UN HOMENAJE A MANUEL Y DELIA ZAPATA Y NUEVOS TEXTOS SOBRE LA MARCHA A BOGOTÁ DE LAS MUJERES DE LA TOMA
Textos de Elizabeth Castillo, Ana Margarita González y Jaime Arocha
Recordando
a Manuel y Delia Zapata Olivella
Elizabeth
Castillo Guzmán
Popayán,
noviembre 27 de 2014
Se cumplieron diez años de la
muerte de Manuel Zapata Olivella. Al recordarlo es inevitable nombrar a su
compañera entrañable, la bailarina a pie limpio, la maga de su obra, su
cómplice de aventuras por las geografías del folklor, doña Delia Zapata
Olivella.
La
presencia de ambos por los corredores del auditorio León de Greiff de la
Universidad Nacional de Colombia, era parte esencial del final de los años
ochenta.
Manuel y Delia caminaban sin afanes, en
medio de la turba de jóvenes intensos, revolucionarios impúberes y rebeldes de
un tiempo sin tiempo. Delia maestra eterna de la Facultad de Artes y directora
del Grupo de Formación Folclórica; don
Manuel, hermano sabio que daba a los actos cotidianos la contundencia histórica
del que sabe de dónde vienen y para donde van las cosas de la vida.
Ambos habían producido un saber fundante
en la historia del folklor colombiano. Dieron la vuelta al país y al mundo
enseñando en tarima lo que sabían de nuestro acervo cultural. Envejecieron en
esa hermandad de humanismo, política y artes que siempre les rodeo.
Ella olía a flores de monte. El
sonaba a los ancestros negados.
Ambos conmovían el mundo de las artes y
el folklor. Don Manuel y doña Delia Zapata Olivella tomados de sus antebrazos
como viejos antiguos, presenciaban un final de siglo cargado de leyes que
nombraban y reconocían lo que había estado oculto.
Don Manuel vestía casi todos
los días, su traje completo, con gabardina y paraguas por si acaso la lluvia
sabanera lo sorprendía. Delia vestía de blanco, como “Orisha” extraviada en los
páramos andinos, y cargada de semillas que acompasaban su rítmico caminar.
Durante más de treinta años
formaron a los universitarios en el conocimiento del folklor, la cultura y la
africanía. Compartieron con cientos de jóvenes lo que ella y él habían
aprendido en sus viajes en viejos camperos por las tierras de Candelario Obeso, por entre rancherías de los wayuu de la alta
Guajira, a lomo de mula por la Tierra Mojada del Sinú, y por los
callejones de una negritud perenne.
Compartieron dichas y
desventuras en esa fría ciudad que les había enseñado que en Bogotá eran
“negros” y que eso sonaba a repudio. Por esta razón inventaron ese magnífico día del negro, un 20 de junio
de 1943, en el que protestaron y se rebelaron contra la discriminación en los
andenes y el tranvía.
En mayo del 2001 durante el funeral de
Delia Zapata en su Palenque del barrio La Candelaria, en medio del desfile de
músicos, artistas, políticos, intelectuales e innumerables figuras nacionales
que acudían a ese póstumo homenaje a la maestra, Don Manuel permanecía sereno y
silencioso, sostenido por sus recuerdos, en una vieja silla de cuero labrado,
mientras con la solemnidad de las grandes estirpes, despedía a la bailarina de
Lórica. Los tambores y la música no cesaron de sonar en ningún instante,
tampoco la infinita tristeza del “hermano viudo” que empezaba también su senda
del adiós.
Tres
años después, en mayo del 2004, mientras acontecía la toma de una iglesia del
centro de Bogotá por parte de activistas e intelectuales afrocolombianos, don
Manuel en su nicho del Hotel Dann Colonial, decía que sin Delia se había
quedado “más solo de lo que ya había sido toda su vida”. Su duelo no terminaría
hasta el 19 de noviembre, cuando a pocas calles del Palenque de Delia, él se
despediría solitariamente de todos y de todo.
Los Zapata Olivella son una tradición
sin cuyos nombres estaría incompleta la historia intelectual del siglo XX en
Colombia.
Las voces de las mujeres afrocaucanas
por ANA
MARGARITA GONZÁLEZ*
La movilización de las mujeres afrocaucanas
pone de manifiesto un conflicto en el que actores legales e ilegales se
disputan recursos naturales en territorios ancestrales de pueblos étnicos.
“¡Bateas si, retros no!” exclama Francia
Márquez, una mujer afrocolombiana proveniente del Consejo Comunitario de La
Toma (Cauca) que el pasado 25 de noviembre llegó caminando a Bogotá junto a 70
de sus compañeras. El grupo de mujeres
salió desde el Norte del Cauca en el marco de la Movilización de Mujeres
Afrodescendientes por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales para
denunciar los efectos de la minería ilegal de mediana y gran escala sobre su
territorio, la ausencia de garantías para ejercer la minería tradicional y la
violencia producto del conflicto armado. La movilización de las mujeres afrocaucanas
pone de manifiesto un conflicto en el que actores legales e ilegales se
disputan recursos naturales en territorios ancestrales de pueblos étnicos.
Mientras tanto, el gobierno nacional
impulsa presuroso licencias ambientales
violando el derecho a la consulta previa.
El norte del Cauca es una región
emblemática de la resistencia negra. La presencia de la comunidad afro en esta
región está asociada a su labor en minas de oro y plantaciones de caña de
azúcar. Desde mediados del siglo XVI,
estos pueblos practican la minería tradicional en las riberas de los ríos, que
además de ser la principal actividad económica, es la base de la vida en
comunidad.
Sin embargo, la región ha experimentado el
impacto ambiental y social de varios proyectos económicos en los últimos 30
años. El primero de ellos, la
construcción en 1985 de la hidroeléctrica La Salvajina que generó la primera
ola de desplazamiento de familias hacia zonas urbanas. Tras décadas de
negociaciones con entidades del gobierno, este año, la Corte Constitucional
ordenó la consulta previa y participación de las comunidades para establecer
medidas de reparación a indígenas de los
Resguardos Honduras y Cerro Tijera, en reconocimiento a los daños colectivos y la
violación de derechos territoriales.
Actualmente, la situación más crítica se
deriva de minería industrial ilegal y de los títulos mineros legales sin
cumplimiento de la consulta previa. A pesar de que el gobierno nacional ha
conformado unidades especializadas para acabar la explotación ilegal, en el
Cauca hay cientos de retroexcavadoras, muchas de ellas contaminando con cianuro
y mercurio los ríos Cauca y Ovejas.
Además de los daños ambientales, la minería
ilegal este año cobró la vida de 12 mineros como consecuencia del derrumbe de
una mina en el municipio de Santander de Quilichao. De igual forma, a la fecha - tan sólo en la
jurisdicción de los municipios de Buenos Aires y Suárez- hay 21 títulos mineros
inscritos (Catastro Minero Colombiano) Entre ellos, tres contratos de concesión
para la empresa Anglo Gold Ashanti en los municipios de Suárez, Buenos Aires,
uno en Morales, y uno en Santander de Quilichao.
En 2010, la Corte Constitucional exigió la
consulta previa para expedir títulos mineros y licencias ambientales en la
sentencia T 1045A y en 2009 resaltó la gravedad de la situación y declaró
varios municipios de la región como casos emblemáticos para la adopción de
medidas de protección. Sin embargo, las
autoridades locales y nacionales continúan sin responder apropiadamente al
riesgo de la minería ilegal y a anular
los títulos otorgados sin cumplir todos los requisitos de ley.
Mientras en Cuba se discute sobre la paz y
reparación a las víctimas, en el Cauca – y otras regiones del país - avanza un
modelo de desarrollo económico extractivo sordo a los legítimos reclamos de
estas comunidades. Ante la falta de soluciones efectivas, las mujeres del Cauca
encarnan las voces que se resisten a la guerra y exclusión. El Gobierno debe tomarse en serio las
demandas de una intervención integral en estos territorios y toda la sociedad
debería escucharlas, como un gesto de paz
y de reparación histórica.
*Investigadora
del Centro de Derecho, Justicia y Sociedad –Dejusticia
Revista Semana.com - 3 diciembre
2014.
El antropólogo y
columnista de El Espectador, Jaime Arocha, nos envía los enlaces de sus
columnas sobre la marcha de las mujeres de La Toma desde Suárez (Cauca) hasta
Bogotá. Un suceso poco divulgado por los medios, pese a su significado, en un
país donde la minería a gran escala, ilegal o legalizada, está afectando de
manera profunda los territorios y la vida de comunidades afrocolombianas e
indígenas de Colombia.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario