DE
REGRESO AL “CERCADO FUERTE AL FIN DE LA LLANURA”
Algunos
recuerdos de Facatativá
Lo
primero que recuerdo de Facatativá es la carretera de 40 kilómetros que me llevó
desde Bogotá, con mi maleta de estudiante, pasando por pueblos que nunca había nombrado.
Arribé por fin a una pequeña ciudad
rodeada de cerros, con unas piedras enormes donde había improntas de una cultura indígena. Y luego la voz del
profesor de literatura , Jaime Cárdenas: “Su nombre en lengua indígena significa
Cercado fuerte al fin de la llanura”. Los muiscas fueron sus pobladores y la diosa Chía tenía allí su templo.
Iba
a cursar el 5º de bachillerato, pero llegaba con un lastre enorme: en febrero
de 1966, gran parte del pueblo de Guapi (Cauca), de donde provenía, había sido
devastado por un gran incendio. Mi maleta de estudiante estuvo
a punto de cerrarse para devolverme, porque creí que mi casa había sido
destruida y según las noticias “había una persona mayor muerta”. Mis familiares
y algunos paisanos me convencieron para quedarme.
Pese
a su ubicación cerca de Bogotá, Facatativá parecía entonces un mundo remoto, agrario, donde todo
el mundo conocía a todo el mundo, y los chismes contra el otro eran creativos y
soberbios, como en todos los pueblos. El viaje por carretera desde Bogotá
demoraba el tiempo suficiente para uno saber que dejaba atrás un mundo urbano y
entraba a una pequeña ciudad que vivía
del campo, de los incontables estudiantes que llegaban cada año en busca de un
colegio que había regado su fama por el país, el Colegio Nacional Emilio
Cifuentes, y donde existía todavía un internado, una institución abolida en
casi el resto del país. Dos hermanos habían estudiado ya en el colegio
y existía una familia amiga y paisana, de origen guapireño, De la Torre-Burbano,
que sería mi primer contacto y refugio
para el cambio extremo de una región a otra que me tocaba en suerte.
Porque
tuve suerte. Lo primero que me impresionó fue el frío. Las duchas abiertos del internado nos recibían a las
cinco de la mañana, en un ritual que algunos disfrutaban, pero yo y otros “calentanos”
rogábamos que la temperatura descendiera por lo menos 10 grados. A los pocos meses, sobrevino el terremoto de
1967. Era sábado y mientras se estremecía la vieja estructura, recuerdo al
compañero Rico que corrió despavorido. Grité que era el tren que pasaba y, como siempre, estremecía
la vieja estructura. Pero me hizo correr el grito de Diego Ceballos: ¡Terremoto!
Salté como un relámpago y justo en ese momento un pedazo de techo cayó sobre mi
almohada.
Las
frías noches de Faca, como se le llama con cariño, empezaron a volverse tan amañadoras, que al
mes aprovechábamos algunos sábados para quedarnos en el pueblo y recorrer
pueblos cercanos. Hay una foto refundida donde estamos algunos (entre ellos el Polilla Ceballos), sobre la vagoneta de
un tren detenida para siempre... Poco a poco, los grupos “de la tierra caliente”
(el Chocó, el Valle, Huila, Buenaventura)… nos reuníamos: Diego Ceballos,
Antonio Sarria, el Guajiro, Trujillo “El Opita”, Carlos Castellanos, Magno,
Alexis Lozano (que sería el fundador del Grupo Niche), Carlos Angulo, Arcila
(el infatigable narrador de escenas de Buenaventura)… Para entonces, la canción
protesta, Charles Aznavour y la Nueva Ola llenaban el ambiente. Yo iba lleno de
Peregoyo, de Matamoros, de Ricardo Ray, de Moré, de Roberto Ledesma..
Finalmente
fuimos integrando grupos de trabajo: El sabio Guillermo Rodríguez, Diego
Ceballos, Pacho González, Gerardo, Duque (el dibujante silencioso) y creamos un
periódico que se imprimía en stencil: El
Pulpo, permeado por la corriente existencialista, el absurdo, los primeros balbuceos estudiantiles, del
proletariado y el campesinado, un revoltijo que tenía eco en las publicaciones que luego
alentaron la creación de un fugaz grupo de teatro. Los nombres de entonces se
escapan: pero como no recordar a los dos Gerardos, a Acosta, Tovar, Danilo,
Jorge López y, cómo no, al “Picapiedra”, el mamagallista que no falta en
ningún grupo.
Había
en Faca un obispo progresista: Monseñor
Zambrano Camader (de origen payanés),
lamentablemente fallecido en un “accidente” de aviación, al igual que su
colega y compañero, el Obispo de Buenaventura
Gerardo Valencia Cano, ambos de la Teología de la Liberación, del Grupo
Golconda. Me presenté ante él como un habitante del lejano departamento del
Cauca. Me abrazó con gran afecto, como si nos conociéramos de antes...
Debo
resaltar que mi estadía en Faca fue crucial para mi vida de escritor. De Guapi,
mi pueblo, llevaba algunos poemas y pequeños relatos, con el aliento del
profesor Eudoxio Prado y el Hermano Mateus , en la primaria, que me publicaron
por primera vez en el periódico escolar, y de Samuel Giraldo en el bachillerato
que leyó un poema mío y me alentó. Mi
vocación de poeta terminó de consolidarse allí, en ese espacio del Emilio
Cifuentes de Facatativá... Recuerdo las lecturas con algunos compañeros. En la
piedras de Tunja, o del Tunjo, el parque arquelogico, solíamos refugiarnos
algunos a leer poesía y relatos, algunas
tardes después de las clases. Recuerdo
las lecturas de Kafka, de Neruda, de Saint-John Perse, de Carranza, de Aurelio
Arturo, de Baudelaire, de Lenin, en libros intercambiados o comprados en
librerías de agache en Bogotá. Pero
también las horas reescribiendo poemas…
El
periódico estudiantil me sacó del anonimato. Publiqué un primer poema (un
soneto). Fiel a mis lecturas de magazine de los nadaístas, me firmaba con el estrambótico seudónimo de Yano-Z . El profesor de Literatura, Jaime
Cárdenas, pidió que se pusiera de pie el que había escrito ese soneto. No tuve
remedio. Me felicitó: “Un joven tempranamente indigesto de auroras”, recalcó,
aludiendo a uno de mis versos. Otro profesor de literatura, más chapado a los
cánones antiguos, decía que “era digno de pasearme con las musas”. Uno de los
compañeros, el mamagallista Picapiedra, de un humor corrosivo, dijo que “las
musas eran las muchachas de los bares de Faca”.
Gané
mi primer premio de poesía en el
concurso de la Semana Cultural del Colegio con un poema que olvidé para
siempre, alusivo a La hora 25… El
diploma me lo entregó nada menos que el poeta payanés Rafael Maya, quien prefiguró
con voz reposada un buen futuro poético para el autor de ese poema. Ya había
leído al poeta Maya, que ha sido olvidado en medio de las sublimaciones de su
paisano autor de “Los camellos”. Un año
después gané un concurso de cuento del programa de radio nuevaolero que dirigía Alfonso Lizarazo: “Las envidias de un genio”,
se llamaba el cuento juvenil premiado.
Para
el acto de graduación de 6º año, los compañeros me encomendaron las palabras de despedida. El
día de graduación coincidía con mi fecha de nacimiento: 29 de noviembre. Bauticé
a nuestro grupo (6o A y B) como El Sexto
Regimiento, ahora felizmente reunidos en un chat, y con dos encuentros a
cuestas, a los que he faltado. En el chat, reconozco a tantos que hoy
descuellan en sus profesiones y en su pensamiento. Gracias, compañeros, por tan
buenos momentos y la solidaridad de siempre. Por cierto, no faltaré al tercer
encuentro. Espero que para entonces se haya descubierto el sitio donde se
guardó “La caja del tiempo”, que no ha sido ubicada. “El “Cercado fuerte al fin
de la llanura” lo siento cada vez más cerca y cada vez más entrañable.
Notas en tránsito
Remito a los lectores al
blog del martes 6 de mayo de 2014: Los verdaderos dueños del Puerto de
Buenaventura.
Aniversarios
del mes
27 febrero (1920): nacimiento del poeta
guapireño Helcías Martán Góngora (muere en Cali en abril 1984). Se conmemoró el
año pasado el centenario de su nacimiento.
6
La canoa es el principio y el fin de las distancias.
Abecedario de la lejanía, cómo es de fácil aprender en
ella la lección
del paisaje. Sobre su vientre hondo el nativo se
siente como en el
corazón del universo.
Todos los hombres ribereños la aman. Las doncellas la
quieren,
porque saben que es el vehículo que ha de traerles el
ósculo
esperado. Los niños la veneran, porque comprenden que
es el
mejor
juguete.
(Helcías
Martán Góngora De: Evangelios del Hombre
y del paisaje y Humano Litoral – Biblioteca de autores afrocolombianos –
Ministerio de Cultura - Bogotá 2010)
19 de febrero: fallecimiento de Beny Moré
(1963)
Homenaje
a Beny Moré
Del
trompetista de jazz jamaiquino cubano Bobby Carcassés
Y del
pianista cubano Chucho Valdés, en vivo.
https://www.youtube.com/watch?v=U3whBF8NOOA
CARTA DE FONDO
Nos escribe desde Popayán uno de los lectores, colaborador y amigo,
Eduardo Gómez Cerón (Abogado, periodista, docente, escritor) para unirse a las
conmemoraciones de Islario:
José Eustacio Rivera
San Mateo-Rivera, Huila, 19 de febrero de 1888 – Nueva York, 1 de
diciembre de 1928
Por: Eduardo Gómez Cerón
Un aspecto menos conocido de Rivera es que colaboró con José Vasconcelos en la gran campaña de alfabetización que hicieron en el México postrevolucionario, con Gabriela Mistral y Pedro Henríquez Ureña, entre otros. La hermandad de los intelectuales latinoamericanos para empeños educativos y culturales, es solo comparable con la hermandad política de los luchadores por la justicia social, que si ha sido del caso, los ha llevado hasta ofrendar su vida combatiendo en suelo hermano... Y décadas después, unos y otros seguían en el mismo empeño. Cómo olvidar al ya mencionado escritor dominicano, Henríquez Ureña, con su gran amigo Alfonso Reyes, el inigualable maestro mexicano, reposando unos minutos antes de la hora vespertina, tomándose un café ya muy mayores, para empezar su jornada nocturna, ad honorem, en la Universidad Obrera de Buenos Aires, que habían ayudado a fundar... Y eso después de haber tenido una jornada completa en las universidades en que estaban contratados. ¡Honor y gloria, y seguir el ejemplo de estas personas maravillosas, hombres y mujeres!.
Gracias por recorrer nuestro
Islario. Quedamos pendientes de sus comentarios.
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