LAS ALIANZAS Y LOS NO EXISTENTES
El
nombre Pacífico no es exclusivo del Pacífico colombiano, es cierto. Pacífico es
también una isla de Hawai, de las Marshall o del japón. Y por lo tanto,
una alianza puede establecerse entre mandatarios cuyos países tengan costas en
el gran Océano Pacífico.
Incluso
puede hacerlo Colombia, que tiene un mar llamado Pacífico, pero no habitantes
ni pueblos ni comunidades en el Pacífico. Tiene únicamente un puerto por donde
entra y sale el 60% de la carga que mueve el país por los mares, que
fugazmente roza una población ensangrentada y desplazada por la
guerra. Lo único que se demora mucho tiempo en la ciudad son las toneladas de
carbón que ahora no solo afectan las costas de Santa Marta sino que también
espolvorean un polvillo fino en el aire curtido por la humedad del puerto que
no tiene a nadie, salvo el terror de las toneladas de balas que las bandas
paramilitares y guerrilleras han derramado sobre los cuerpos de miles de
hombres y mujeres inexistentes. Incluso hay un puerto fantasma al sur que no
mueve sino aceite de palma, la verdadera opción planteada para el desarrollo de
los desalojados a sangre y fuego, que no existen. Y hay un puerto fantasma que
no ha podido nacer, pero que los creadores y negadores de pueblos quieren crear
porque ese sí existiría en medio de gente que no existe.
Porque
esa gente del Pacífico no existe. Existe la guerra, pero no existe ella.
Existe la muerte pero no existen los muertos. Existe el comercio mundial, pero
no existe la población por donde pasan millones de vehículos, de café, de
maquinarias, de alimentos. Lo único que existe
es el carbón que ennegrece los pulmones, y no tiene que ennegrecer la piel de
nadie porque esa piel es negra. Pero tampoco existe. Ese carbón viene del
Caribe, de poblaciones que al parecer tampoco son reales.
Existe
la coca, pero la coca se transporta sola, solo deja muertos, pero los muertos
no existen. Sólo existe la muerte. Las mujeres que son llevadas a la muerte,
violadas primero y luego desaparecidas o simplemente despedazadas, no han
existido. Solo se le han atravesado en el camino a la muerte. Pero ellas no
existen.
Las
retroexcavadoras que han socavado el territorio y la dignidad y la vida de las
comunidades indígenas y negras del Pacífico, han podido entrar porque allí no
habita nadie, esas comunidades son sólo fantasmas sociales, arqueologías
fantasmales de un país sin memoria, y por lo tanto la producción minera no puede
detenerse ante sujetos astrales que se quedarán con las aguas contaminadas de mercurio,
más pobres, más envenenados y con nuevas esclavizaciones encima, porque el
Estado no existe, sino funcionarios y negociantes de estado y grupos armados que se enriquecen también con la
minería y la destrucción de los ríos. Pero vamos a la par: esos funcionarios en
breve no existirán en la memoria de nadie. Serán también fantasmas, salvo que
fantasmas ricos.
El
hambre que ha cercado durante decenios a los barrios de Buenaventura o Tumaco o Quibdó, han sido solo un invento de mentes dementes, porque esa suerte se la
merecen los perezosos que no han sabido trabajar como los paisas, para
enriquecerse, mientras los recién llegados sí pelechan. Miento: esos perezosos ni
siquiera existen. Sólo existen los que se han enriquecido en un Pacífico
sin gente, sin idígenas, sin afros, sin nadie. Quienes hicieron y construyeron
ese territorio no existen. Pero sí existe el territorio en el que existe un
puerto productivo, unas aguas productivas, unas selvas productivas, unas minas
productivas. Pero allí no habita nadie. Y si no hay nadie no hay cultura ni nada que merezca la pena. Por
eso es necesario el despojo.
Las
bases militares extranjeras que fueron erradicadas de países que recuperan su
dignidad como Ecuador, tienen que construirse en Tumaco, porque allí empezará a
explotarse el petróleo marino que durante años se descubrió, y no lo harán ni siquiera empresas colombianas, sino empresas gringas, porque las bases serán de
militares gringos que protegerán la producción del petróleo. Nadie más vive
allí. Incluso los militares colombianos han desaparecido.
Es
mentira que alguna vez alguien haya escrito La
minería del hambre o Las venas abiertas de América Latina o Litoral Recóndito. Esas son infundios tardíos. Las denuncias no son ciertas, son falacias.
Las riquezas son para llevárselas, si algo queda es la coima que reciben
empresarios y funcionarios, nada más, que se empobrezcan más los habitantes
inexistentes de pueblos inexistentes a los que es necesario violarles todos sus
derechos, porque no existen.
Por
eso, es una falacia que alcaldes inexistentes de pueblos inexistentes salgan a
hora a protestar porque las reuniones de presidentes de los países de la
Alianza del Pacífico de América Latina se realice en el Caribe, porque lo único
que es necesario para que haya Alianza es que existan hoteles lujosos, que
aunque hay buenos hoteles en un lugar llamado Buenaventura, no ofrecen las ventajas que
ofrecen los hoteles de Cartagena, en playas que les fueron usurpadas a
comunidades también negras y también pescadoras. Esas comunidades ya no existen
porque solo existen los hoteles de los grandes complejos hoteleros. La tierra
es para quien existe. Pero también es cierto: si no existe gente, tampoco existen los hoteles de Buenaventura.
Finalmente,
la Cumbre logró eximir de aranceles casi en un 100% a un mercado para 200 millones, según los cálculos del
presidente de la zona colombiana del Pacífico. Habría que sustraer de ese
cálculo al menos a millón y medio (en letras, porque en número no existen),
salvo a unos pocos que logran pelechar con las componendas políticas y
comerciales que dejan como migajas las componendas de la política y del
comercio.
Hubiera
sido grave realizar una Cumbre en un lugar que no existe, o al menos donde no
habita nadie. Los gobernantes de la Alianza son demasiado pragmáticos como para
caer en una torpe ilusión, en una trampa armada por los fantasmas que vociferan
pero no existen, que producen pero no existen. Que se mueren, y por lo tanto no
existen. Lo que la Alianza exige es cordura, y la cordura tiene sitios exactos.
Los fantasmas, por lo tanto deben seguir revolcándose en el pantano de su
desaparición. Como en un cuento de Juan José Arreola. Una invención marcada por la Trata que creó entes inexistentes. Sin identidad, sin propósito
aparente, más que servir de medio de producción. Y luego desaparecer o sólo
aparecer cuando los consorcios los requieran. Ni antes ni después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario