domingo, 29 de marzo de 2015

A propósito de César Vallejo

Un Domingo de Ramos que entré al mundo”

Islario del Sur saluda a César Vallejo desde este domingo

Islario del Sur - Alfredo Vanín


Nadie puede escapar de la órbita de Vallejo una vez que penetra en su mundo angustiado, tristísimo, innovador y rebelde.  Es el poeta  que continúa la voz nueva de Rubén Darío, pero lleva la poesía a las posibilidades expresivas,  imprescindibles en la vanguardia latinoamericana. Su poemario Los heraldos negros, el más popular entre nosotros, de claro acento modernista, dará paso a ese enigmático Trilce, que extrema los recursos literarios de sintaxis truncas, palabras creadas, neologismos y evocaciones extrañas de lo cotidiano y  lo existencial al mismo tiempo, anticipando el  surrealismo que después perdurará en Europa.
Su nombre completo era César Abraham Vallejo Mendoza. Dolorosamente peruano, nacido en Santiago de Chuco (16 marzo1892), murió en París (15 de abril de 1938),  como había predicho en su poema: Me moriré en París con aguacero, /un día del cual tengo ya el recuerdo.  Sus fechas de nacimiento y muerte están relacionadas con esta época de viernes santos, de martirios y ausencias (“Tú no tienes marías que se van”, le dice a un Cristo que pese a todo no está solo en esa historia de los evangelios);  una época que ronda su poesía desde una visión humana, visceral, desolada. Terrible y solidariamente humano,  este maestro de escuela es  encarcelado por “rebelión y asonada”.  En la cárcel  edita Trilce, una publicación hecha por manos de presos, a los que dedica unas frases de agradecimiento memorables. Emigra a  España y luego a parís, de manera clandestina,  solidario siempre con la causa de los milicianos españoles, que es entonces una causa universal. De allí surgirán los  poemarios Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz,  de publicación póstuma. Fue enterrado en Montparnasse. Tuvo el acompañamiento de su abnegada mujer, Georgette Vallejo, poeta francesa que nace en París (1908) y muere en Lima (1984), quien cuidó del poeta y de su obra, permitiendo que sus manuscritos se salvaran íntegros, pese a la ocupación alemana de París.


Entregamos a nuestros lectores varios poemas de Vallejo, ligados a esa cristología tan humana del poeta, a sus imágenes de ausencias hondas que tanto influyen todavía en la poesía latinoamericana y universal moderna.

El poeta a su amada

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
(De Los heraldos negros, 1918)

Comunión

Linda Regia! Tus venas son fermentos
de mi no ser antiguo y del champaña
negro de mi vivir!

tu cabello es la ignota raicilla
del árbol de mi vid.
tu cabello es la hilacha de una mitra
de ensueño que perdí!

Tu cuerpo es la espumante escaramuza
de un rosado Jordán;
y ondea, como un látigo beatífico
que humillara a la víbora del mal!

Tus brazos dan la sed de lo infinito,
con sus castas hespérides de luz,
cual dos blancos caminos redentores,
dos arranques murientes de una cruz.
Y están plasmados en la sangre invicta
de mi imposible azul!

Tus pies son dos heráldicas alondras
que eternamente llegan de mi ayer!
Linda Regia! Tus pies son las dos lágrimas
que al bajar del Espíritu ahogué,
un Domingo de Ramos que entré al Mundo,
ya lejos para siempre de Belén!
(De Los heraldos negros, 1918)


LXV

Madre, me voy mañana a Santiago,
A mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
De llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,
Las tonsuradas columnas de tus ansias
Que se acaban la vida.  Me esperará el patio,
El corredor de abajo con sus tondos y repulgos
De fiesta.  Me esperará mi sillón ayo,
Aquel buen quijarudo trasto de dinástico
Cuero, que pára no más rezongando a las nalgas
Tataranietas, de corre a correhuela.
Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
                                   ¿no oyes tascar dianas?
Estoy plasmando tu fórmula de amor
Para todos los huecos de este suelo.
Oh si se dispusieran los tácitos volantes
Para todas las cintas más distantes,
Para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
Hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
Para ir por allí,
Humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
Hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos,
Que no puede caer ni a lloros,
Y a cuyo lado ni el Destino pudo entrometer
Ni un solo dedo suyo.

Así, muerta inmortal.
Así.
(De Trilce, 1921)

Piedra negra sobre una piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París —y no me corro—
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

(De Poemas humanos, 1939)

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