domingo, 11 de abril de 2021

 

OTRAS RESURRECCIONES

A propósito de la pasada Semana de Pasión

Alfredo Vanín

Resurrecciones 1. Un líder para el siglo (En memoria de J.E.Gaitán, el pasado 9 de abril)

Cuando volví a vivir por un periodo a Bogotá, en 2010, me tocaba atravesar la Plaza de Bolívar todos los días. En las tardes, al lado de las ventas de maíz para las palomas (Paloma Valencia no era entonces senadora), un hombre anciano, de mirada paciente y sonrisa permanente,  repetía en un aparato antediluviano algunos discursos del líder político Jorge Eliécer Gaitán. Que recuerde, el estridente sonido estuvo en el aire durante casi un año;  luego el nostálgico agitador político desapareció con su bocina, frente a la que nadie protestaba. La Plaza de Bolívar ha sido siempre un escenario “democrático”, incluso para la resurrección sonora de un líder asesinado por haber reunido todos los méritos políticos y comunitarios para vencer a los candidatos de la oligarquía de entonces.  

Seguí cruzando la plaza sin ese ruido cándido, de vidrios rotos, que no alteraba a las palomas posadas sobre las charreteras de la estatua de Simón Bolívar. El hombre del gramófono había resucitado la voz de Gaitán, que yo había escuchado  desde niño en las emisoras, transmitidas en la conmemoración del magnicidio y que daban paso a las conversaciones de los mayores que introducían en medio de datos históricos los mitos inevitables sobre la muerte de Roa Sierra, el señalado como como homicida, la oligarquía bogotana, el destino de Colombia si hubieran permitido la elección de Gaitán...  Los liberales hablaban de un hombre que hubiera podido transformar este mundo de rapaces oligarcas en un mundo de líderes instruidos, altivos pero  disciplinados, implacables ante la corrupción y, sobre todo, defensores de la clase pobre.

Nota final. Una poeta popular de Buenaventura logró que le  hicieran un montaje extraño. En la fotografía de su matrimonio suplantaron la foto de su marido por la de J.E. Gaitán. Perdurable homenaje en cuerpo ajeno.

 

Resurrecciones 2. Un Cristo y una deidad pagana

Si por algo se impuso el cristianismo fue en primer lugar debido a  esa férrea esperanza que sembró en los pueblos oprimidos por el decadente imperio romano. Si no lograbas  derrotar al invasor ahora, si te condenaban a muerte en la cruz o entre leones, morirías, pero  verías una nueva luz, tendrías incluso un cuerpo nuevo. Fue un acontecimiento que sigue gobernando las esperanzas de quienes consideran este mundo transitorio -que lo es, para nosotros: desaparecemos para dar paso a otros-;  de quienes prefieren pasar todas las desgracias en silencio para ganarle méritos a la nueva vida en un valle paradisiaco del futuro lejano.

La multitud de desgastados dioses romanos y la crueldad de los emperadores  no brindaban esperanzas. Por el contrario, su férrea estratificación condenaba para siempre a la pobreza. Y de pronto crece la leyenda –llevada por los apóstoles y futuros mártires- de un predicador en una aldea de la remota Galilea que hizo  de  la vida un milagro: las redes se llenaban de peces, los enfermos curaban, los ciegos veían y los muertos resucitaban. Ése era el punto: del lado pagano, el engreído Júpiter solo vivía de cortejos y envidias, la calculadora Juno, celosa hasta la intransigencia, no perdonaba andanzas del poderoso dios, su marido, y castigaba a las mujeres que la desafiaban. El Olimpo era una sola vagabundería, crueldad y maledicencia. En cambio este nuevo hombre-dios solo hablaba de unión y de igualdad,  de realizar el deseo de su padre: una esperanza para los fugitivos y los condenados.

Los dioses son una explicación mítica del acontecer del mundo, un asidero ante la incertidumbre de un mundo cambiante y aterrador a veces. El cristianismo lo entendió: los dioses del olimpo romano –originados en gran parte en los griegos- eran muy lejanos e intocables; en cambio, este dios judío, capaz de encarnar en un cuerpo de humano, nacer de mujer virgen, curar a los leprosos, resucitar a los amigos muertos, transformar el agua en vino,  era también sensible a las llagas y a la muerte. ¡Ahí lo tenéis! Entró caballero en burro a Jerusalén siendo proclamado rey; es hijo de carpintero pero no ejerce un oficio rentable; nació en Judea pero tiene resonancia entre gentiles, no sabemos si aprendió a leer y escribir, pues la única vez que lo hizo fue en la arena y nadie supo si era un verso, una declaración de amor, un anatema o una despedida.

Este predicador judío había llegado con la expresa condición de unir a los pueblos, algo que era entonces revolucionario: “... todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3,28).

El cristianismo  se tomó a Roma con un oriental converso, Constantino el Grande, quien había soñado con el símbolo de la cruz como señal de victoria: “¡In hoc signus vinces”, dice que le gritaron en sueños, mientras le mostraban una cruz en llamas.  En su reinado se produjo el concilio de Nicea en el año 325. Entonces, una de las tres religiones abrahámicas se incorporó al poder imperial y se propagó por todo el mundo, lejos de sus religiones hermanas, el judaísmo y el mahometanismo.



                                Una representación del Imperio.   (Foto A. Vanin. Roma 2011)


Lo cierto es que el mundo, tan plano entonces, tan explicable y ajustable según el poder de las armas, es regido ahora por una fe que no tiene antecedentes. Constantino se convierte en el cristiano más feroz de todos los tiempos;  Roma se abalanza sobre el mundo de nuevo, pero esta vez con un signo que antes era ominoso, porque era el castigo para delincuentes y rebeldes contra el gran imperio…

Aunque los arqueólogos israelíes han descubierto una tumba donde se evidencian los nombres de una familia: María, José, Jesús, etc., es imposible dar reversa, porque la tumba donde inhumaron el cuerpo del crucificado está vacía y seguirá vacía, y no por obra de ladrones,  porque fue custodiada por la guardia imperial y los débiles apóstoles muy poco podían hacer para enfrentarlos. Vana sería la  fe de los cristianos, había advertido San Pablo, si Cristo no hubiese resucitado…

Sin embargo, el cristianismo usó una hábil apropiación de otras figuras divinas: el Sol, el dios Ra de los egipcios, que nacía en un punto, surcaba el firmamento, moría y resucitaba para iniciar el ciclo. Hermes, el simpático, debía pasar una temporada en la tierra y otra en el inframundo. Estos antecedentes permitirán crear una historia que le da continuidad a la simbología religiosa  de Occidente.

Resurrecciones 3. Nuestro Judío errante

El relato de las semanasantas será siempre  conmovedor. La magia literaria de los evangelios sacude todavía mi niñez desde la radio, en las iglesias, en las procesiones que narraban visualmente los pasos de una procesión que había empezado en jerusalaén…. Ahora la semanasantas están reducidas a alguna lectura en medio de la vil pandemia del C-19, a escuchar las diatribas sentadas de un presidente colombiano que carga con una cruz múltiple: la de ser presidente y presentador del programa presidencial de la pandemia, la de ser presidente y a la vez hablar y actuar como subpresidente. No volveremos a ecuchar los sermones de las 7 palabras en un radio Philips (los hermosos, de madera y  de tubos que encendían), durante tres o más horas del padre o arzobispo famoso.

En el Pacífico colombiano,  el asombro era doble. Jamás habíamos visto un pez San Nicolás, pero si nos atrevíamos a bañarnos nos convertiríamos en ese pez… Hermosa herencia de la metamorfosis de diversos orígenes: africano, indoeuropeo, con agregados de cepa americana. La cocina adquiría una dimensión diferente: se multiplicaban las preparaciones, el mundo se centraba entre la devoción y la cocina casera, con  algunos platos que pocas veces se probaban en el año. Pero sobre todo se cruzaban platos de una casa a otra.  

Uno en realidad sentía que la tierra temblaba un Viernesanto. Se prohibían ciertos actos, palabras y comportamientos;  las mujeres mayores con sus mantos negros en procesión parecían volver de una Jerusalén que estaba a la vuelta  de la orilla, y parecía que el suplicio de un  crucificado se estaba cumpliendo mientras se nublaba el cielo y comenzaba a caer una lluvia que había empezado en los montes de Jerusalén…  Y el domingo de Resurrección, si no temblaba, por lo menos se sentía ese remoto sacudón de la tierra en la Jerusalén Bíblica, sobre todo cuando se dramatizaba el evangelio.

Finalmente nos quedó el recuerdo de hermosos nombres bíblicos de pueblos y acontecimientos: Galilea, Cafarnaún, Samaria, Pentecostés… Vuelvo a mi entusiasmo los domingos de ramos, sobre todo después de leer los veros de Vallejo que escribió con desmesura de tetrarca mestizo, su rabia y su agonía: Un domingo de ramos que entré al mundo / ya lejos para siempre de Belén. Versos que releía cada Semana Santa, porque era un humano atormentado el que narraba en sus poemas la senda del castigo y la gloria;  era cualquiera de nosotros el que transitaba cotidianamente la tortura… Pero era también la vecina de manto negro que  hablaba del desconocido  que habían visto surgir en la  procesión nocturna y le preguntaban la hora, para entrar en confianza y conocer su origen. “Cuando Salí de Jerusalén eran las doce”, respondía el atormentado Judío Errante.

La resurrección, como hecho central del credo cristiano, tiene otras facetas, entre ellas la perpetuidad del cuerpo, que renace de la muerte, incluso descompuesto como Lázaro. Es diferente a la reencarnación.  En todas las leyendas del mundo y en todos los tiempos han vagado espíritus, endriagos, ángeles, demonios. Pero la Semanasanta era el momento en el que todo se volvía  propicio para lo sobrenatural.   Hablo en pasado porque ya es imposible sentir al Judío Errante entre nosotros, o los Caifás y Poncio Pilatos y toda la caterva de personajes que brillaron por su tiranía. Basta mirar alrededor de nosotros para entender que esos personajes no brillan frente a la desmesura de nuestros tiranos “democráticos”, que parecen haber sido ungidos para reinar sin corona, sin necesidad de resucitar porque se reproducen en los cuerpos ajenos de hijos o gamonales de cada pueblo. Necesitamos esos obispos de nuevo cuño, predicadores de igualdad, asesinados en vuelos de aviones o ametrallados en sus propios púlpitos. Necesitaremos otras resurrecciones para que al fin podamos sentirnos plenamente humanos. Resurrecciones que nos lleven lejos de la Belén corrompida por el abuso del poder y la atroz criminalidad que galopa en nuestra patria. 

 

 

Islario en poesía

 

Mahmud Darwish

MUEREN LOS PÁJAROS EN GALILEA

 

Volveremos a vernos dentro de un momento...

dentro de un año... dos... una generación

ella fotografió

veinte jardines

y los pájaros de Galilea

y después partió en busca

más allá de los mares

de un nuevo sentido de la libertad

 

—Mi país, tendedera

para los paños de sangre vertida

cada minuto

 

después ella se tendió sobre la playa

arena... y palmeras

—ella no sabe—

¡Oh Rita! Te hemos dado

yo y la muerte

el secreto de la alegría marchita en las fronteras

nos hemos renovado

yo y la muerte

sobre tu primera frente

y en la ventana de tu casa

somos dos rostros

yo y la muerte

 

Por qué me huyes ahora

por qué

por qué me huyes ahora

Lo que transforma las espigas en pestañas de

          la tierra

lo que transforma el volcán en la otra cara del

          jazmín...

yo tomo el beso

en el filo de los cuchillos

inscribámonos pues en la carnicería

han caído las nubes de pájaros

en los pozos del tiempo

como hojas superfluas

y yo, yo arranco alas azules

¡Oh Rita!

Soy la piedra-testigo de la tumba

que crece

soy aquel

cuyas cadenas marcan la piel

en una geografía de la patria.

 

 

Mahmud Darwish (Galilea, 1942- Palestina, 2008)Tomado de: Poesía reunidaFundación Editorial El perro y la rana. Caracas 2012.  

Una entrevista con Alfredo Vanín Romero

 Literatura en Otraparte. 

https://www.youtube.com/watch?v=B4r1ryQHO34

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