DOS MÚSICAS, DOS REGIONES COLOMBIANAS, EN DOS HERMOSOS TEXTOS: Pacífico y Caribe
En Islario del Sur.
Dirige: Alfredo Vanín Romero
alfredovanin@gmail.com
GUALAJO: EL HOMBRE DE LAS MARIMBAS ENCANTADAS. Un texto de Elizabeth Castillo a propósito del libro de reciente aparición sobre la vida del ilustre marimbero de Guapi (Cauca), ganador del Premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura de Colombia (2013), escrito por Alfredo Vanín Romero, publicado por el Ministerio de Cultura, Bogotá 2014.
LA DANZA BUFA DE LOS NEGROS. Un texto de Libardo Barros (El Heraldo, Barranquilla abril 26 2015), ganador del Premio de Periodismo Ernesto McCausland.
DOS REGIONES, DOS MÚSICAS EMPARENTADAS EN DOS HERMOSOS TEXTOS
Literatura
y marimba Guapireñas en la Feria del Libro de Bogotá
Elizabeth
Castillo Guzmán
Bogotá, abril 24
de 2015
José Antonio Torres Solís conocido como
“Gualajo” es un creador de tradiciones de
marimba y uno de los mayores intérpretes del piano de la selva que
actualmente tenemos en Colombia. Su majestuosa originalidad y fervor como músico
durante siete décadas, le hizo merecedor en el año 2013 del Premio Nacional
Vida y Obra que el Ministerio de Cultura concede a quienes con su trabajo
tesonero honran el campo de las expresiones estéticas y artísticas de nuestro
país.
Con
sus nombres y con su historia se publicó el libro “El Hombre de las Marimbas
Encantadas”, de autoría de Alfredo Vanín Romero, y novedad editorial en la
Feria Internacional del Libro que transcurre por estos días en Bogotá.
“El
Hombre de las Marimbas Encantadas” contiene ciento veintitrés páginas impresas
en fino papel y en una calidad digna de
las obras de arte, cuya prosa en la pluma maravillosa de Vanín, nos
lleva por la biografía de un hombre nacido y labrado en una marimba de
chonta, cuya pobreza solo le hizo más altivo y más humano en su paso por el
tiempo y en su oficio de hacer música para encantar al mundo.
Cada
apartado de este relato biográfico es un trozo de poesía y literatura, que se
trenzan y acompasan con las imágenes
entrañables de Gualajo y sus rincones de vida cotidiana. Textos que constituyen en su conjunto una pieza
notable en la cual dos guapireños, músico y escritor cada quien, fundan un
compadrazgo de partituras y metáforas sobre ese noble arte de esculpir la
memoria cultural del pacífico afrocolombiano.
Vanín dice que el maestro Guajalo es un
viajero de las “marimbas pensatónicas”, y de este modo resalta su condición de
nómada de los ríos, de perseguidor de los sonidos que sobrevivieron al cambio
de siglo, de ser ombligado en tiempos memorables de balsadas, tabaco y puja.
El pez marimbero como lo ha bautizado
Vanín[1], hijo de Rogelia y José,
fue parido el último día de 1939 en la vereda de Sansón, municipio de Guapi. A
los quince años fabricó su primera marimba para nunca más separarse de sus
tacos y sus tablillas, y forjar una trayectoria como creador e intérprete, que
le hace dueño de un aplauso perpetuo en
el Festival de Música del Pacífico “Petronio Álvarez” y referente
obligado en la historia de este género musical que hoy le da la vuelta al
mundo.
“Gualajo” lleva 75 años de alegrías,
penas, inspiraciones terrenales y avatares entres sus manos. Sesenta diciembres
completa de convivencia con la marimba, en una unión libre e inquebrantable que
conoce todos sus secretos, y de vez en cuando los vuelve tonadas y motivos de
bambucos viejos, currulaos, y bundes. Su
álbum de recuerdos incluye viajes a varios países de Europa y parte de América
Latina con su maleta de composiciones que sabe de memoria, y que él mismo ha
enseñado a sus jóvenes discípulos.
Con
una delicadeza sonora, la escritura del maestro Alfredo Vanín celebra la
existencia amorosa de Jose Antonio Torres, y su trasegar como hijo de dos
continentes que palpitan en su piel de ébano, sus ecos de infancia en el río y
sus arrugas de felicidad.
Guapi esa tierra de poetas y escritoras
de renombre, de artistas y salvaguardas de la palabra, de historias que
estremecen los telenoticieros, y abandonos que cuestionan el poder de los
poderosos; hoy nos ofrece una razón para enaltecer su existencia grandiosa con
las voces de Jose Antonio Torres y Alfredo Vanín, en este concierto de Marimba y Literatura Afropacífica.
Hay un motivo en la Feria Internacional
de Libro para recordar la grandeza que proviene del “litoral recóndito” que
sobrevive y se reinventa a espaldas de las montañas del Cauca.
“En
su última salida al exterior, al Encuentro Mundial de Marimbistas, en Chiapas,
en el año 2012, el maestro Gualajo mostró el esplendor de su sencillez al
presentarse con una marimba artesanal que cautivó al público, mientras los
representantes de Canadá, Estados Unidos, México y Japón llegaron con marimbas
industriales (la de Japón era un instrumento sofisticado, producido por la
Yamaha)” Fragmento: Jose Antonio Torres
Solís “Gualajo”.El Hombre de las marimbas encantadas. Premio Vida y Obra
2013 Ministerio de Cultura. Autor: Alfredo
Vanín Romero. Ministerio de Cultura, 2014.
La danza bufa de
los negros
Libardo Barros
Premio Nacional de Periodismo Ernesto
McCausland
El Heraldo
2015-04-26
Reproducimos el
texto que plantea cómo la Danza de Negros, conocida como Son de Negros, expone
una manera particular de asumir la vida. La burla de los bailarines evidencia
el descreimiento frente a las solemnidades de la vida. La reportería se hizo en
Soplaviento, Bolívar:
Todo el delirio de las pasiones humanas quedó reducido a simple
invención de presumidos mortales esta mañana de sábado de carnaval cuando el
grupo Danza de Negritos, dirigido por Antonio Almeida, desató su baile y su
música por las calles del barrio Papindó, en Soplaviento (Bolívar).
Antonio Almeida, más conocido como Anto, es un mulato fornido y
cincuentón que cultiva esta danza inventada hace más de dos siglos por negros
libertos que se establecieron en los pueblos situados a orillas del Canal del
Dique, en el Caribe colombiano.
A comienzos de los noventa, contratado por un grupo de Santa Lucía
(Atlántico), vino al Carnaval de Barranquilla con doce integrantes de su grupo
a desfilar en la Batalla de Flores. Entonces era poco lo que se conocía de este
baile cantao, y bastó solo con esa vez para que esta danza –que mezcla la burla
y la comedia en el marco de una música conga y versos jocosos– demostrara estar
a la altura de otras que gozaban del apoyo oficial.
La Danza de Negritos, o Son de Negros, como también se le llama, tuvo
un origen simultáneo en Repelón, Villa Rosa, Santa Lucía, Soplaviento, Arenal,
Las Piedras, Hato Viejo, San Cristóbal, Mahates, Evitar, Malagana, Palenque y
otros pueblos cercanos que la adoptaron como propia, dándole un estilo
particular al canto y al toque de tambor. Pero desapareció por casi veinte
años, excepto en Soplaviento, hasta que a comienzos de los noventa resucitó en
Santa Lucía, gracias al Festival Son de Negros.
Bailar
burlándose
La tragedia de los negros no es menor que la de ningún otro pueblo
que se reclama como víctima de genocidios. Según Luz M. Martínez M. (Revista
del Cesla, núm. 7, 2005), la cifra de esclavizados traídos a América se
aproxima a los cuarenta millones, sin incluir a los muertos en barcos negreros
ni asesinados en sitios de captura. En lo sucesivo, la vida de los esclavizados
en América fue sometida a tratos inhumanos que no han sido radicados todavía.
Los judíos ilustran en la danza shema del Holocausto, al igual que en
el cine, cientos de libros y múltiples eventos, el dolor ocasionado por el
desarraigo violento y la muerte sistemática producidos por los nazis. De igual
manera, los japoneses en la danza butoh, o danza de la oscuridad, como en otras
expresiones artísticas reflejan los sufrimientos causados por las bombas
atómicas lanzadas por los norteamericanos sobre Hiroshima y Nagasaki.
En las expresiones de estos pueblos milenarios el dolor resulta
incuestionable. No admite cosa distinta a la aflicción y al luto perpetuo. Parecen
dolidos por las falsas expectativas que se crearon sobre la humanidad. Su
desconsuelo permite conocer en las solemnes expresiones de su arte, sobre todo
en la danza, que el cuerpo no ha entendido ni podrá entender las dimensiones de
la crueldad humana. Luego de asistir a la puesta en escena de estos dos tipos
de danzas pareciera que los linderos de la maldad son infinitos, que un oráculo
marcó las pautas de nuestro trágico destino y que lo único que nos queda es
vivir discretamente sometidos a él.
A pesar del acoso de sus obcecados opresores, los negros fugados
hallaron en la manigua y en las riberas del Canal del Dique, que apenas era un
riachuelo, una respuesta singular que transgredía rituales y declaraciones ya
conocidos. Amaron siempre esa tierra, por eso el atávico apego a su paisaje. No
buscaron a ningún dios para pactar milagros, ni lugares de promisión. La vida
estaba solo allí sin nada más de lo que había. De ahí en adelante bailar y
cantar como el cuerpo siempre quiso fue saberse superior a cualquier verdugo.
Los cuerpos de
los bailarines negros dicen otra cosa
Wilfred Almeida, el tercero de los hijos de Anto, nació con síndrome
de Down hace treinta y cuatro años. Espontáneamente se fue incorporando al
grupo y no fue necesario el permiso de nadie, porque como afirma su padre:
«Este baile no tiene dueño; es de quien quiera meterse». Wilfred descubrió
también en la danza el medio para no sentirse inferior frente a las vicisitudes
de la realidad.
Se danza en cualquier momento porque la vida también es canto y
baile. La morisqueta que se hace cuando la atarraya vacía sale del río o cuando
sale llena es la misma. O cuando las cosechas son abundantes o pocas. Siempre
hay gestos en el rostro que están más allá del bien y del mal.
Observándolos se entiende por qué descubrieron que el cuerpo puede
hablar por sí solo y no esperar que se hable a través de él. Por eso, cuando
los negros desatan su irreverente y libertaria danza, el resto no es más que
una caricatura de lo que pretendía ser.
«En la Danza de Negritos –dice Anto– se le hace morisquetas a todo,
uno se burla con seriedad de las cosas».
Mientras los negros bailan sin recato comprendemos que no hay nada
que merezca ser respetado porque todo es convencional, que son pocas las cosas
que se necesitan saber para vivir sin congojas, que hay en la infelicidad y la
frustración colectivas algo que envilece, victimiza y paraliza.
Avisados de lo que se esconde detrás de la pena y la congoja, los
negros desmienten con su danza las imposturas. Aprendieron que los malestares
no son una norma sino un estado de excepción, por eso el baile y la música
deben contribuir a reafirmar la otra verdad que el cuerpo ya conoce.
Danza
teatralizada
Uno de los grandes problemas que se observan en la puesta en escena
de esta danza es todo lo que implica su montaje. Es muy difícil para un
coreógrafo ingenuo dimensionar la cosmovisión presente en este baile cantao. Si
se desconoce su origen real y el sentido que le daban los esclavos libertos a
la burla en los inmensos playones que se forman en el verano a lo largo del
Canal del Dique, lo que se verá serán solo morisquetas. No se entenderá que ese
tambor aglutinante, que marca el ritmo del baile y el canto, invita a iluminar
lo prohibido. A aprender, haciéndolo, que todo el que se burla es superior a
los antagonismos de su entorno. A cuestionar la solemne impostura y a señalar y
señalar hasta el delirio que la burla, la risa, están más cerca de la verdad.
«El sonido del tambor de nosotros −declara Anto– no es igual al de
otros pueblos. A nosotros nos suena más a música africana, a champeta. El golpe
es más rápido».
Algunos lamentan que los grupos de otros pueblos quieren innovar
pintando los labios a los bailarines o uniformando con colores fosforescentes a
las parejas. Que le hayan dado a la música otro sentido, porque si se trata de
llevarlo todo a la burla extrema, no hace falta tanta parafernalia.
«La gracia está en el cuerpo, no en la ropa. De todas maneras, cada
uno lo hace como puede», expone Antonio Almeida.
La Danza de Negros de Soplaviento atrae porque en ella se evidencia
un discernimiento que no proviene del logos. Sus inventores desde un principio
supieron que cuando el cuerpo se expresa no cabe otro discurso. Fue una de las
primeras danzas no religiosas, y como tal, una ganancia para la humanidad, que
siempre estará más satisfecha si cumple el deseo de no tener cuentas pendientes
con nada ni con nadie.
Antonio Almeida interpreta versos jocosos junto a otros compañeros,
acompañando la Danza de Negritos por las calles polvorientas en Soplaviento.
Danza y carnaval
Quienes hoy día bailan Danza de Negros ya no son mulatos, por eso se
tienen que untar el cuerpo con negro humo, manteca vegetal y miel de panela
para no olvidar lo negro que siguen siendo. Tan pronto suena la música ya están
los cuerpos moviéndose a gusto y celebrando las cuartetas cantadas por una voz
líder que se apoya en un coro de músicos que interpreta guacharaca, tambor
alegre y el resto hace sonar sus tablas o gallitos como si fueran palmas. El
contacto con los espectadores es visual, mientras no se incorporen a la danza,
y el roce de los cuerpos es inevitable, también los manchones negros en la
ropa. Los versos que se cantan
desenfrenan los cuerpos iniciados en este camino de burlas y piruetas. En su
transcurso, la danza se vuelve atemporal, el espacio pierde sus linderos. Los
que bailan no esperan ni prometen nada porque su baile no está consagrado a
ningún redentor humano ni celestial. Los bailarines y bailarinas se mueven
invictos porque están despojados de toda lástima, de quejas o lamentos. No
tienen pretextos para declararse víctimas de ninguna circunstancia. Si acaso lo
olvidan, el canto se encarga de recordárselos:
El que está jodío
Que se joda…!!!
El que está jodío
Que se joda…!!!
Jueeee perro
Ay, ay, ay…!!!
Jueeee perro
Ay, ay, ay…!!!
Las calles por donde canten y bailen Anto y su grupo iluminarán el
mundo. Bajo la canícula y el polvo con cada paso y cada gesto instaurarán el
carnaval. Revelarán que la burla, la sorna y el descreimiento son la única vía
para reconocernos mejor. Porque un lugar donde no sea posible reírse de lo que
a cada uno le dé la gana será como el peor de los infiernos.
El autor con la estatuilla del premio (El Heraldo).
Sobre el autor:
Profesor de la Escuela Normal Superior La Hacienda y Uniatlántico.
profersorlibardobarros@gmail.com
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