OTRAS RESURRECCIONES
A propósito de la pasada Semana de Pasión
Alfredo Vanín
Resurrecciones 1. Un
líder para el siglo (En memoria de J.E.Gaitán, el pasado 9 de abril)
Cuando volví a vivir por
un periodo a Bogotá, en 2010, me tocaba atravesar la Plaza de Bolívar todos los
días. En las tardes, al lado de las ventas de maíz para las palomas (Paloma
Valencia no era entonces senadora), un hombre anciano, de mirada paciente y
sonrisa permanente, repetía en un
aparato antediluviano algunos discursos del líder político Jorge Eliécer
Gaitán. Que recuerde, el estridente sonido estuvo en el aire durante casi un
año; luego el nostálgico agitador
político desapareció con su bocina, frente a la que nadie protestaba. La Plaza
de Bolívar ha sido siempre un escenario “democrático”, incluso para la
resurrección sonora de un líder asesinado por haber reunido todos los méritos
políticos y comunitarios para vencer a los candidatos de la oligarquía de
entonces.
Seguí cruzando la plaza
sin ese ruido cándido, de vidrios rotos, que no alteraba a las palomas posadas
sobre las charreteras de la estatua de Simón Bolívar. El hombre del gramófono había
resucitado la voz de Gaitán, que yo había escuchado desde niño en las emisoras, transmitidas en la
conmemoración del magnicidio y que daban paso a las conversaciones de los
mayores que introducían en medio de datos históricos los mitos inevitables
sobre la muerte de Roa Sierra, el señalado como como homicida, la oligarquía
bogotana, el destino de Colombia si hubieran permitido la elección de Gaitán...
Los liberales hablaban de un hombre que
hubiera podido transformar este mundo de rapaces oligarcas en un mundo de
líderes instruidos, altivos pero
disciplinados, implacables ante la corrupción y, sobre todo, defensores
de la clase pobre.
Nota final.
Una poeta popular de Buenaventura logró que le hicieran un montaje extraño. En la fotografía
de su matrimonio suplantaron la foto de su marido por la de J.E. Gaitán. Perdurable
homenaje en cuerpo ajeno.
Resurrecciones 2. Un
Cristo y una deidad pagana
Si por algo se impuso el
cristianismo fue en primer lugar debido a esa férrea esperanza que sembró en los pueblos
oprimidos por el decadente imperio romano. Si no lograbas derrotar al invasor ahora, si te condenaban a
muerte en la cruz o entre leones, morirías, pero verías una nueva luz, tendrías incluso un
cuerpo nuevo. Fue un acontecimiento que sigue gobernando las esperanzas de
quienes consideran este mundo transitorio -que lo es, para nosotros:
desaparecemos para dar paso a otros-; de
quienes prefieren pasar todas las desgracias en silencio para ganarle méritos a
la nueva vida en un valle paradisiaco del futuro lejano.
La multitud de desgastados
dioses romanos y la crueldad de los emperadores
no brindaban esperanzas. Por el contrario, su férrea estratificación
condenaba para siempre a la pobreza. Y de pronto crece la leyenda –llevada por los
apóstoles y futuros mártires- de un predicador en una aldea de la remota
Galilea que hizo de la vida un milagro: las redes se llenaban de
peces, los enfermos curaban, los ciegos veían y los muertos resucitaban. Ése
era el punto: del lado pagano, el
engreído Júpiter solo vivía de cortejos y envidias, la calculadora Juno, celosa
hasta la intransigencia, no perdonaba andanzas del poderoso dios, su marido, y
castigaba a las mujeres que la desafiaban. El Olimpo era una sola vagabundería,
crueldad y maledicencia. En cambio este nuevo hombre-dios solo hablaba de unión
y de igualdad, de realizar el deseo de
su padre: una esperanza para los fugitivos y los condenados.
Los dioses son una
explicación mítica del acontecer del mundo, un asidero ante la incertidumbre de
un mundo cambiante y aterrador a veces. El cristianismo lo entendió: los dioses
del olimpo romano –originados en gran parte en los griegos- eran muy lejanos e
intocables; en cambio, este dios judío, capaz de encarnar en un cuerpo de
humano, nacer de mujer virgen, curar a los leprosos, resucitar a los amigos
muertos, transformar el agua en vino, era también sensible a las llagas y a la
muerte. ¡Ahí lo tenéis! Entró caballero en burro a Jerusalén siendo proclamado
rey; es hijo de carpintero pero no ejerce un oficio rentable; nació en Judea
pero tiene resonancia entre gentiles, no sabemos si aprendió a leer y escribir,
pues la única vez que lo hizo fue en la arena y nadie supo si era un verso, una
declaración de amor, un anatema o una despedida.
Este predicador judío
había llegado con la expresa condición de unir a los pueblos, algo que era
entonces revolucionario: “... todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre
ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3,28).
El cristianismo se tomó a Roma con un oriental converso,
Constantino el Grande, quien había soñado con el símbolo de la cruz como señal
de victoria: “¡In hoc signus vinces”,
dice que le gritaron en sueños, mientras le mostraban una cruz en llamas. En su reinado se produjo el concilio de Nicea
en el año 325. Entonces, una de las tres religiones abrahámicas se incorporó al
poder imperial y se propagó por todo el mundo, lejos de sus religiones
hermanas, el judaísmo y el mahometanismo.
Una representación del Imperio. (Foto A. Vanin. Roma 2011)
Lo cierto es que el mundo,
tan plano entonces, tan explicable y ajustable según el poder de las armas, es
regido ahora por una fe que no tiene antecedentes. Constantino se convierte en
el cristiano más feroz de todos los tiempos;
Roma se abalanza sobre el mundo de nuevo, pero esta vez con un signo que
antes era ominoso, porque era el castigo para delincuentes y rebeldes contra el
gran imperio…
Aunque los arqueólogos israelíes
han descubierto una tumba donde se evidencian los nombres de una familia: María,
José, Jesús, etc., es imposible dar reversa, porque la tumba donde inhumaron el
cuerpo del crucificado está vacía y seguirá vacía, y no por obra de
ladrones, porque fue custodiada por la
guardia imperial y los débiles apóstoles muy poco podían hacer para
enfrentarlos. Vana sería la fe de los
cristianos, había advertido San Pablo, si Cristo no hubiese resucitado…
Sin embargo, el
cristianismo usó una hábil apropiación de otras figuras divinas: el Sol, el
dios Ra de los egipcios, que nacía en un punto, surcaba el firmamento, moría y
resucitaba para iniciar el ciclo. Hermes, el simpático, debía pasar una temporada en la tierra y otra en el inframundo. Estos antecedentes permitirán crear una historia que le da
continuidad a la simbología religiosa de Occidente.
Resurrecciones 3. Nuestro Judío
errante
El relato de las
semanasantas será siempre conmovedor. La
magia literaria de los evangelios sacude todavía mi niñez desde la radio, en
las iglesias, en las procesiones que narraban visualmente los pasos de una
procesión que había empezado en jerusalaén…. Ahora la semanasantas están reducidas
a alguna lectura en medio de la vil pandemia del C-19, a escuchar las diatribas
sentadas de un presidente colombiano que carga con una cruz múltiple: la de ser
presidente y presentador del programa presidencial de la pandemia, la de ser
presidente y a la vez hablar y actuar como subpresidente. No volveremos a
ecuchar los sermones de las 7 palabras en un radio Philips (los hermosos, de madera y de
tubos que encendían), durante tres o más horas del padre o arzobispo famoso.
En el Pacífico
colombiano, el asombro era doble. Jamás
habíamos visto un pez San Nicolás, pero si nos atrevíamos a bañarnos nos
convertiríamos en ese pez… Hermosa herencia de la metamorfosis de diversos
orígenes: africano, indoeuropeo, con agregados de cepa americana. La cocina
adquiría una dimensión diferente: se multiplicaban las preparaciones, el mundo
se centraba entre la devoción y la cocina casera, con algunos platos que pocas veces se probaban en
el año. Pero sobre todo se cruzaban platos de una casa a otra.
Uno en realidad sentía que
la tierra temblaba un Viernesanto. Se prohibían ciertos actos, palabras y
comportamientos; las mujeres mayores con
sus mantos negros en procesión parecían volver de una Jerusalén que estaba a la
vuelta de la orilla, y parecía que el
suplicio de un crucificado se estaba
cumpliendo mientras se nublaba el cielo y comenzaba a caer una lluvia que había
empezado en los montes de Jerusalén… Y
el domingo de Resurrección, si no temblaba, por lo menos se sentía ese remoto
sacudón de la tierra en la Jerusalén Bíblica, sobre todo cuando se dramatizaba
el evangelio.
Finalmente nos quedó el
recuerdo de hermosos nombres bíblicos de pueblos y acontecimientos: Galilea,
Cafarnaún, Samaria, Pentecostés… Vuelvo a mi entusiasmo los domingos de ramos,
sobre todo después de leer los veros de Vallejo que escribió con desmesura de
tetrarca mestizo, su rabia y su agonía: Un
domingo de ramos que entré al mundo / ya lejos para siempre de Belén. Versos
que releía cada Semana Santa, porque era un humano atormentado el que narraba en
sus poemas la senda del castigo y la gloria; era cualquiera de nosotros el que transitaba
cotidianamente la tortura… Pero era también la vecina de manto negro que hablaba del desconocido que habían visto surgir en la procesión nocturna y le preguntaban la hora,
para entrar en confianza y conocer su origen. “Cuando Salí de Jerusalén eran
las doce”, respondía el atormentado Judío Errante.
La resurrección, como hecho central del credo cristiano, tiene
otras facetas, entre ellas la perpetuidad del cuerpo, que renace de la muerte, incluso
descompuesto como Lázaro. Es diferente a la reencarnación. En todas las leyendas del mundo y en todos los
tiempos han vagado espíritus, endriagos, ángeles, demonios. Pero la Semanasanta
era el momento en el que todo se volvía
propicio para lo sobrenatural.
Hablo en pasado porque ya es imposible sentir al Judío Errante entre
nosotros, o los Caifás y Poncio Pilatos y toda la caterva de personajes que
brillaron por su tiranía. Basta mirar alrededor de nosotros para entender que
esos personajes no brillan frente a la desmesura de nuestros tiranos
“democráticos”, que parecen haber sido ungidos para reinar sin corona, sin
necesidad de resucitar porque se reproducen en los cuerpos ajenos de hijos o
gamonales de cada pueblo. Necesitamos esos obispos de nuevo cuño, predicadores
de igualdad, asesinados en vuelos de aviones o ametrallados en sus propios
púlpitos. Necesitaremos otras resurrecciones para que al fin podamos sentirnos
plenamente humanos. Resurrecciones que nos lleven lejos de la Belén corrompida
por el abuso del poder y la atroz criminalidad que galopa en nuestra
patria.
Islario en poesía
MUEREN LOS PÁJAROS EN GALILEA
Volveremos a vernos dentro de un momento...
dentro de un año... dos... una generación
ella fotografió
veinte jardines
y los pájaros de Galilea
y después partió en busca
más allá de los mares
de un nuevo sentido de la libertad
—Mi país, tendedera
para los paños de sangre vertida
cada minuto
después ella se tendió sobre la playa
arena... y palmeras
—ella no sabe—
¡Oh Rita! Te hemos dado
yo y la muerte
el secreto de la alegría marchita en las fronteras
nos hemos renovado
yo y la muerte
sobre tu primera frente
y en la ventana de tu casa
somos dos rostros
yo y la muerte
Por qué me huyes ahora
por qué
por qué me huyes ahora
Lo que transforma las espigas en pestañas de
la tierra
lo que transforma el volcán en la otra cara del
jazmín...
yo tomo el beso
en el filo de los cuchillos
inscribámonos pues en la carnicería
han caído las nubes de pájaros
en los pozos del tiempo
como hojas superfluas
y yo, yo arranco alas azules
¡Oh Rita!
Soy la piedra-testigo de la tumba
que crece
soy aquel
cuyas cadenas marcan la piel
en una geografía de la patria.
Mahmud Darwish (Galilea, 1942- Palestina, 2008). Tomado
de: Poesía reunida. Fundación
Editorial El perro y la rana. Caracas 2012.
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