Jaime)

 

Wheta, nació en Ghana en 1935. Su abuela lo involucró en la tradición oral de los Ewe. Realizó estudios de Literatura en la Universidad de Nueva York, y escribió y publicó una tesis titulada The Breast of the Earth (1975). Algunas de sus libros de poemas son: Rediscovery and Other Poems (1964), Mesagges: poems from Ghana (1970) y Night of my Blood (1971), Until the Morning After: Collected Poems (1987); y la novela experimental, que él define como poema en prosa, This Earth, My Brother (1971). Su libro The House by the Sea (1978), habla acerca de su tiempo en la cárcel, a la que llegó por persecuciones políticas. Otros libros suyos libros publicados son: South of Sahara (1975), The Ghana Revolution : A Background Account from a Personal Perspective (1984), Comes the Voyager at Last (1992. Tomado de: http://www.portaldepoesia.com/poetas.htm

Música para hoy

Ghana Ensamble

https://www.youtube.com/watch?v=Bmb5J61gYT0

Música contemporánea de Ghana

https://www.youtube.com/watch?v=XCe_NUXlyqQ

 

2 comentarios:

  1. Me baño mil veces en esta crónica. Muchas gracias amigo poeta por ombligar África con América.

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  2. Gracias por sus comentarios, estimado escritor y paisano del Pacífico.

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