A propósito
de César Vallejo
“Un Domingo de Ramos que entré al mundo”
Islario del
Sur saluda a César Vallejo desde este domingo
Islario del Sur - Alfredo Vanín
Nadie puede
escapar de la órbita de Vallejo una vez que penetra en su mundo angustiado,
tristísimo, innovador y rebelde. Es el poeta que continúa la voz nueva de Rubén Darío, pero
lleva la poesía a las posibilidades expresivas, imprescindibles en la vanguardia
latinoamericana. Su poemario Los heraldos negros, el más popular entre nosotros, de claro acento modernista, dará paso
a ese enigmático Trilce, que extrema los recursos literarios de sintaxis truncas,
palabras creadas, neologismos y evocaciones extrañas de lo cotidiano y lo existencial al mismo tiempo, anticipando
el surrealismo que después perdurará en
Europa.
Su nombre
completo era César Abraham Vallejo Mendoza. Dolorosamente peruano, nacido en
Santiago de Chuco (16 marzo1892), murió en París (15 de abril de 1938), como había predicho en su poema: Me moriré en
París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo.
Sus fechas de
nacimiento y muerte están relacionadas con esta época de viernes santos, de
martirios y ausencias (“Tú no tienes marías que se van”, le dice a un Cristo que pese a todo no está
solo en esa historia de los evangelios); una época que ronda su poesía desde una visión
humana, visceral, desolada. Terrible y
solidariamente humano, este maestro de
escuela es encarcelado por “rebelión y
asonada”. En la cárcel edita Trilce,
una publicación hecha por manos de presos, a los que dedica unas frases de agradecimiento memorables. Emigra a España y luego a parís, de manera clandestina, solidario siempre con la causa de los milicianos españoles, que es entonces
una causa universal. De allí surgirán los poemarios Poemas humanos y España, aparta
de mí este cáliz, de publicación póstuma. Fue enterrado en
Montparnasse. Tuvo el acompañamiento de su abnegada mujer, Georgette Vallejo,
poeta francesa que nace en París (1908) y muere en Lima (1984), quien cuidó del
poeta y de su obra, permitiendo que sus manuscritos se salvaran íntegros, pese
a la ocupación alemana de París.
Entregamos a
nuestros lectores varios poemas de Vallejo, ligados a esa cristología tan
humana del poeta, a sus imágenes de ausencias hondas que tanto influyen todavía en la
poesía latinoamericana y universal moderna.
El poeta a
su amada
Amada,
en esta noche tú te has crucificado
sobre
los dos maderos curvados de mi beso;
y
tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y
que hay un viernes santo más dulce que ese beso.
En
esta noche clara que tanto me has mirado,
la
Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En
esta noche de setiembre se ha oficiado
mi
segunda caída y el más humano beso.
Amada,
moriremos los dos juntos, muy juntos;
se
irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y
habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y
ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni
volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los
dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
(De Los heraldos negros, 1918)
Comunión
Linda
Regia! Tus venas son fermentos
de
mi no ser antiguo y del champaña
negro
de mi vivir!
tu
cabello es la ignota raicilla
del
árbol de mi vid.
tu
cabello es la hilacha de una mitra
de
ensueño que perdí!
Tu
cuerpo es la espumante escaramuza
de
un rosado Jordán;
y
ondea, como un látigo beatífico
que
humillara a la víbora del mal!
Tus
brazos dan la sed de lo infinito,
con
sus castas hespérides de luz,
cual
dos blancos caminos redentores,
dos
arranques murientes de una cruz.
Y
están plasmados en la sangre invicta
de
mi imposible azul!
Tus
pies son dos heráldicas alondras
que
eternamente llegan de mi ayer!
Linda
Regia! Tus pies son las dos lágrimas
que
al bajar del Espíritu ahogué,
un
Domingo de Ramos que entré al Mundo,
ya
lejos para siempre de Belén!
(De Los heraldos negros, 1918)
LXV
Madre,
me voy mañana a Santiago,
A
mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando
estoy mis desengaños y el rosado
De
llaga de mis falsos trajines.
Me
esperará tu arco de asombro,
Las
tonsuradas columnas de tus ansias
Que
se acaban la vida. Me esperará el patio,
El
corredor de abajo con sus tondos y repulgos
De
fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
Aquel
buen quijarudo trasto de dinástico
Cuero,
que pára no más rezongando a las nalgas
Tataranietas,
de corre a correhuela.
Estoy
cribando mis cariños más puros.
Estoy
ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
Estoy
plasmando tu fórmula de amor
Para
todos los huecos de este suelo.
Oh
si se dispusieran los tácitos volantes
Para
todas las cintas más distantes,
Para
todas las citas más distintas.
Así,
muerta inmortal. Así.
Bajo
los dobles arcos de tu sangre, por donde
Hay
que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
Para
ir por allí,
Humildóse
hasta menos de la mitad del hombre,
Hasta
ser el primer pequeño que tuviste.
Así,
muerta inmortal.
Entre
la columnata de tus huesos,
Que
no puede caer ni a lloros,
Y
a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer
Ni
un solo dedo suyo.
Así,
muerta inmortal.
Así.
(De Trilce, 1921)
Piedra negra
sobre una piedra blanca
Me
moriré en París con aguacero,
un
día del cual tengo ya el recuerdo.
Me
moriré en París —y no me corro—
tal
vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves
será, porque hoy, jueves, que proso
estos
versos, los húmeros me he puesto
a
la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con
todo mi camino, a verme solo.
César
Vallejo ha muerto, le pegaban
todos
sin que él les haga nada;
le
daban duro con un palo y duro
también
con una soga; son testigos
los
días jueves y los huesos húmeros,
la
soledad, la lluvia, los caminos...
(De Poemas
humanos, 1939)
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