ALFREDO VANÍN
Por Matilde Eljach*
“El fermento se cuece en el limo…” dice el poeta, etnólogo y escritor Alfredo Vanín, quien nació en 1950 a orillas del río Saija, jurisdicción del municipio de Timbiquí, región Pacífica caucana, entre la cordillera y el mar, cerca de Guapi donde creció y en Buenaventura y Cali donde siguió construyendo su vida. Podríamos oírlo decir sobre su nacimiento: “Brun el Ungido nació en pueblos coronados por el soplo de la Madre-del-Agua./ Sus historias, como los pájaros querían,/ se narran en esquinas,/ en orillas donde la muerte es más esquiva./ Corren como los ríos: aligeradas de memoria,/tornadizas y húmedas,/ manchadas de prodigios”. Desde su primera infancia expresó sus capacidades poéticas con la escritura amorosa, publicada en su primer libro de poemas, Alegando que vivo. Ha sido profesor, periodista, investigador cultural, poeta, narrador y ensayista. Dirige talleres de formación literaria y es consultor en instituciones y organizaciones sociales. Varias veces ha sido condecorado, premiado e invitado a festivales y certámenes internacionales de poesía. En 2011 la Universidad del Cauca le concedió el Doctorado Honoris Causa en Literatura, en reconocimiento a su inconmensurable aporte a las letras y a la cultura.
Los excepcionales habitantes del paisaje de su infancia van a poblar toda su obra con una complicada cosmovisión que dibuja una trama laberíntica: “Mi boca está llena del rumor de los hierofantes./ Sé que debo transgredir las fronteras y aventurarme más/ allá de la espesa selva que huele a orines de diente-de-sable./ Me tornaré invisible cuando haya alzado la burbuja de/ rocío que esconden las piedras./ Entonces olvidaré mi nombre y desdeñaré los otros. No/ seré ni el Gaviero ni Altazor. Seré únicamente el fuego/ trasnochado de un soñador que dejé atado al banquete”.
La literatura y los estudios humanísticos sociales y antropológicos le equiparán a su camino los mitos heredados de la antigüedad helénica, logrando el renacer de los tiempos en la madre agua, la madre mar: “Surgí del mar, a un paso de los desvelados,/ y fui dueño de un río que corría a los brazos/ de la madre del agua…”. Vanín reconstruye el Pacífico colombiano, por la alusión al río, a los peces, a los caminos intrincados e indomables: …Allí donde el mar pregona un son, el tambor es gavilla En el rayo para los hijos de Obatalá. En contra de todo vendaval conservaremos Nuestros reinos…nos canta Vanín en su poema, resaltando el significado espiritual que marca su quehacer literario, permitiendo el detonar de la ancestral rebeldía y la persistencia en resistir a lo inhumanamente instituido: “Es mi manera de alterar el orden/ sin incitar las fauces/ que son comunes a ciertos especímenes/ de la nueva tragedia./ Un asedio en la lluvia/ una astromelia que claudica/ pero nada detiene mi discordia/ ni mis sueños que nuevamente han fracasado/ y ahora purifico en las hogueras/ de la rabia y el júbilo/ harto digno de mi nuevo pánico”.
La obra de Alfredo Vanín inserta la selva, los ancestros, los elementos fundantes de la cosmovisión del pueblo negro; perfila su visión del mundo, el orden de relación con las cosas. Señalan las formas de ser uno con la naturaleza y con los otros seres, para instalarse en el mundo de manera ritualizada.
En su novela Los restos del vellocino de oro (2008), recaba en la noche de los tiempos, aquella “última pieza viva del rompecabezas de su génesis”, en la tradición oral de su pueblo, en la memoria viva y presente de sus ancestros, en el registro palpitante de las voces de su pueblo, “por los callejones de sus recuerdos”.
Entre sus libros de poesía destacamos Alegando que vivo, 1967, Cimarrón en la lluvia, 1991, Islario, 1998, Desarbolados, 2004. Y entre su narrativa: El tapiz de la hidra, 2003, Otro naufragio para Julio, 2004, Historias para reír o sorprenderse, 2005 y Jornadas de tahúr, 2005, en los cuales las palabras entregan un territorio de lluvia, vegetación desbordada y ríos de barro y fábula. Y que se expresan allí, en esas otras formas de vida-muerte que es la cotidianidad de muchos pueblos. Donde los niños mueren de desnutrición, de abandono, de indiferencia; donde los niños ven un mundo precario desde la barrera, en un mundo donde no hay acceso posible; porque todo confluye en una especie de memoria-olvido, ante lo cual la obra poética de Vanín levanta la belleza de la palabra fustigante y poderosa, cargada de sentido y de esa forma que asume la esperanza que es mucho más que razón y poder, y constituye esa otra razón, ese otro poder, auténtico, recóndito, alimentado con la fuerza y el poder de los ancestros; y de sus novelas mencionamos Otro naufragio para Julio y Los restos del vellocino de oro.
Alfredo Vanín es la voz que habla por todas esas voces, porque solo quien ha vivido con la búsqueda de caminos invisibles que reescriben otros tiempos, puede sin duda alguna, desbrozar laberintos hechos de mar y lluvia, de llanto y puños levantados. Cimarrón en la lluvia y ante el viento, desencadenador de fuegos, el poeta invoca para sí, para nosotros, para la vida, para el futuro, a sus “Dioses de mar y fuego/ de turbulencias en los ojos/ invocados a la hora de irse a pique las naves/ cuando tiemblan y padecen los invisibles/ caballeros del océano…”.
Maestro Vanín, gracias por traernos esta tarde las naves encantadas en las que zarparemos en busca de nuestra ancestralidad guerrera, que desde la desmemoria de los tiempos, sigue cantando en contra de todo vendaval para devolvernos nuestros reinos.
Popayán, marzo 26 de 2013.
*Socióloga, Magistra en Antropología Jurídica; actualmente adelanta estudios en el Doctorado en Antropología en la Universidad del Cauca; integrante del Grupo de Investigación Cultura y Política y del Taller de Formación Literaria RELATA Popayán.
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