El mes de la Herencia Africana en Colombia, seguido de un balance del 21 de mayo, día de la
Afrocolombianidad
La profesora Elizabeth Castillo Guzmán ilustra lo que significa el Mes
de la heencia africana en Colombia a través de los siglos de lucha por la
liberación y el reconocimiento. Siglos de desigualdad y de incomprensión de un
país que no se reconoce en sus pueblos que lo conforman, y continúa generando
un racismo estructural del que ni los discriminados ni los discriminadores
salen bien librados. Sin embargo, se avanza lentamente.
El mes de la herencia africana
Elizabeth Castillo Guzmán
Popayán, Mayo 22 de 2014
El 21 de mayo de 1851 se declaró ilegal la esclavitud. En el 2011, la
ministra de Cultura Paula Marcela Mosquera decretó el mes de mayo como Mes de
la Herencia Africana.
De la mano de una afrocaucana surgió esta propuesta que para el común de
la gente puede significar muchas cosas, incluso que el 21 de mayo es para
felicitar a los afrocolombianos por su afrocolombianidad.
En estos territorios de lo que otrora fuera el Gran Estado del Cauca, la
herencia africana es un rasgo constitutivo de la vida cotidiana. La presencia
de africanos y africanas en haciendas, plantaciones y casas de familia durante
el largo período colonial, impregnó con sus marcaciones espirituales, simbólicas
y culturales la gastronomía, las pautas de crianza, el modo de hablar, las
formas estéticas y musicales, las maneras de habitar los cuerpos, de cultivar
algunas plantas e incluso las prácticas católicas de las gentes con quienes
convivieron. En la vida republicana -de grandes tensiones entre antiguos
esclavistas y abolicionistas- el devenir político estuvo influido por las
ideas de quienes -ahora en condición de hombres libres- escribían y daban
oratoria en partidos y directorios locales.
La herencia africana en el Cauca es un complejo fenómeno parecido al
palimpsesto, esa escritura antigua sobre la cual se vuelve una y otra vez, y
rehecha tantas veces que llega un momento en el cual es difícil reconocer los
trazos originales. Nuestra vida política, económica y cultural está signada por
los pasos en el tiempo de cientos de hombres y mujeres afrodescendientes, por
su presencia diferenciada de norte a sur del departamento, por su africanía
diversa y dispersa.
En el norte del Cauca líderes políticos como Jose Cinecio Mina, Natanael
Díaz, Marino Viveros y Sabas Casarán a principios del siglo XX, lucharon y
denunciaron los problemas de la región y algunos desde el parlamento
trascendieron en la arena nacional. Sus rostros recogidos en antiguos retratos -ya
maltrechos- son parte del “Museo de la Afrocolombianidad” que anualmente se
revive en el Colegio San Pedro Claver de Puerto Tejada, como un proyecto
etnoeducativo del docente Hermes Carabalí para cultivar la memoria de las
nuevas generaciones.
En la costa Pacífica, la pluma y la voz de Sofonías Yacup dio a conocer
al país en 1934 su libro Litoral Recóndito, una tremenda
y extensa metáfora referida a la situación de abandono y marginalidad de esta
región y una lectura totalmente vigente sobre el destino de sus comunidades.
En 1947 el instituto etnológico de la Universidad del Cauca dirigido por
el ilustre Gregorio Hernández de Alba recibió en sus claustros al chocoano
Rogerio Velásquez, quien fuera el primer etnólogo negro de la Colombia de
mediados del siglo pasado.
Los logros de intelectuales, líderes y artistas como Mary Grueso Romero
y su poesía afrocolombiana; María Dolores Grueso y sus proyectos de la pedagogía
de la corridez en el Valle del Patía; Sor Inés Larrahondo y su
liderazgo en el proyecto Casita de Niños en La Balsa; las
cantaoras del Patía; los violinistas del norte y sur del Cauca en el
Petronio Álvarez; el grupo Herencia de Timbiquí y su premio Gaviota de Oro;
Hugo Candelario González y su marimba de chonta; Alfredo Vanín y su novela
premio Jorge Isaac, son solo una muestra de la grandiosa herencia africana que
habita los territorios del Cauca y nos hace trascender en materia cultural.
Estos son suficientes motivos para reconocer la dignidad de la
afrocolombianidad y abandonar el viejo y obsoleto racismo.
Son suficientes razones para limpiar las sombras identitarias de nuestro
espejo retrovisor y reconocernos sin complejos.
Un
balance del 21 de mayo, Día nacional de la afrocolombianidad y de la Diversidad
cultural de la nación:
¿Qué
representa el 21 de mayo para Unos y Otros?
¿Qué representa el 21 de mayo para Unos y
para Otros ?
Llueve
a torrentes. Es 21 de mayo. Para muchos un día más de trabajo y afugias
cotidianas en una urbe de 8 millones de habitantes.
Recorremos
Bogotá, este territorio de diferencias y diversidades, donde la gente que
arriba del conflicto que se vive en el Baudó, en Tumaco, Barbacoas, en el
Atrato, en el Napi y muchos otros lugares de comunidades negras del Litoral
Recóndito, tiene que “guerriarse” cada centímetro de espacio físico para
sobrevivir son sus hijos, cada bocanada de oxígeno en calles atestadas de
pobres y olvidados, que como ellos están desplazados en la capital.
La pasan mal,
pero algunos dicen que la pasaban peor en sus territorios.
No hay claves
teóricas que nos sirvan para enfrentar este drama humanitario. Ocurre aquí y
ahora. No hay tiempo para discutir por ahora las aristas sobre las
representaciones de la etnicidad afro, o para debatir si se trata de una
vertiente esencialista o híbrida. No. No hay tiempo. Todos los días arriban a
las ciudades y todos los días salen de los territorios, hijas e hijos de los
troncos fundantes de la diáspora africana en Colombia.
Hay que
rebuscarse la vida en esta ciudad fría donde los ríos están muy lejos y además
contaminados. En las escuelas los chicos y las chicas aprender a sobrellevar o
a enfrentar el racismo de los chistes y el matoneo por ser “negros”. Sus
maestros no conocen los estudios antropológicos, han ido a facultades en las
cuales no aprendieron nada sobre África, ni sus culturas, ni sus gentes.
Aprendieron del prejuicio general, que los negros son alegres “por naturaleza”
y muy buenos en el deporte. Ellos y ellas no han recibido cursos con expertos
en estudios culturales o seminarios especializados. Son maestros como la
inmensa mayoría -que al menos en Bogotá- empiezan a entender que el
21 de mayo es un símbolo importante y un día en que los reúnen para hablarles
de la historia y la herencia africana en Colombia. Además sumémosle a este
hecho, que una importante mayoría de quienes dominan el conocimiento experto en
esta materia, no enseñan en facultades de educación, y yo creo que tampoco les
interesa formar maestros, pues es más prestigioso formar cientistas
sociales.
Tampoco las
familias de los chicos y las chicas afro que viven en Bogotá en situación de
desplazamiento, tienen tiempo para asistir a seminarios o a debates
de expertos sobre la afrocolombianidad. Combaten el racismo en Transmilenio y
en sus trabajos, mientras comprenden lo que es vivir como minoría en una ciudad
del interior.
María Isabel
Mena encabeza la ruta de quienes han entendido esto y sin dudarlo por un minuto
militan por el derecho de la gente afro a una vida digna en Bogotá. Sus textos,
sus plantones, su militancia intelectual, su radicalidad y sus acciones
concretas, nos enseñan que no hay tiempo para quedarse en prolongados e
infructuosos debates antropológicos. La lucha por los derechos debe combinar al
mismo tiempo razón y acción. Denuncia, propone y sigue denunciando que los
niños y las niñas afrocolombianas tienen derecho a no ser discriminados, y que
hoy se conmemora un día importante para hablar con los maestros colombianos de
este asunto y por ahí “vamos juntando gente para este proceso”.
Es bueno,
creo yo, dado que estamos hechos de símbolos, que los funcionarios y los
maestros nos detengamos al menos unas horas a pensar y tratar de comprender que
significa eso de la esclavitud como antecedente de los grandes problemas que
viven hoy cerca de 10 millones de personas negras, afrocolombianas, palenqueras
y raizales. A pensar que papel cumplen la escuela y la enseñanza en todo este
asunto. A entender que el 21 de mayo es una nueva forma de hacer memoria sobre
la esclavización y sus tremendas secuelas en la vida contemporánea.
Es 21 de
mayo.
Quienes
trabajamos en educación sabemos que es una oportunidad, somos herederos de una
tradición escolar que celebra y conmemora la historia oficial, y en este caso
una ministra afrodescendiente encargada del tema de la Cultura - la primera en
Colombia- propuso en el 2011 hacer de esta fecha un símbolo para Colombia. Eso
tiene tanto de largo como de ancho. Pero ese acto – patriotero e incompleto
seguramente- hace posible que en muchas ciudades y escuelas de este país, hoy
al menos hoy, se dedique un tiempo a conocer sobre esa historia oculta y
negada.
Pero insisto,
quienes estamos trabajando en el terreno educativo sabemos que el 21 de mayo
suena a Cátedra de Estudios Afrocolombianos y la posibilidad de que en verdad
nuestra escuela asuma la tarea de divulgar la historia y la cultura
afrodescendiente sin prejuicios, ni recortes ideológicos.
Tiene la
palabra la poeta Mary Grueso. Ella con su literatura infantil tampoco se
detiene en su paso por cada auditorio en el cual en este mes de la
herencia africana, la invitan con su muñeca negra. Escribe, ha escrito y
seguirá escribiendo cuentos para que unos se reconozcan con dignidad y otros
abandonen los prejuicios raciales y aprecien la belleza que África ha dejado en
este territorio de América. Escribe para que las próximas generaciones sean
menos racistas y más afirmadas en su diferencia racial. Ella avanza hace muchos
años en su tarea como escritora y maestra. Hoy 21 de mayo vino a
Bogotá, ayer estaba en el Pascual Andagoya de Buenaventura conmemorando
este acontecimiento.
Lee y
declama su Muñeca Negra. Más allá del bien y del mal, es una intelectual
orgánica que no anda ocupada por teorizar lo que hace, simplemente escribe y
dignifica con la palabra bellamente puesta en el papel. Con un convencimiento
que le otorga ser intelectual de su raza sin apremios de titularidad o
reconocimiento en la Academia, ha logrado una empresa maravillosa por todo el
país con niños y niñas que leen y oyen sus cuentos, impresionados de su hermosa
y grandiosa negrura que enternece con la historia de que no habían muñecas
negras para las niñas del Litoral.
Después de lo
visto y vivido en estos cuatro años de conmemoración del 21 de mayo, creo que
los cambios vienen de la mano de quienes cada día, de cada año han construido
espacios, relaciones y posibilidades concretas para cambiar ese estado
histórico que dejó a la gente afrodescendiente heredera de la ley de abolición
"libre" pero rezagada en la vida económica, política y social
de este país. Y eso no se hace en un día, es el resultado de tareas de meses
para lograr una puesta en escena que surta efectos ideológicos y políticos en
niños, jóvenes y adultos. Una puesta en la cual se rememore la lucha por la
igualdad y la libertad a través de la forma escrita, de la tradición oral, del
cine y de las estéticas afrodescendientes.
Las maestras
María Isabel Mena, Mary Grueso, Fanny y Ruby Quiñones, Sor Inés Larrahondo,
María del Carmen Ararat, Mariela Sevillano, Daisy Cuero, Lola Grueso, María
Stella Escobar, Virginia Mena y muchas y tantas que todos los días inventan la
manera de cambiar la escuela a favor de la historia afrocolombiana; que
combaten el racismo con su trabajo en las aulas urbanas; que no tienen teoría
sobre su etnicidad o su racialidad, pero son convencidas de las batallas por la
dignidad y la memoria, son quienes merecen hoy ser exaltadas, pues son ellas
quienes representan esa larga e incansable batalla por la libertad y la
igualdad en el mundo de la familia, la comunidad y la escuela.
Los maestros
Danilo Reyes, Hermes Carabalí, Santiago Arboleda, Temis Díaz, Jorge García,
Hugo Idrobo, James Aguilar Mina, Daniel Garcés, Miguel Obeso y muchos otros que
conocemos de los caminos de la etnoeducación, han contribuido de forma
importante con sus ideas y sus trayectorias intelectuales a pensar
autónomamente el asunto de la educación de las comunidades afrocolombianas. Con
errores y grandes aciertos, esencialistas o no, lo que tenemos en Colombia en
esta materia se debe a su trabajo y al de comunidades del Caribe, del Pacifico,
del Cauca y del Valle, que a través de estos letrados, han hecho trascender el
pensamiento ancestral de la gente de los ríos, la selva, la montaña y el
valle.
Hay una
vigilia en la plaza de Bolívar. Es un acto colectivo para rendir homenaje a las
miles de víctimas afrodescendientes del conflicto en el Pacífico. Estarán las
organizaciones, los colectivos de mujeres, los militantes y algunas comunidades
de base.
A esta
hora en que llueve a torrentes, Bogotá rinde un humilde pero sentido tributo a
una gesta que comenzó hace dos siglos y aun no termina, a esa larga batalla por
la igualdad y la libertad de los y las descendientes de africanos.
Estamos
frente a un proceso complejo, difícil e incluso paradójico, pero son sus
protagonistas, los hombres y las mujeres de la diáspora africana, quienes
definen la ruta, incluso las equivocaciones. Y seguramente como ha sucedido
tantas veces, los foranéos de la lucha, quienes teorizan sobre el asunto,
a prueba de compromiso o “militancia”, harán ruido de artículos para colgarse a
la movida.
No estamos
frente a un nuevo objeto de estudio, tampoco ante un nuevo juicio a
los “movimientos sociales” -como el que intentó surgir en los noventa y terminó
encarcelado en libros que hoy se rematan a bajo previo en pulgueros del centro
de la capital-. Estamos frente a una nueva etapa de la antigua lucha de los
afrodescendientes en Colombia. Ni mejor ni peor que la que emprendieron Diego
Luis Córdoba o Zapata Olivella. Distinta.
Intentar
juzgar o interpretar de forma ahistórica este proceso, poniendo en
paréntesis el grave problema del racismo estructural y además sin jugarse el
pellejo, es a mi modo de ver una postura moralmente inaceptable.
Indudablemente
estamos frente a una dinámica dispersa y diversa, donde no se puede andar
buscando la estructura monolítica y disciplinada donde todos piensan y dicen lo
mismo. Creo que se trata de movilizaciones que se encuentran y se
desencuentran, y que empiezan a reconocerse en sus diferencias. Y de la cual
hay mucho de entender para saber su devenir.
Es posible
que se viva uno de los momentos más complicados en la vida organizativa de los
pueblos y las comunidades afrodescendientes en Colombia. Dramática por la grave
situación humanitaria de destierro y pobreza que viven los pueblos de la
diáspora en el siglo del multiculturalismo globalizado. Compleja por las formas
de reconocimiento y auto-reconocimiento que están en juego en materia de
territorialidad y derechos. Ambigua por la manera como el estado y algunas
voces de la academia, apuestan por la derrota del movimiento y su
fragmentación, pero al tiempo animan e impulsan posturas coincidentes con
ciertos modelos idealizados (integracionista, antiesencialista y/o
segregacionista) Y paradójica, porque a pesar de contar con una
“inteligencia” prolifera y diversa como nunca antes en cantidad y calidad, la
dimensión política ha perdido fuerza en las nuevas generaciones de intelectuales
y creado más diferencias que articulaciones.
Conmemorar y
ayudar a hacer memoria para dignificar la afrocolombianidad y reparar
simbólicamente el olvido y el silencio al cual ha sido sometida su historia, es
una tarea que como las acciones afirmativas solo constituyen un paso, mientras
las grandes transformaciones en la estructura del poder económico y político se
logran….
Un abrazo en
este día y en esta hora de la memoria larga...
Elizabeth
Castillo Guzman
Profesora
Titular Universidad del Cauca
Coordinadora
Centro Memorias Étnicas (centromemoriasetnicas@gmail.com)
Telefax 8244655 - Celular 3113897140
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Popayán-
Colombia
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