“UN VIENTO MÁS FUERTE QUE NUESTRA MEMORIA”[1]
Crónica
de un Festival de Poesía
Por Alfredo Vanín
En los comienzos del siglo XX,
Pero la poesía fue perdiendo su trono absolutista, y con toda
razón. En medio de versos acaramelados, de retóricas funerarias, de acicaladas
memorias finiseculares, la vida cambiaba, y el asesinato de un líder político,
ese magnicidio prolongado, disparó una violencia que entre otras cosas hizo
desolar los campos y crecer las ciudades, en un ritmo de violencia rural y de
crecimiento urbano que no ha cesado. La violencia exigió crónicas, relatos
y ensayos que explicaran lo que estaba
sucediendo, y eso fue lo que empezó a gestarse en las líneas de La mala hora, en las ciegas historias de
El día señalado o El Cristo de espaldas, y en las páginas de nuevos novelistas
colombianos que metieron baza en una historia que continuaría con la aparición del narcotráfico y del
paramilitarismo y ahora se solaza en crudos esperpentos como aquellos de los
falsos positivos.
Pero la poesía no perdió todas las batallas, al menos así lo
demuestra el surgimiento de buenos poetas que surgen con la fuerza de un país en desastre. No perdió las batallas porque ha resurgido aupada
por unos cuantos masoquistas que todavía leen poesía, a la inversa de un pueblo
que lee muy poca poesía aunque también sea capaz de devorar una historia de
buena calidad en medio del tráfago editorial que no da tregua con sus best-sellers, algunos desechables.
El Festival en su apogeo
El mago era poeta
En 1999, invitado por primera vez al Festival Internacional de
Poesía de Medellín que llegaba a su edición novena, podía uno conversar a
medias en inglés, a medias en fancés o en castellano con poetas extranjeros que llegaron de todos los
continentes conocidos. 60 poetas de todo el mundo parecían no caber de la
felicidad y del asombro, cuando se plantaron frente a 7.000 personas el día de
la inauguración y frente a casi 12.000 personas el día de la clausura en la
plazoleta de Nutibara. Parecía un asunto de magia. Durante más de una semana
(junio18-26), habíamos trajinado por auditorios de Medellín y de pueblos
cercanos y la respuesta era la misma: auditorios llenos, un público muy joven
que iba a los recitales no por novedad sino porque sentía cercana la poesía y
aplaudía en los momentos más intensos o logrados de cada poema. Tuve entre
otras una gran acogida en
La poeta surcoreana Lee Kang-Won sembró ternura por todas
partes. La vimos desenrollar su roja sonrisa en los escenarios y por último girar
en una danza cortesana con atuendos propios que nos maravilló, como si no
hubiera bastado la delicadeza de su
poesía llena de perfumes orientales y colibríes fantásticos, tomados de su
sugestivo libro Las lágrimas del
camaleón. Leyó sus poemas en una cárcel de mujeres y porque uno de los
poemas mencionaba las campanas de oro, una reclusa le recomendó, alarmada, que
las guardara bien porque en Colombia se las robarían.
El alemán Hans Magnus Enszensberger nos regaló sus poemas
cartesianos. Alternaban las voces del argentino Salvador Madariaga[3] (Q.e.p.d.) y el cubano Alex Pausides y su
esposa Aitana (hija del poeta Alberti), y las voces perentorias del
afroestadounisense Amiri Baraka, del
nigeriano Niyi Osundare, siempre en llave con el senagalés Amadou Lamine Sall,
hombre que había sido encarcelado y torturado en su país rebelde, y sorprendía
su inteligencia: era profesor de inglés en una Universidad de Inglaterra; y me sorprendió el nómada berebere, Mahoumad
Hawad, exiliado en Paris por su lucha tribal,
y la voz temblorosa del guayaquileño
Miguel Donoso. Y definitivamente me asombró el palestino Zakaria
Mohammed (“…dejo a Dios / que barra la
arena / de su playa desierta”). Pero sobre todo, me sorprendió el fervor de la
gente, su calurosa bienvenida y su respeto por la poesía.
Lo cierto era que en cada barrio o pueblo, los comités
comunitarios se encargaban de planificarlo todo. Se trataba para ellos de un evento participante en el que la comunidad
tomaba la batuta y luchaba por ser incluido en los recitales. Nos esperaban con
paciencia, nos recibían calurosamente y nos escuchaban de principio a fin[4].
El poeta indio nos sorprendería el día de la inauguración con
una anécdota crucial. Narró que él estaba sentado en un parque, con su visible
turbante y sus ropas blancas, cuando pasaba un niño que llevaba una bicicleta a
rastras, quien se quedó mirándolo y se le acercó. “Usted debe ser un mago”, le
dijo. “Sí, soy un mago”, le respondió el personaje. “Pues entonces arrégleme mi
bicicleta”, le pidió candorosamente el niño. El hombre del turbante no perdió
la ocasión para mostrar la sabiduría india: “Mira, yo soy un mago pero de las
palabras”. “¡Ah! Entonces es un poeta!”, exclamó con fervor el niño”, sin
importarle ya que no pudiera o no reparar su bicicleta.
“No me despierten si es un sueño”
El último día estaba lloviendo y la gente se mantuvo durante horas bajo improvisadas sombrillas y paraguas aguardando la hora de la despedida de los poetas. Bajo el torrencial aguacero, la consola recibió una descarga de agua que la inutilizó y fue necesario esperar una hora para reponerla y poder generar el sonido que llegara a todas las personas. Sin embargo, nadie se movió de su puesto bajo la lluvia. En improvisados coros gritaban: ¡”Poesía! ¡Poesía!”, y los poetas impacientes nos restregábamos las manos de ver cómo la gente sufría la lluvia y la incomodidad (debían permanecer de pié, hacinados bajo los paraguas del vecino, para no mojarse hasta el alma). El poeta guayaquileño, José Donoso, temblando de emoción, le pidió al poeta colombiano Juan Velasco (exactamente quibdoseño, ya lamentablemente fallecido), que leyera sus poemas porque él era incapaz de hacerlo, tal era la emoción que lo apresaba. A mí me pidió que tomara una fotografía de la multitud para llevarla al Ecuador y mostrar que no se trataba de un concierto de rock sino de un evento de legítima poesía. El poeta Madariaga, con los ojos aguados, tomó un trago tras otro, incapaz de soportar la alegría, y su voz se quebró en los momentos de la lectura. El holandés Remco Campert me confesó sonriente que alguna vez en su país habían tenido que hacer un recital en un parque, a las estatuas, porque nadie había ido a escucharlos. La nota definitiva de esa noche –en la que nada superó el el fervor de la gente- la puso el poeta palestino Zacaria, cuando casi gritó: “If this is a dream, please dont` awake me”. (“Si éste es un sueño, por favor no me despierten”.)
Llegaba a su final esa noche uno de los episodios del mayor
evento de poesía del mundo, y las despedidas con los amigos fue inolvidable,
con el cubano, con el argentino Salvador Madariaga, con esa hermosa pájara
guaraní llamada Susy Delgado, con el uruguayo Washington Benavides, que un día,
frente a Madariaga, me contó que sin duda el pueblo natal de Gardel fue Tacuerambó,
en Uruguay, hijo de estanciero argentino en una de sus criadas, y luego
adoptado por la esposa francesa. Los cubanos nos invitaron al Festival de
Poesía de
Porque la magia no terminó allí. Con un poeta alemán, de cuyo nombre no me acuerdo,
abordé el taxi hacia el aeropuerto José María Córdova, de Rionegro. Inesperadamente, en la mitad del
recorrido, un trancón nos detuvo (tapón
dicen los paisas). Empezaron a transcurrir los minutos y la impaciencia del
colega aumentaba. Si no llegaba a tiempo (y estábamos sobre el tiempo), él
perdería la conexión del vuelo Bogotá-Berlín y le tocaba dormir en la
desconocida Bogotá. Entonces, con el
rostro iluminado de quien vislumbra al fin la salida de un duro trance, me
propuso que nos agarráramos de las manos y gritáramos, como lo había hecho la
gente bajo lluvia la noche anterior de clausura: “¡Poesía! ¡Poesía!”. Así lo
hicimos, y como por arte de magia, el trancón cedió, la cola infinita de
automóviles dejó de estar quieta y llegamos minutos antes de que el vuelo del
poeta saliera. Me despidió desde lejos con el grito de guerra: “¡Poesía!
¡Poesía!”. Le respondí con el mismo grito. La gente no se asombró de oírnos:
algunos incluso se sumaron en voz baja a nuestra celebración, porque habían
estado en esa loma de Nutibara donde la lluvia había inundado los cuerpos. Y,
la poesía, los cuerpos y las almas.
Simientes
No
perdures demasiado tiempo en el paraíso.
Toma
pues los huesos de tu padre que aún yacen vencidos, me dije,
y
vete, camina hacia tierras múltiples, hacia penínsulas hendidas como serpientes
de marea.
Sembrarás
allí semillas de árboles que reinen en altura con los más grandes sueños.
Pintarás
sólo un cuadro y un poema: una mujer sonriente entre los girasoles.
Peces
veteados vendrán a tus anzuelos
y
de tus naves tirarán las corrientes
para
que el tiempo sea liviano y asombres al bufeo.
haz
todo lo que quieras y algo más.
No
perdures demasiado en el paraíso
ni
cultives otras flores que cambien demasiado tu suerte.
(Alfredo Vanín - del libro Infancias anónimas)
https://www.festivaldepoesiademedellin.org/es/Revista/ultimas_ediciones/54_55/vanin.html
Nota de Eduardo Gómez,
desde Popayán:
Pusieron en Netflix la película chilena "No"; a propósito, escribí lo que sigue:
Mil gracias!; gran filme; muestra cómo fue muy
díficil convencer a veteranos izquierdistas de que un jingle progresista puede
ser con rock (tiene que ser con rock), si se quiere conectar con la juventud...
Y muestra que a la hora de la comunicación masiva se requiere un
creativo, un publicista (creo que en la vida real fue Valerio Fuenzalida), más
que un teórico, un dogmático...
Compitió por el Oscar en
la modalidad de lengua extranjera. El director es Larraín, que luego hizo un
película controvertida sobre Neruda: mítico poeta ahora fuertemente denunciado
por las feministas..!
"La poesía es la única prueba de la existencia de
hombre". (Cardoza y Aragón, guatemalteco). Feliz día internacional de la
poesía!
[1] Slogan del IX Festival de Poesía de Medellín (1999).
[2] Se refería al poemario Jornadas
del tahúr, inédito entonces, del que leí varios poemas. Fue publicado en el
2005 por Hoyos Editores de Manizales y en 2010 por el Ministerio de Cultura,
junto con Cimarrón en la lluvia.
[3] En aquel invierno conocimos una
casa con / pájaros de polvo, / donde ardía una llama que quemaba todas / las
flores. / Una casa llena de brujas aliadas de un poder asesino, / que no podían
contra vos en los amaneceres / en que cantaba mi corazón, recién llegado / del
llano.
[4] Años más tarde, en mi segunda participación en el XII Festival, en un pueblo
apartado en la ruta hacia el Urabá, la
gente dejó la fiesta del Día del padre, que celebraban, para recibirnos, y como
faltó el poeta panameño, nos pidieron que completáramos con más versos la
ausencia del que no había llegado. Igualmente, recuerdo a Laura Yasán de
Argentina y a Thiago de Mello quien me
solicitó el poema Andenes.
Fascinante. Maravilloso. Tremendo. Tres mil felicitaciones.
ResponderEliminarVale, estimado amigo y escritor. Seguimos pa'lante.
EliminarA todos mis lectores, mil gracias por su lectura y comentarios. A mis seguidores, un gran abrazo por el aliento que me brindan.
ResponderEliminarExcelente!!!
ResponderEliminarGracias por la lectura. Seguiremos cada semana en La tarea.
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