islario del sur el blog de alfredo vanínromero
Islario del sur blog de alfredo
vanínromero
¿NOS QUEDAMOS SIN FUTURO?
Bienvenida la expresión del expresidente Barack Obama luego
de la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París, decretada por el actual
presidente Trump, sobre la repercusión a futuro que tamaña decisión representa.
La propuesta o consenso de varias potencias para aminorar el cambio climático acaba
de sufrir una baja que lamentaremos en breve, por cuenta de un presidente que
nunca estará a la altura de su responsabiilidad mundial, frente a uno de los
problemas más graves de la humanidad futura: el calentamiento global. El nuevo presidente
de Estados Unidos, para quien el calentamiento
global es una ficción de los científicos, no logrará entender su
reesponsbilidad en un asunto tan decisivo para la superviviencia de la vida en
el planeta, o al menos para que dure un poco más, sobre todo la humana… Ya
quisiéramos que fuera una ficción, una invención de un autor de ciencia
ficción. Es cierto, los calentamientos
se repiten en ciclos, pero ahora se
aceleran a causa de la tecnología y la
demanda energética desarrollada por una especie demasiado inteligente como para
sibrevivir por mucho tiempo, debido precisamente a su capacidad para modificar
los patrones climáticos, y –lo peor- creerse por encima de la naturaleza; debido a la prepotencia de un sistema económico
que desató todas las fuerzas productivas para el bienestar de pocos, sin
importarle de manera alguna la eliminación de uno de los pilares de la naturaleza:
la conexión de los ecosistemas que sufren las repercusiones de cualquier mal
manejo en uno de sus puntos.
La degradación de una región biodiversa
El Chocó Biogeográfico es la segunda ecorregión más
biodiversa del planeta Tierra. En sus orillas
fluviales y en sus selvas campean todavía las aves más extañas, los reptiles,
los pequeños mamíferos, y unos grupos humanos indígenas y de comunidades negras
que sobrevivieron a la tragedia de la colonia, al secuestro de África, a la
deshumanización y por último al tratamiento de traspatio que el país les ha
dado siempre.
Una región que pose el agua suficiente para sostener
las necesidades de medio país, vive sin agua potable. Y lo que es peor, sus
ríos están tan ontaminados por la minería mecanizada que utiliza el mercurio,
por la deforestación y por los desechos que llegan a sus aguas, que no tenemos ni idea de las graves
consecuencias en la vida a corto plazo de
sus moradores. Una región que tiene el puerto más importante de Colombia, vive
en la miseria y presa de la violencia. Una región que creó comunidades
solidarias y adaptadas a sus ecosistemas, está siendo degradada a pasos
agigantadoso, desplazada por el conflicto y la falta de oportunidades, mientras
produce dinero a manos llenas, tal como volvió a ponerse de presente en los multitudinarios
paro de Buenaventura y del Chocó.
Luego de una lucha larga, los consejos comunitarios
lograron que la Corte Constitucional decretara la emergencia del río Atrato, en
el departamento del Chocó y su reparación inmediata. La sentencia T-622 de la
Corte es ejemplar para todos los pueblos que sufren el flagelo de la minería
contaminante, unida a la opción ciudadana de vetar los procesos de extracción
minera cuando nos convencemos que si bien la minería genera miles de millones,
también es cierto que qienes menos se benefician de ella son los habitantes de
las zonas degradadas, pese a algunas mejoras de infraestructuras. El Pacífico
lleva siglos produciendo oro y platino, y para poder tener algunos avances en
su infraestructura, debe rrecurrrir a paros periódicos.
Todos los ríos del Pacífico están sufriendo la misma
degradación que el Atrato, salvo el Yurumanguí, donde el Consejo Comunitario,
aliado a las comunidades ribereñas, ha impedido la entrada de retroexcavadoras,
a costa de amaneazas de los foráneos que quieren llegar a imponer el estado de
degradación que se aposentó en las otras riberas con la minería y la coca. Las
selvas han sido taladas sin miserciordia, hasta el punto del desastre, desde
Tumaco hasta el norte del Chocó. La última
gran entrega de la riqueza forestal se está haciendo a nuestra vista, en las
selvas de Huina, en el Chocó. Una concesión
a la empresa griunga, con la intermediación de los Clinton y en Colombia bajo el
mandato de Alvaro Uribe Vélez, ha permitido una deforestación descomunal de las
finas maderas de abarco, de cedros y
flora acompañante, un episodio nada nuevo que rememora la deforestación realizada
hace años en el bajo y medio Atrato.
Foto: http://www.radiobuenaventura.com
Las noticias son alarmantes desde hace mucho tiempo,
pero apenas empieza a tener eco el clamor de las comundiades y sus
organizaciones. Ahora acaba de producirse una mortandad de peces en el río
Guapi, en la costa caucana, fruto de la despiada contaminación. La minería que se realiza en la zona alta de
los ríos tiene ya consecuencias. Hace tres años presencié el despacho de agua
embotellada a zonas altas del Guajuí y el Napi, porque
la gente no podía usar el agua del río ni siquiera hervida. Y ni para qué hablar
del río Timbiquí, donde las enfermedades atacan la piel de la gente que antes
se bañaba sin consecuencias en el río.
Peces muerrtos en las orillas del río Guapi
Hace varios años,
el botánico Rangel advirtió que en 146 años Colombia no tendría un solo
bosque, porque la tasa de deforestación nuestra es comparable a la destrucción
de más de 600 canchas de fútbol por día. Aquí se suman las concesiones, la
mineríal mecanizada, legal e ilegal, los cultivos de uso ilícitio,
etc.
Los grave es que los animales silvestres no pueden
vivir sin selva o bosque, y en consecuencia también el ser humano sufrirá las
consecuencias, como se verá en este planeta que no es la primera vez que
destruye ecosistemas que luego cobran la deuda, tal como sucedió con los
europeos que tras la destrucción y la
peste bubónica debieron salier disparados en busca de recursos para
reponer su economía, y deseperados por llegar al extremo oriente, encontraron a
América.
A propósito de los 50 años de Cien años de soledad
Lo
recuerdo como un deslumbramiento. Estaba en una casa de Guapi (Cauca), cuando
una mujer bogotana, residenciada con su familia en el pueblo caucano, gritó
hacia el balcón que acababa de llegarle el libro Cien años de soledad. A mis 16 años, ya había conocido parte de la
obra de García Márquez, y me había entreverado con escritores latinoamericanos,
sin olvidar a Kafka, entre otros. Los magazines
de El Espectador y El Tiempo que llegaban
a Guapi habían hecho un gran elogio a la extraordinaria obra. Y entonces me
dediqué a buscarla tan pronto como estuviera en la ciudad, con los pocos
ahorros de estudiante. Los primeros párrafos fueron tan deslumbrantes que pensé
que ya no era posible escribirse otra novela. Pero algo más: que GGM se había
metido en la historia y en la ficción de todo el mundo, porque entonces yo vi
los gitanos que llegaran una o dos veces a Guapi, vi desde lejos a los
indígenas del Putumayo con sus hierbas y abalorios, sentados en los andenes de
la plaza de mercado, bajo el sol deslumbrante de las mañanas de junio; sentí la
presencia de Úrsula en las matronas del Pacífico que eran capaces de curar el
mal de ojo y prefigurar el futuro; escuché de nuevo sobre las apariciones de los
muertos y los fantasmas de una guerra de mil días que pasearon por los ríos y
dejaron décimas y coplas en los trovadores del Pacífico colombiano.
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