LA CÁTEDRA DE ESTUDIOS AFROCOLOMBIANOS (CEA)
Manuel Zapata Olivella sigue siendo una voz que orienta y exige el reconocimiento afrocolombiano
No existe un país de América donde los pueblos de la diáspora africana no tenga presencia o huella cultural, incluso en toda América. En Colombia, el mapa de la diáspora interna cubre el país. Sin embargo, una ideología racista inculcó profundamente -desde las escuelas, principalmente- la idea de que Colombia sólo tenía negros en sus zonas periféricas, sin incidencia en su cultura nacional. Hoy este concepto esta rebatido, pero persiste un racismo -consciente e inconsciente, estructural o espontáneo- que sigue considerando que los aportes afros no son visibles o carecen de importancia.
Un artículo de Elizabeth Castillo sobre la obligatoriedad de la Cátedra de Estudios Africanos en todos los planteles educativos de Colombia, algo que ya empezó en Cali, al menos con una Sentencia.
La voz precursora de Zapata
Olivella y la Cátedra de Estudios Afrocolombianos
Elizabeth Castillo Guzmán
Universidad del Cauca
Apenas hace dos semanas un tribunal de Cali emitió
una sentencia que obliga a todos sus establecimientos educativos a implementar
la Cátedra de Estudios Afrocolombianos (CEA). Esto ya se había regulado en
1998, cuando el propio Ministerio de Educación Nacional en atención a lo
establecido en la Ley 70 de 1993 junto con la Comisión Pedagógica Colombiana
promulgó el decreto 1122, con el cual se determina que todos los
establecimientos educativos que integran el sistema nacional deben impartir la
enseñanza de la historia y la cultura afrocolombiana, negra, raizal y
palenquera. Sin embargo, la norma quedó supeditada a la buena voluntad de
rectores, mandatarios locales y docentes.
Muchas de las investigaciones realizadas en Cali,
Bogotá y Medellín sobre este proceso de implementación de la CEA, han mostrado
que una de las razones más frecuentes para explicar porqué no se promueve
esta propuesta curricular, reside en la falsa idea de que se trata de un asunto
"exclusivamente" responsabilidad de los docentes y las docentes afro,
o de los planteles donde hay una presencia significativa de
estudiantes afrocolombianos, negros, raizales y/o palenqueros. En esto el
Ministerio tiene una enorme responsabilidad, pues hasta la fecha ninguna
institución ha sido sancionada por no cumplir con el decreto 1122, mientras que
en otros temas como el de las competencias ciudadanas, existe presión efectiva
sobre directivos y docentes para llevar a cada aula las determinaciones
oficiales. En materia educativa en Colombia es más grave obtener bajos puntajes
en las pruebas Pisa, que presenciar actos de racismo escolar cotidianamente a
manos de niños, niñas, adolescentes y jóvenes.
María Isabel Mena y el colectivo Red Eleguá en
Bogotá, han mostrado que el problema no solamente es del orden normativo, pues
reside en la base del fenómeno la prolongación de un racismo que resiste la
llegada de la Cátedra de Estudios Afrocolombianos al campo de los saberes
escolares.
En Cali se han realizado unos cinco diplomados
durante la vigencia desde el 2008 de los concursos docentes para etnoeducadores
afrocolombianos. Esto quiere decir que existe una comunidad
"ilustrada" al respecto, y que siendo esta la segunda ciudad en
América Latina con población afrodescendiente, debería ser la cuna de los procesos
etnoeducativos y de CEA.
En Puerto Tejada varias instituciones educativas
como San pedro Claver, La Milagrosa y el Sagrado Corazón de Jesús entre otras,
desarrollan proyectos de CEA desde hace una década. A pesar de que
normativamente en estas localidades rige el principio de la etnoeducación
(decreto 804) -pues se trata de entidades territoriales
mayoritariamente étnicas- los docentes y las directivas han considerado que la
ruta pedagógica más acertada para enfrentar la tarea de fortalecer el autorreconocimiento
y mejorar los problemas endorraciales, son los que resultan de implementar la
CEA en el aula.
En Antioquia se ha promovido un importante trabajo
de CEA, que bajo la denominación de etnoeducación ha logrado sensibilizar
a comunidades educativas sobre la urgencia de incorporar en la enseñanza de la
historia, la literatura y las ciencias sociales, la perspectiva afrocolombiana.
En Medellín y Bogotá las docentes y los colectivos
pedagógicos afrocolombianos han logrado que los propios sindicatos de
maestros y las secretarías de educación se involucren en la realización de
seminarios y talleres de CEA.
En Cartagena los equipos del Instituto Zapata
Olivella y de la Secretaría de Educación vienen en una importante trabajo de
lucha contra el racismo e impulso a la etnoeducación y la Cátedra de Estudios
Afrocolombianos.
En ciudades menos nombradas como Armenia, Cucúta,
Bucaramanga, Barranquilla e incluso Tunja y Pasto, se camina hacia la
sensibilización de los docentes mestizos respecto de la importancia de
implementar la CEA en sus instituciones educativas. Incluso se reporta una
experiencia en curso, en un centro de educación indígena del norte del Cauca,
donde un etnoeducador mestizo propuso poner en marcha la CEA al lado de la
enseñanza del idioma nasa yuwe y los planes de vida.
Son muchas las rutas emergentes, muchos los trazos
que se han perfilado en estos años. Por esta razón no es aconsejable
pretender homogenizar -como lo hace el
Ministerio de Educación- los modos de encarar la tarea pedagógica,
curricular y política de educar sin racismo y formar para el pleno
ejercicio de los derechos y la dignificación afrodescendiente. Cada vez es más
claro que la CEA en un país como el nuestro se expresa en una amplia, compleja
y dispersa diversidad de enfoques y abordajes pedagógicos. Lo verdaderamente
importante es que con hechos como la Sentencia 109 de 2014, se produce un
estímulo para seguir en la empresa de erradicar el racismo que resulta de la
invisibilidad y/o la reductibilidad esterotipada de lo afrocolombiano y la
afrocolombianidad en el sistema escolar.
Quiero dejar un pequeño aporte, a manera de
"memoria viva" para recordar que fue Manuel Zapata Olivella quien en
1977 planteó por primera vez en este continente, la necesidad de incluir
los estudios de las culturas negras en los currículos de nuestros países. A
casi cuarenta años del evento de Cali en el cual él hizo esta propuesta,
todavía queda mucho por hacer. Por esta razón debemos reconocer y
destacar a quienes desde su trabajo pedagógico y organizativo del día a
días en aulas y escuelas urbanas, cimentaron el camino que hoy se ha recorrido,
y que hizo posible entre otras cosas, esta nueva sentencia.
La impostergable inclusión del estudio de la cultura negra en los pénsumes educativos…
(Tomado de La
letra con Raza entra, Castillo E. Revista
Pedagogía y Saberes No 34, 2011, Bogotá, UPN)
La preocupación por la educación hace
parte sustantiva del telón de fondo que acompañó los debates y las luchas
políticas de líderes y organizaciones negras y/o afrocolombianas a lo largo del
siglo XX. Como lo señalan Castillo y Caicedo (2010), el racismo y la
segregación racial son elementos constitutivos de las “primeras intervenciones
públicas de las poblaciones negras en relación con la educación”, pues en
regiones como el Chocó, hasta mediados de los años treinta, operaban prácticas
de segregación racial. A pesar de las adversidades y la escasa oferta escolar
para las zonas rurales del Pacifico, la educación sería vista, con el paso del
tiempo, como el camino más eficaz para superar los problemas de pobreza y
marginalidad; es decir, como un medio de ascenso social (Villa, 2001). Hacia
mediados de esta década hizo presencia en la arena política nacional una
generación de políticos negros, de filiación liberal y provenientes en su gran
mayoría del Pacifico, quienes tendrían un papel central en la expansión de la
escuela en sus regiones, así como en la destinación de apoyos parlamentarios
para los estudios universitarios de muchos jóvenes oriundos de estas
poblaciones. Fundamentalmente, la figura de Diego Luis Córdoba encarna una
postura emblemática respecto de la educación de los chocoanos.
Para la década de los años cincuenta,
Colombia experimenta una importante etapa de modernización económica, con lo
cual tiene lugar un proceso de expansión educativa a lo largo y ancho del país.
Una minoría de la población negra se escolarizó durante estas primeras décadas[1]; este evento derivó en
el surgimiento de intelectuales, políticos, maestros, poetas y escritores,
cuyas trayectorias se convertirán, con el paso del siglo, en referencia
obligada en la literatura, la antropología y la historia colombiana[2]. Esta generación letrada
de gente negra representa el antecedente más relevante respecto del episodio de
los textos escolares afrocolombianos, al cual se hará referencia más adelante y
que, sin lugar a dudas, dejó sentadas las bases de una escritura afirmada en la
condición racial como icono de afirmación y dignificación.
Para mediados de los años setenta
vendría un hito fundamental en la historia de los procesos organizativos de las
poblaciones negras en Colombia: la realización del Primer Congreso de la
Cultura Negra de las Américas, celebrado en Cali en 1977. El encuentro contó con
la participación de destacadas figuras de África, América y Europa y su
apertura estuvo a cargo de Manuel Zapata Olivella, quien planteará en su
discurso inaugural: “en nuestras escuelas y colegios no se enseña la
historia del África; la participación creadora del negro en la vida política,
económica, cultural, religiosa y artística se soslaya, minimizándola”
(1988, p. 19). De manera consecuente, señaló la necesidad de oficializar los
estudios de la cultura negra en los siguientes términos: “La delegación colombiana
presentará una proposición para que oficialmente se incorpore la enseñanza de
la Historia de África en la escuela primaria y secundaria, a la par de que se
exija por parte de los profesores un mayor análisis del significado de la
presencia negra en nuestra comunidad a través del proceso histórico desde su
arribo e integración en la vida económica, social y cultural” (Zapata
Olivella 1988, p. 19-21).
Como lo ha referido Garcés (2008), durante las décadas de los años 70 y
80 del siglo XX, este movimiento de las negritudes se expande por las regiones
y plantea “un nuevo discurso y una crítica severa al sistema educativo”. En
1986, Sancy Mosquera, director del Centro de Estudios Franz Fanón, propuso, en
el marco del Seminario Internacional La participación del negro en la
formación de las sociedades latinoamericanas, celebrado en 1986, “el
replanteamiento del sistema educativo, incluyendo la historia, el aporte y la
presencia del negro en la formación de la vida nacional”. De este modo, se
retoma la vieja solicitud de cursos referidos a la historia del negro en
Colombia como alternativa concreta a su invisibilidad histórica.
Posteriormente, el Movimiento Cimarrón, en cabeza de Juan de Dios Mosquera, va
a plantear en 1987 una aguda crítica al sistema educativo colombiano y su
impacto en los procesos de inferiorización psicológica del negro.
El modelo educativo que existe en las comunidades
negras es productor de maestros y es reproductor de la ideología dominante. No
es un modelo que nos permita habilitarnos para explotar racionalmente nuestros
recursos y desarrollar nuestra identidad, y en este campo de la identidad la
educación es reproductora de prejuicios raciales, es reproductora de una
sicología social que inferioriza y subvalora a las comunidades negras al no
reconocerlas como sujetos protagonistas de la historia y de la construcción
nacional de estas naciones, sino solamente objetivizarlas como esclavas; ahí
empieza y termina la historia de nuestras comunidades. Nosotros, dentro del
campo de la educación, estamos reivindicando una nueva historia, estamos
reivindicando una nueva concepción geográfica y geopolítica de lo que es la
comunidad negra nacional (Mosquera 1987, p. 17).
En un pronunciamiento hecho en 1988,
el Movimiento Nacional Cimarrón reclama para las comunidades negras de
Colombia: “El derecho a ejercer y asumir la Identidad Étnica, la Cultura y la
Historia Afrocolombiana, en los programas educativos y mediante la fundación y
sostenimiento de museos de cultura afrocolombiana, casas de la cultura
afrocolombiana, grupos folclóricos y festivales regionales y nacionales de
cultura afrocolombiana […] El derecho a programas de estudios afrocolombianos
en las instituciones educativas de las comunidades y en las universidades de la
Nación” (Movimiento Nacional Cimarrón 1988, p. 45).
Estos trazos superficiales esbozados
a manera de semblanza histórica, son esenciales para comprender las
insistencias de intelectuales y organizaciones negras y/o afrocolombianas en la
segunda mitad del siglo XX, respecto de lo que Manuel Zapata Olivella denominó,
en 1977, “la impostergable inclusión del estudio de la cultura negra en los
pénsumes educativos en aquellos países donde la etnia nacional tenga el aporte
africano como una de sus tres más importantes raíces” (Zapata Olivella 1988, p.
20).
Estas demandas educativas recobran voz propia en la
década de años noventa, cuando, como consecuencia de la reforma constitucional
de 1991, se promovieron dos grandes propuestas, la competente a la
etnoeducación afrocolombiana como una política cultural de las comunidades
negras, raizales y palenqueras –orientada fundamentalmente a fortalecer sus
procesos identitarios, culturales y comunitarios– y la de implementación de la
Cátedra de Estudios Afrocolombianos (CEA), como un mecanismo para erradicar el
racismo y la invisibilidad producidos en el sistema educativo nacional[3]. Se trata, entonces, de
un trayecto a lo largo de tres décadas en el cual se pueden reconocer los
bordes de un pensamiento educativo negro y/o afrocolombiano que hizo parte de
la reforma educativa de finales del siglo XX en Colombia, y cuyos efectos de orden
político, institucional, cultural, pedagógico y organizativo constituyen un
vasto campo de procesos que incluyen desde la formación de etnoeducadores hasta
las demandas contemporáneas por una educación propia y, por
tanto, no pueden leerse como hechos puntuales.
[1]Se hace necesario recalcar
que en este momento de la historia colombiana los manuales escolares de
ciencias sociales fungieron como insumo de una identidad nacional fundamentada
en la supuesta supremacía racial (blanco-europea) y la “inferioridad del indio
y el negro” Herrera (2001), así que estos proceso de escolarización tuvieron
lugar bajo este paradigma.
[2]Solo algunos nombres: Diego Luis
Córdoba (1907-1964); Rogerio Velásquez (1908-1965); Jorge Artel
(1909-1994); Miguel A. Caicedo (1919-1995);Natanael Díaz (1919-1964); Manuel
Zapata Olivella (1920-2004); Arnoldo Palacios (1924);; Hugo Salazar Valdés (1926-1977); Delia Zapata Olivella
(1926-2000) y Helcías Martán Góngora (1920-1984).
[3]Esta normativa, derivada
de la reglamentación de la Ley 70 o de Comunidades Negras de 1993, establece el
carácter obligatorio de la CEA en todos los establecimientos educativos de la
educación básica y media en Colombia y determina que su ámbito de aplicación
opera en el grupo de “áreas obligatorias y fundamentales establecidas en el
artículo 23º de la Ley 115 de 1994, correspondiente a Ciencias sociales,
historia, geografía, constitución política y democracia” (Decreto 1122,
Artículo 2º). Igualmente en 2001, el Ministerio de Educación Nacional publica
un documento de lineamientos curriculares para la CEA, el cual es resultado del
trabajo de un equipo de líderes afrocolombianos, quienes diseñan una propuesta
conceptual y pedagógica para este nuevo campo del saber escolar (Ministerio
de Educación Nacional, Decreto 1122 de 1998. Serie Lineamientos Curriculares.
Cátedra de Estudios Afrocolombianos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario